Opinión | DIVIÉRTETE AHORRANDO

Por qué me cae mejor Sergio Ramos que Andreu Buenafuente

Me gusta ver a Sergio Ramos marcando en el noventa y tantos, pero disfruto más de sus posados en Instagram. Me enfadó que Florentino no le renovara, pero me duele más cada vez que le critican por hortera. Por ejemplo ahora, que acaba de lanzar el Nuevo Gimnasio de Sergio Ramos by John Reed.

Sergio Ramos.

Sergio Ramos. / EFE

En un capítulo de Los Soprano, la doctora Melfi, psicóloga del mafioso Tony Soprano, sufre una violación. Puede reconocer al agresor y, a lo largo del capítulo, fantasea con decírselo a su paciente, sabedora de que él vengaría el fallo en falso de la justicia. Yo también tengo fantasías de protección como las de la doctora, pero mi Tony es Sergio Ramos.

Todo empezó en un partido de la selección en el que un rival le dio una patada a Navas y Ramos salió como un miura a decirle que por qué no se metía con los de su tamaño. A mí, a pesar de mi carácter timorato y consensual, o quizás por ello, me han pegado varias veces. Yo nunca supe devolver un solo golpe y mis amigos digamos que son más Navas que Ramos. Así que cuando miro el cuerpo vikingo de nuestro defensa no puedo evitar fantasear con ese hermano mayor que me habría evitado los golpes.

No me escondo: soy madridista de los que ven solo los partidos importantes. Me gusta ver a Ramos marcando en el noventa y tantos, pero disfruto más de sus posados en Instagram. Me enfadó que Florentino no le renovara, pero me duele más cada vez que le critican por hortera. Por ejemplo ahora, que acaba de lanzar el Nuevo Gimnasio de Sergio Ramos by John Reed.

Les cuento un poco cómo es, que estuve esta semana: cuando entras, te reciben cuatro serpientes gigantescas que son en realidad cuatro tronos, por si quieres antes de hacer deporte te apetece una charleta con tintes épicos. El primer pasillo tiene falsas taquillas que imitan al vestuario de un estadio. En los baños de hombres encuentras el nombre del capitán en letras enormes (y me quedé con ganas de saber si en el de mujeres estará el de Pilar Rubio). En cualquier caso, las duchas están forradas de leopardo, que no es poco.

La sala principal es un mundo lisérgico dominado por luces rojas y un inmenso grifo dorado (no piensen ustedes en el objeto doméstico sino en un león alado; Ramos no se divierte ahorrando). Las paredes son sendos murales rosados de una serpiente al asalto y continúan con dos bajorrelieves con caballos desbocados que conectan el lugar con la yeguada que tiene Ramos en Sevilla.

En la sala de máquinas destaca una que te permite dar vueltas como el pitorro de una olla exprés mientras te haces selfis con un palo gigante. La pared final es un mosaico de altavoces retro y, ya de salida, encontramos otra muro que imita la estantería del salón de Sergio: allí encontramos enciclopedias, imitaciones de sus tatuajes y los números del minuto en el que metió los principales goles de su carrera.

El sitio se parece mucho al espacio en el que deben de transcurrir los sueños húmedos de Steven Seagal. Es decir, no es un lugar conveniente para las masculinidades exaltadas. Pero, por lo demás, sería absurdo no reconocerle su capacidad para el lirismo infantil, su espíritu lúdico y desmedido y su simbolismo casi de fábula.

Estoy convencido de que Venturi, Scott Brown e Izenour le dedicarían un capítulo en su Aprendiendo de Las Vegas, libro con el que nos enseñaron a amar, en arquitectura, lo feo y ordinario antes que la moderno y original. Es más, si yo hiciera una guía turística de Madrid, este Graceland del fútbol no faltaría: en qué medida la visita sea irónica o sentida, dependerá de cada quien; divertida lo será seguro.

Pero Ramos es también coleccionista de arte. Posee piezas de Manolo Valdés, Katz, Genovés, Plensa, Banksy… Después de la compra, siempre que puede se hace un selfi con el artista y lo sube a Instagram con algún comentario suyo de análisis de la obra. También es conocida su afición por los looks imposibles. Arte, moda y ahora interiorismo; la relación de Sergio Ramos con la cultura es pasional y desaforada, diría también que desacomplejada, pero no estoy seguro de que el capitán no sufra cada vez que las redes se meten con él por su mal gusto.

No solo las redes, también la intelligentsia de izquierdas. Cuando Ramos lució su célebre outfit de gabardina y gorra azules, Buenafuente se rio de él por hortera, más concretamente porque parecía un dependiente de ferretería. No iba desencaminado Buenafuente: el término hortera surgió para referirse despectivamente a los dependientes de las tiendas de ropa de Madrid que intentaban vestirse para confundirse con la clase social de sus clientes y disimular la propia. Es decir, que la palabra, como el comentario de Buenafuente, tiene una profunda carga clasista.

Burlarse del mal gusto cultural de alguien pasa mejor cuando ese alguien es rico, pero a menudo olvidamos que, sobre todo los futbolistas, se han vuelto ricos a lo largo de su vida y que, de quien nos reímos no es del millonario de hoy, sino del niño que no recibió formación del gusto y hoy puede comprar lo que quiera.

Más allá de mis pasión por el capitán, siempre me indignaron los sketches de Buenafuente que se reían de que Ramos no sabe hablar español o de que no entiende oraciones complejas. Lo cual tampoco es cosa nueva: ya lo hacían los guiñoles con Ronaldo y Jesulín de Ubrique y es un must de cualquier sátira rancia. Se lo oí una vez a Ernesto Valverde, el que fuera entrenador del Barcelona: «Me llama la atención que la gente se meta con los futbolistas por incultos. Porque tampoco es que el resto vayamos hablando de Platón todo el tiempo».

Por todo lo que nos separa, no creo que Sergio y yo pudiéramos ser amigos hoy día. Pero estoy convencido de que si hubiéramos crecido juntos, él me habría defendido de algún golpe. Hoy quería defenderle yo de los que él recibe.