Opinión | LOS RETOS DEL NUEVO AÑO

La economía mundial ante 2022

Varias personas hacen sus compras en Madrid, este jueves, con las mascarillas puestas.

Varias personas hacen sus compras en Madrid, este jueves, con las mascarillas puestas. / A. Pérez Meca

 El 2020 fue un año de catástrofe económica global. El 2021 de fuerte rebote. ¿qué podemos esperar del 2022? Lo primero es que, aunque tamizada, continúa la incertidumbre. Y no sólo sobre el crecimiento económico, sino también sobre la persistencia de la inflación. A pesar de que las vacunas nos han permitido navegar las nuevas olas de la pandemia sin acudir a restricciones que hagan caer de nuevo la producción y el empleo, lo cierto es que tenemos que acostumbrarnos a vivir con el COVID. La quimera del post COVID, de que la inmunidad de grupo nos permitiría olvidar los contagios, tendrá que esperar. De hecho, una de las pocas cosas que aglutinan consenso, es que el virus se convertirá en endémico y que tendremos que seguir vacunándonos durante mucho tiempo. Y cuanto más rápido lo hagamos, mejor. Especialmente en los países en vías de desarrollo, en los que se observa claramente que menos vacunación, además de mayor mortalidad supone menor crecimiento económico.

En este contexto de convivencia con el virus, lo segundo que hay que subrayar es que la volatilidad seguirá siendo muy elevada. En 2020 aprendimos que los modelos que tenemos para pronosticar el crecimiento económico sólo funcionan más o menos bien (unas décimas casi siempre fallan) en periodos de relativa estabilidad. La pandemia ha puesto patas arriba las pautas de producción, consumo, empleo, recaudación, gasto público o comercio internacional, por mencionar tan sólo algunos indicadores. Y hasta que las series estadísticas se bajen de la montaña rusa en la que están, habrá que seguir tomándose las predicciones macroeconómicas con mucha cautela. Veremos revisiones del crecimiento al alza y a la baja, así como fuertes caídas y rebotes de las bolsas según vayan apareciendo noticias sobre la evolución de la pandemia. Pero, en términos generales, y salvo que aparezca una variante más contagiosa y letal que ómicron que obligue a nuevos confinamientos, tanto el crecimiento como la creación de empleo deberían seguir siendo muy robustas en 2022. Seguramente menor en los países que se hundieron menos en 2020 como los del norte de Europa y mayor en los que caímos más, como España. Y es que el ciclo económico es bastante tozudo, y como afortunadamente las medidas de política económica que se han activado durante los pasados dos años han sido muy exitosas en reducir las cicatrices de la pandemia sobre el tejido productivo y no ha habido una crisis financiera como la que causó la anterior crisis, el rebote debería seguir. Además, el tono de la política fiscal seguirá siendo muy expansivo, sobre todo gracias a los fondos europeos, lo que contribuirá todavía más a impulsar la actividad. Pero cuidado, el ajuste fiscal seguramente llegará en 2023, y para entonces lo que permitirá crecer a economías como la española será precisamente haber hecho reformas de calado. La buena noticia es que hemos entrado en una dinámica reformista virtuosa, en la que la Unión Europea nos empuja a transformar nuestra economía a cambio de una lluvia de millones, que durará hasta 2027, e incluso más si se demuestra que Italia y España aprovechan bien los fondos. Pero no deberíamos olvidar que estos fondos no convierten automáticamente a todos los afectados por las reformas en ganadores. Además de invertir, habrá que subir impuestos, asegurar la sostenibilidad de las pensiones, confirmar que la reforma laboral es eficaz para reducir la temporalidad o reformar la administración pública. Y Bruselas también nos recuerda que es necesario reducir la desigualdad ahora que sabemos que la recuperación tiene claramente forma de “K”, con una división clara entre los que se están beneficiando del rebote económico y los que se van quedando atrás, que además son los mismos que en crisis anteriores.

Tercero, ante el fuerte repunte da la actividad, 2022 seguirá siendo un año con elevada inflación. De hecho, no sería razonable ver tan elevado crecimiento sin subidas de precios. Y, por la misma razón, cuando el crecimiento se modere, los precios deberían bajar a menos que las expectativas de inflación se hayan elevado porque los salarios estén subiendo con mucha fuerza, algo que por el momento no estamos viendo. Pero como es evidente que los precios se están acelerando más de lo previsto y que no tienen visos de bajar en los próximos meses, es posible que los bancos centrales empiecen a retirar los estímulos monetarios y a subir los tipos de interés antes de lo previsto, primero en Estados Unidos (que podría comenzar a principios de año) y algo más tarde (pero no mucho) en la zona euro. Esta subida de tipos no tiene por qué desencadenar una crisis financiera o de la deuda soberana en el sur de Europa. A pesar de tener mucha más deuda en circulación que durante la anterior crisis, sus costes son sensiblemente más bajos y su duración mayor. Además, el BCE tiene mecanismos para asegurar que las primas de riesgo no se disparen. Pero, en todo caso, sería conveniente que España presentara un plan de medio plazo de consolidación fiscal. Podría ser nuestro seguro en el caso de que Mario Draghi dejara de ser primer ministro de Italia en 2022 y unas elecciones dieran lugar a un gobierno menos reformista y cooperativo con las instituciones europeas.