Opinión | EDITORIAL

Fin de partida para Casado

Seguir en la trinchera no es de recibo porque el PP debe completar la catarsis lo antes posible de la mano de un personaje como Feijóo

Pablo Casado Comité de dirección del Partido Popular. FOTO JOSÉ LUIS ROCA

Pablo Casado Comité de dirección del Partido Popular. FOTO JOSÉ LUIS ROCA / José Luis Roca

Al final se ha rendido, pero la forma que está eligiendo Pablo Casado para abandonar la presidencia del Partido Popular está empañando el poco respeto que le pudieran aún tener sus militantes, sus dirigentes y sus votantes o simpatizantes. Esta agonía no puede responder a ninguna otra cosa que a un cálculo personal, una forma de ganar tiempo no se sabe para qué o para quién. Es en todo caso un error, un error más, un error garrafal.

Puede ser comprensible que Casado quiera ganar ese tiempo para poner en evidencia a quien él encumbró a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ha hecho un uso de esta crisis más propio de una líder populista que de una aspirante a dirigir uno de los partidos que puede gobernar en España. Esa sed de venganza es políticamente inaceptable porque los devaneos de Ayuso no han hecho otra cosa que aprovechar los errores de Casado, no crearlos.

Esta suerte de dimisión por etapas, buscando apoyos para no se sabe qué estrategia no hace más que debilitar al PP, como estructura y como marca, ahondar en las divisiones internas y favorecer a sus adversarios. Alfonso Fernández Mañueco está afrontando las negociaciones para formar gobierno en Castilla y León en las peores condiciones posibles, no solo por los resultados de unas elecciones que no necesitaba, sino porque cada reunión con sus posibles socios y aliados queda bombardeada por el ruido que emite la sede nacional del PP.

Juan Manuel Moreno Bonilla tiene que administrar la convocatoria de elecciones en Andalucía sin saber en qué momento está su propio partido. Y no digamos el estupor que puede causar en Europa que el segundo partido del cuarto país de la UE esté jugando al póquer mientras Putin desafía a Occidente. 

Este espectáculo solo sirve para que Vox se engorde electoralmente sin necesidad ni siquiera de publicar un tuit, menos aún de explicar cuáles serían sus políticas o sus propuestas. También el PSOE gana con este desbarajuste, aún más si lo que se acaba imponiendo en el PP es el populismo.

Casado sabe que la suerte está echada. Los miembros de su equipo van dimitiendo a cuentagotas -el último Teodoro García Egea-, los barones territoriales ya le han dicho lo que le tenían que decir, Ayuso ya sabe que ser la antagonista de Casado no es suficiente para convertirse en protagonista, Alberto Núñez Feijóo ya no reniega de la responsabilidad que debe asumir. Este es el cuadro que solo los incondicionales pueden intentar pintarle de otra manera al actual presidente del PP. La partida se acabó el pasado fin de semana.

No hay tiempo ni energías para ningún contragolpe. Seguir en esa trinchera no es de recibo, sobre todo para una persona que aún es joven y que necesita algún tipo de futuro político o más bien profesional. El PP debe completar la catarsis y hacerlo lo antes posible de la mano de un personaje como Feijóo, que en Galicia ha sabido recuperar la unidad de su partido, abrir sus fronteras ideológicas sin perder sus principios y superar la fuerza de sus propias siglas.

Y hacerlo sin la sombra de la corrupción que ha sacudido a la formación en otras comunidades. El PP ha cerrado en falso sus sucesivas crisis vinculadas a los casos de corrupción. Ahora es el momento de hacer tabla rasa de ese pasado. Feijóo parece tener las condiciones para afrontar estos retos. Casado lo sabe y Ayuso lo sabe. No hay pues que esperar mucho más que dar la oportunidad a la militancia para que lo ratifique en un congreso sin intrigas del aparato de Génova.