Opinión | CORONAVIRUS

La importancia de llamarse Ómicron

La pandemia es una función a la todos hemos sido convocados a asistir obligatoriamente, y sigue desarrollándose. Como en toda tragedia griega, aún pueden aparecer más personajes, que podrían actuar de forma independiente en la escena, provistos cada uno de su propia dimensión

Gente que espera para hacerse un test de antígenos en Tianjin, Chiuna, durante un cribado masivo llevado a cabo tras detectar casos de la variante Ómicron.

Gente que espera para hacerse un test de antígenos en Tianjin, Chiuna, durante un cribado masivo llevado a cabo tras detectar casos de la variante Ómicron. / REUTERS

Como Jack Worthing en la obra de Oscar Wilde, el SARS-CoV-2 también ha adoptado otros nombres, pero no el de Ernesto, sino el de letras del alfabeto griego; después de todo, lo primero era una comedia de costumbres, y lo segundo siempre ha aspirado a ser una tragedia griega. Hace apenas dos meses el personaje Ómicron apareció en escena, y cualquier intento por contenerlo ha resultado completamente infructuoso, con una curva explosiva de casos desconocida hasta ahora en esta pandemia.

Ómicron tiene un comportamiento diferente a las variantes que le han precedido, y eso se debe a varias características.

Primero, parece que se multiplica mejor en la nasofaringe que en los pulmones, muy probablemente porque utiliza una forma de entrada a las células distinta a Alfa y Delta; circunstancias, la forma de entrar y el tipo de célula, que podrían explicar por qué causa una enfermedad menos grave, por qué, en parte, se propaga más rápidamente, y por qué los síntomas aparecen a los tres días, cuando Delta necesita cuatro y, el resto, cinco desde la infección. Si Ómicron se multiplica mejor en la nasofaringe, es más fácil expulsarlo y desencadenar una superpropagación. Si antes de la aparición de Ómicron el 20% de los individuos infectados eran los responsables del 80% de las transmisiones, circunstancia que además estaba relacionada con una mayor edad, mayor obesidad y un grado creciente de infección por el virus; la localización nasofaríngea podría haber ampliado el porcentaje de población supercontagiadora. Si, además, Ómicron realmente causa menos síntomas, un paciente infectado, aún con más capacidad de contagiar, tenderá a recluirse menos en su domicilio. De esto deberíamos deducir que Ómicron es más sensible a la limitación de aforos y grandes aglomeraciones.

Segundo, las vacunas autorizadas hasta ahora han sido desarrolladas para prevenir la enfermedad grave, no para evitar la propagación, pero también influyen en ésta; y en eso, Ómicron también se diferencia por tener una mayor capacidad para evitar la inmunidad generada por las vacunas o por la infección previa. El resultado es que, en el entorno familiar, la probabilidad de infectarse de los no vacunados frente a los vacunados es el doble en el caso de Delta, pero no hay diferencias en el caso de Ómicron. Sin embargo, en este ultimo caso, la probabilidad se reduce a la mitad cuando el vacunado ha recibido la dosis de refuerzo. De esto deberíamos deducir la conveniencia de que toda la población mayor de 5 años recibiera la dosis de refuerzo. Si añadimos el hecho de que, tanto para Delta como para Ómicron, la probabilidad de infectar a otros en el entorno familiar es un 41% superior si no se está vacunado, deberíamos deducir la necesidad de que toda la población lo esté completamente, lo que transcendería, stricto sensu, a una decisión personal caracterizada por la discrecionalidad, lato sensu.

Tercero, no hay datos concluyentes sobre si la gravedad de la Covid producida por Ómicron es menor que la de las variantes previas. En Sudáfrica, las menores tasas de hospitalización pudieron estar condicionadas por la mayor juventud relativa de la población y las infecciones previas; mientras que en la Unión Europea podrían estarlo por las mayores tasas de vacunación. Ya son una minoría los países que aún permanecen relativamente vírgenes, inmunológicamente hablando, pero los hay, por ejemplo, en África, y allí el número de fallecimientos aumenta según aumenta el número de casos. De esto deberíamos deducir que mientras tengamos una propagación explosiva de una variante como Ómicron hay que mantener a la población con el mejor nivel de defensas posibles, lo cual se consigue con las dosis de refuerzo de toda la población y especialmente de la más vulnerable.

Cuarto, las infecciones por Ómicron y la vacunación no evitarán que puedan aparecer nuevas variantes, pero definitivamente han modificado el estado basal de inmunización de la población respecto a este coronavirus, lo que probablemente condicione su respuesta frente a futuras variantes, que podrían estar ya construyéndose o incluso circulando. Con todo, cada nueva variante es una incógnita. De esto deberíamos deducir que la vigilancia genómica mediante secuenciación sigue siendo capital para la detección precoz de nuevas variantes, hacer el seguimiento de las tendencias epidemiológicas y adoptar en su caso las medidas de contención lo antes posible.

Quinto, a pesar de la posible, aunque no probada, menor virulencia de Ómicron, siguen produciéndose fallecimientos. De esto deberíamos deducir que la incorporación cuanto antes de los nuevos antivirales orales que reducen la hospitalización o el fallecimiento de personas vulnerables en un 90% si lo toman al inicio de los síntomas, es una oportunidad y una necesidad que nos puede permitir afrontar esta fase de la pandemia en 2022 con una mayor fortaleza de la que hemos exhibido hasta ahora.

La pandemia es una función a la todos hemos sido convocados a asistir obligatoriamente, y sigue desarrollándose. Asumir que, con Ómicron, ha finalizado esta representación, para lo que incluso ya hay quien ha puesto la fecha de Semana Santa, parece una temeridad. Como en toda tragedia griega, aún pueden aparecer más personajes, que podrían actuar de forma independiente en la escena, provistos cada uno de su propia dimensión. Por tanto, será importante llamarse Ómicron, si con él cae definitivamente el telón.