Opinión | Caleidoscopio

Si pico me mancho el pico

Qué hacer con la ultraderecha es la pregunta que todos los demócratas se hacen y hasta ahora la respuesta ha sido unánime: aislarla del juego político

Casado y Mañueco en el comité ejecutivo nacional.

Casado y Mañueco en el comité ejecutivo nacional. / Tarek/PP

…Y, si no, me muero de hambre. Así decía el cuento infantil del gallo que iba a la boda de un familiar y por el camino se encontró una boñiga de vaca en la que destellaban como si fueran pepitas de oro varios granos de trigo que despertaron el hambre del ave. Así imagino yo a Pablo Casado ante la tesitura de tener que decidir si pacta con Vox o renuncia a gobernar en Castilla y León a tenor de los resultados de las elecciones en esa autonomía.

Le está bien empleado por imprudente. A él o a quien le aconsejó adelantar esas elecciones para emprender a partir de su victoria absoluta en ellas una exitosa marcha hacia la presidencia de España. Un fatal error de cálculo que se les ha vuelto en contra al líder conservador y a su partido y que les puede costar el gobierno de Castilla y León y el futurible de la nación. Les salió el tiro por la culata o, como diría mi madre, Casado cambió la pechuga del pollo (Ciudadanos) por el pescuezo (Vox).

Así que ahora le toca apechugar, nunca mejor dicho, con la decisión que marcará (ya ha marcado) su carrera política. Porque se trata de decidir entre ser el primer partido de Europa que gobierna con la ultraderecha o repetir las elecciones, opción que seguramente le restaría más votos de los que ya perdió en estas aunque las ganara. La tercera opción: conseguir la abstención de los socialistas, sus enemigos naturales además de estar dirigidos por su demonio particular (ese famoso Sánchez que es el culpable de todos los males de este país según él), supondría renunciar a gobernar Andalucía y Murcia y el Ayuntamiento de Madrid, por poner tres ejemplos, y quedar en manos de su gran opositor a partir de ese momento. Si pico me mancho el pico y si no me muero de hambre…

Durante el mes que falta para la constitución de las Cortes de Castilla y León y la elección del nuevo presidente del Gobierno veremos todo tipo de movimientos que poco tendrán que ver con las expectativas y los intereses de los habitantes de esa autonomía. Sí con la de los partidos políticos nacionales, que en ella se juegan su futuro propio. Por primera vez no son Cataluña, el País Vasco o Madrid quienes capitalizan la política nacional, sino una irrelevante en términos políticos hasta hoy comunidad autónoma, ni siquiera región, puesto que son dos, las dos envejecidas y cada vez más despobladas y olvidadas, la antigua Castilla la Vieja y León, cuyos votantes sin querer han abierto la caja de Pandora que todos se quieren quitar de encima tanto en España como en Europa. Qué hacer con la ultraderecha es la pregunta que todos los demócratas se hacen y hasta ahora la respuesta ha sido unánime: aislarla del juego político. Pero el Partido Popular español, que hasta ahora ha jugado a la confusión: pacto en la sombra pero no gobierno con la ultraderecha (Andalucía, Murcia, Madrid…), ahora tiene que quitarse la careta, pues ya no le vale ese doble juego. Abascal, el líder de Vox, cada vez más envalentonado por el crecimiento de su formación, ha dicho claro y alto que o entra en el gobierno de Castilla y León o esta vez no pacta. La pelota está en el tejado del PP, o, para ser más exactos, en el de Pablo Casado, cuya ambición le ha llevado a convertirse en el gallo del cuento, aquél que dudaba entre mancharse el pico o desfallecer de hambre.