Opinión | ENERGÍA

Inflación verde

Existe el riesgo de que durante un largo periodo de transición tengamos una factura energética más cara y, por lo tanto, una inflación más alta

Una manifestación en Londres para reclamar justicia climática

Una manifestación en Londres para reclamar justicia climática / EFE

En este momento, y más allá de la evolución de la pandemia, los dos problemas económicos que más preocupan a la ciudadanía son la inflación y el cambio climático. La aceleración de los precios, comprensible hasta cierto punto por el fuerte crecimiento económico y los cuellos de botella en la oferta, está siendo más intensa de lo esperado, y obliga a los bancos centrales a contemplar subidas en los tipos de interés que podrían reducir el dinamismo económico al tiempo que recorta el poder adquisitivo de los salarios.

El cambio climático, por su parte, es sin duda el problema más importante al que se enfrenta la humanidad, y abordarlo requiere de una combinación de medidas de mitigación y adaptación sin precedentes, acompañadas de ingentes inversiones para cambiar el modelo energético para las que ya estamos llegando tarde. Pues bien, aunque ambos fenómenos en principio no están relacionados, e incluso durante mucho tiempo hemos pensado que depender menos de los combustibles fósiles reduciría tanto la volatilidad como el precio de la energía, se está empezando a hablar de inflación verde; es decir, de cómo la lucha contra el cambio climático podría obligarnos a vivir en un entorno macroeconómico de mayor inflación, al menos hasta que logremos descarbonizar nuestra economía. No son buenas noticias, pero conviene que nos vayamos preparando y en que pensemos qué hacer para mitigar este problema, que pone de manifiesto que la transición energética y la lucha contra el cambio climático van a ser difíciles y a generar perdedores.

El término greenflation, “inflación verde”, lo usó recientemente Isabel Schnabel, una de las consejeras del Banco Central Europeo, en el contexto del debate sobre si la inflación es permanente o transitoria. En este punto, merece la pena mencionar que incluso los optimistas que abogaban el año pasado por que la inflación sería transitoria, ya admiten que los precios seguirán subiendo a lo largo de todo el 2022, aunque podrían hacerlo a una velocidad cada vez menor, lo que permitiría hablar de que la inflación sigue alta, pero se está moderando. Esto llevaría a que, en un tiempo prudencial, el crecimiento de los precios volviera a niveles razonables en el entorno del 2% anual (ahora en España está por encima del 6%). De hecho, este sigue siendo el escenario de referencia de los “optimistas” bancos centrales.

La greenflation se refiere al hecho de que podríamos experimentar niveles de inflación mayores de los previstos durante los próximos años debido a las necesarias políticas de lucha contra el cambio climático

En todo caso, la greenflation, se refiere al hecho de que podríamos experimentar niveles de inflación mayores de los previstos durante los próximos años debido a las necesarias políticas de lucha contra el cambio climático. La idea es simple. Por una parte, tendremos que seguir consumiendo grandes cantidades de combustibles fósiles mientras las energías renovables todavía no sean capaces de reemplazar significativamente al petróleo, el gas y el carbón (y parece que, por mucha prisa que nos demos con la transición energética, esta no se completará en la próxima década). Por otra parte, como estamos modificando la regulación para incentivar las inversiones en energías renovables y la reducción de las emisiones, el dinero no está fluyendo hacia proyectos de gas y petróleo con la intensidad con la que solía hacerlo.

Esto no debería sorprendernos: si algo es menos rentable porque ya tiene o se le pondrán impuestos (como los derechos de emisión) o porque en la nueva taxonomía de inversiones verdes que se está negociando en la Unión Europea es una fuente de energía penalizada por ser “sucia”, recibirá menos inversiones y su precio tenderá a aumentar. Por último, algunos minerales necesarios para descarbonizar la economía, que se usan en las baterías eléctricas o en otras tecnologías “verdes”, verán sus precios dispararse hasta que se hagan las necesarias inversiones para aumentar su extracción. Todo esto supone, como explicaba Schnabel, que existe el riesgo de que durante un largo periodo de transición tengamos una factura energética más cara y, por lo tanto, una inflación más alta. Los altos precios del gas son un buen ejemplo de ello, incluso antes de que se les añadiera la prima de riesgo geopolítica derivada del conflicto de Ucrania.

Como la lucha contra el cambio climático debería ser nuestra prioridad, retrasar la transición energética para evitar la greenflation no es una solución. Más bien habría que haberla comenzado antes. Pero, a lo que sí llegamos a tiempo, es a intensificar la inversión en nuevas tecnologías para la lucha contra el cambio climático, desde los aviones de hidrógeno verde hasta los sistemas de captura y almacenamiento de CO2.

La Unión Europea, que lleva décadas a la vanguardia de la lucha contra el cambio climático y además ahora ha dado el paso de emitir deuda conjuntamente para financiar a bajo coste proyectos de transformación económica mediante el programa Next Generation EU, tiene mucho terreno ganado. Y potenciar estos proyectos “verdes” de forma coordinada permitiría además reactivar algunas industrias en declive al tiempo que se incrementa la autonomía estratégica.

Pero no debemos olvidarnos de que, a lo largo de esta transición, y sobre todo si hay greenflation, es esencial compensar a los perdedores, que son los consumidores y empresas más vulnerables. Quienes puedan, deberían asumir que tendrán que pagar una mayor factura de la luz, pero si no se protege a quienes no pueden asumir esos costes, existe el riesgo de que la opinión pública de la espalda a la lucha contra el cambio climático. Y eso sí que sería peligroso.