Opinión | Política

Lecciones bochornosas de la votación de la reforma laboral

El Gobierno y la bancada socialista celebran la aprobación de su reforma laboral.

El Gobierno y la bancada socialista celebran la aprobación de su reforma laboral. / EFE/Kiko Huesca

La aprobación de la reforma laboral marcó el final de la pasada semana y marcará, sin duda, el arranque de la que conduce a la cita con las urnas en Castilla y León, prevista para el domingo 13 de febrero. El pasado jueves el Congreso convalidó de una forma convulsa el nuevo marco laboral en el que se moverán los españoles en los próximos años. Un marco que llegó a la sede de la soberanía nacional con el aval de las principales centrales sindicales y de la patronal, pero que, como ha quedado en evidencia para preocupación del Gobierno, contaba con apoyos políticos endebles y variables.

De hecho, el proyecto pasó el trámite parlamentario de carambola y el modo en que se ratificó causó estupor: se aprobó gracias a que un diputado del PP se equivocó en el voto telemático, respaldando la iniciativa que su partido desdeña, a pesar del apoyo expreso de la CEOE. El error del diputado popular fue crucial porque hubo en paralelo una traición al Ejecutivo de dos diputados de UPN, pese a que su jefe de filas había pactado el 'sí' con el Gobierno. Esos dos diputados, que han sido expulsados durante el fin de semana de Unión del Pueblo Navarro, incumplieron, sin avisar, el acuerdo alcanzado con los socialistas con el objetivo de tumbar la reforma laboral. Y quien sabe si al propio gabinete de Pedro Sánchez. La sombra del ‘tamayazo’ recorrió como un rayo el hemiciclo, mientras la dirección del PP trataba de envolver el fallo humano de su compañero en un supuesto «pucherazo» del Congreso de los Diputados. 

Así las cosas, sin el involuntario respaldo del PP el decreto que sustenta el proyecto clave de la legislatura habría caído, puesto que socios habituales del Gobierno decidieron apearse de la negociación y abrir paso a otras alternativas aritméticas donde Ciudadanos, como los navarros, eran imprescindibles. Pero el resultado final de una votación -que llegó a su examen final cogida con pinzas- derivó en un espectáculo bochornoso que la reforma laboral, por su enorme trascendencia, no merecía.  

Pese a lo vergonzoso de la situación que se vivió en el Congreso, y que sigue y seguirá coleando en los foros políticos, la iniciativa superó el imprescindible trámite parlamentario, lo que es en sí una buena noticia. Porque se trata de un proyecto trascendental para el país y que, sin ser una derogación completa, recupera derechos que les fueron cercenados en la legislación de 2012. Esta reforma no es perfecta. Es fruto de un pacto entre empresarios, sindicatos y Gobierno y, por tanto, todos han cedido respecto a sus pretensiones iniciales. Sin embargo, sirve para combatir más y mejor la precariedad y temporalidad en los puestos de trabajo y otorga certidumbre y reglas asumibles a las empresas. Su aprobación está vinculada además a los requisitos que exige la UE para desembolsar los 140.000 millones de los fondos Next Generation.

La legislación laboral avanza y exhibe la debilidad del Gobierno y hasta dónde es capaz de llegar este PP

No fueron estos, al parecer, argumentos suficientes como para el Ejecutivo pudiera conformar una mayoría sólida en torno a la norma. Socios de investidura como ERC, PNV o Bildu decidieron, por razones distintas, no apoyarlo, a riesgo, como se vio, de que el proyecto decayera. Eso hubiera lanzado un pésimo mensaje interno y externo. Hubiera desincentivado a los agentes sociales a alcanzar más acuerdos. La reforma ha logrado avanzar pero con un alto coste para la imagen del Gobierno, que ha tejido acuerdos vulnerables que exhiben su propia vulnerabilidad, y aún más para el PP, que se ha demostrado capaz de poner en duda a las instituciones con tal de tapar sus errores.