Opinión | POLÍTICA

Futuros posibles del tablero electoral

La ciudadanía inconformista ha descubierto que tiene poder y quiere ejercerlo; que, si no te representan, debes dejar de votarles

Manifestación convocada en varias localidades de la España Vaciada, en Teruel, en una imagen de archivo.

Manifestación convocada en varias localidades de la España Vaciada, en Teruel, en una imagen de archivo. / Europa Press

Estas elecciones en Castilla y León nos muestran que todavía podría estar todo más abierto de lo que pensamos en el panorama electoral español. Desde que el 15M irrumpió en 2011, han cambiado algunas claves de la representación política y, aunque en este momento se observa una tendencia a reconstruir el bipartidismo en forma de 'bibloquismo', lo cierto es que la ciudadanía se resiste a volver al pasado.

España en los últimos 10 años ha pasado del “no nos representan” a un sistema pluripartidista que empezó a representar mejor los intereses y la diversidad de la ciudadanía. Del 2011 al 2016 pasamos de un bipartidismo imperfecto con representación de las fuerzas nacionalistas a un pluripartidismo que abrió el parlamento una variedad de voces y fuerzas nunca antes conocida. 

El fracaso del PSOE y Podemos en 2015 y 2016 para formar gobierno diluyó la expectativa de gran parte de la ciudadanía de lograr un cambio real en las políticas llevadas hasta el momento por los dos grandes partidos. La ofensiva cultural y de defensa de derechos acabó en derrota. La incapacidad para el acuerdo, el tacticismo o los intereses partidistas se impusieron a la formación de un gobierno nuevo, que pudiera satisfacer esa necesidad de cambio, e hicieron perder a Podemos un millón de electores en la primera repetición electoral.

Unos años más tarde, en 2019 Ciudadanos se dejaría también los restos al demostrar que no traía el cambio, sino el recambio de los gobiernos de la Región de Murcia o, sobre todo, Madrid, donde ayudaron a los populares a revalidar mandato pese a perder las elecciones.

Sus acuerdos en varias autonomías y su irrelevancia para formar gobierno en España en la repetición electoral de 2019 le alejaron de la posibilidad de ser bisagra, y así pasaron de 57 a 10 diputados. PSOE y Unidas Podemos también fueron castigados de nuevo por no haber sido capaces de formar gobierno en un tercer intento. Seguían prevaleciendo los intereses de partido por delante de los del país. De nuevo repetición electoral. De nuevo nuevos actores.

Al acabar 2019, España consiguió su primer Gobierno progresista de coalición. Al cuarto intento, con las fuerzas disminuidas y habiendo permitido –y alentado- en sus escarceos la irrupción de la ultraderecha con 52 escaños en el parlamento. La izquierda ganó un Gobierno y perdió la posibilidad de cambiar las cosas. Una campaña centrada en el miedo a Vox, en la lucha contra el fascismo o la lucha contra el comunismo, inaugura una etapa defensiva donde la agenda la marca ahora la derecha más dura y el Gobierno está a la defensiva.

Esta nueva reordenación de los actores deja, de nuevo, dos grandes polos en torno al PP y el PSOE. Con Ciudadanos y Podemos reducidos en su capacidad de influir, se restaura el eje izquierda/derecha con cada uno de los dos polos rodeado de satélites de apoyo. Incluso con los partidos nacionalistas orientando su actuación en este eje. Pero puede que estas fuerzas no sirvan a todos.

Nuestro sistema electoral sobrerrepresenta a la España vaciada. Los diputados y diputadas del PSOE y del PP, que hasta hoy han ostentado en exclusiva los escaños de la España vaciada, han tenido un altavoz más grande del que proporcionalmente les correspondía. Aun así, muchos de sus vecinos no se sienten representados por ellos.

Han representado a sus partidos en el Congreso, pero no tanto a quienes les han votado. O, al menos, estos no lo han sentido así. Por eso siguen surgiendo nuevos partidos, nuevas plataformas. Porque la España binaria en el eje izquierda-derecha ya no representa a la España de hoy. Un reparto territorial desigual de la riqueza vuelve relevante el eje campo-ciudad y los partidos tradicionales no pueden asumir su respuesta y abordar la idea de que Madrid es un agujero negro.

La ciudadanía, que en 2011 había alzado su voz pidiendo soluciones a los políticos y a la política, se sintió primero esperanzada y luego defraudada en sus expectativas. Pero esta ciudadanía inconformista descubrió en este tiempo que tiene poder y quiere ejercerlo. Descubrió que si no te representan debes dejar de votarles. Descubrió que puede querer más.

Y la diversidad de la oferta redujo la lealtad e hizo el voto más volátil. Ya no existe el turnismo, se juega el voto incluso en los territorios tradicionalmente más estables como la España vaciada. Por eso creo que la vuelta al bipartidismo está lejos y queda por descubrir si se reordena en cierre del 'bibloquismo' o en apertura de un escenario más amplio y plural.

Podría darse el caso de que, en el debate político o en el debate mediático, se imponga una relectura en clave bibloque de la política. Pero ahí fuera están pasando cosas. Es posible que la ciudadanía alejada del ombligo del poder esté a otra. Los nuevos partidos de la España vaciada, la alternativa verde que crece en España y en Europa, el nuevo andalucismo que surge en el sur, la atomización de los partidos nacionalistas en Cataluña o el crecimiento de otras fuerzas territoriales hacen pensar que esta nueva transición dista de estar cerrada.