Opinión | PERCEPCIÓN DE LAS CRISIS

­Un malestar moderado

Gente paseando con mascarilla por Barcelona

Gente paseando con mascarilla por Barcelona / Manu Mitru

La crisis financiera iniciada en 2007 provocó una herida profunda en el entramado político institucional de España de forma que la correlación entre el aumento del malestar con la situación económica y el malestar con la situación política resultó muy evidente: cuanto peor era la percepción ciudadana de la economía, peor era, también, la de la política. Un fase aguda de malestar ciudadano.

Sin embargo, cuando los datos objetivos y subjetivos sobre la situación económica nacional registraron una clara —aunque moderada— mejoría (diez años después del comienzo de la crisis), la percepción negativa sobre la política no solo no mejoró, sino que se agudizó. La crisis económica, por tanto, era una condición necesaria pero no suficiente para explicar la crisis política. Fue un tiempo que describimos como el del postmalestar, caracterizado por niveles moderados de insatisfacción con la situación económica y altos niveles de insatisfacción con la política.

En el año 2020, la pandemia del coronavirus quebró esa tendencia ascendente de las percepciones positivas sobre la economía que mantenían los ciudadanos. A comienzos de este año (según el Barómetro de enero del CIS), solo el 4% de los españoles calificaba como muy buena o buena la situación económica de España. El 87% la calificaba como mala o muy mala.

El efecto hidra versus acefalia: mientras que los tres políticos de la izquierda han mantenido un liderazgo transversal (esto es, logran aprobar entre los votantes de los tres partidos de su bloque ideológico) ninguno de los políticos de la derecha consigue trascender más allá de su propio electorado

Al mismo tiempo, el principal problema de España que señalaba la mayoría de los españoles (60%) era la política (agrupando en este epígrafe a los partidos, los políticos, el Gobierno y la inestabilidad política). Ni el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ni el principal líder de la oposición, Pablo Casado, conseguían transmitir confianza a la amplia mayoría de sus conciudadanos. Y ninguno de los principales líderes políticos del país lograba aprobar en las puntuaciones medias que otorgaban los españoles.

Volvíamos al tiempo del malestar.

No obstante, a lo largo del año han mejorado moderadamente la percepción ciudadana sobre ambas situaciones. El porcentaje de evaluaciones positivas acerca de la economía nacional ha ido aumentando, lenta, pero continuadamente y, ahora, en diciembre, aunque sigue siendo minoritario, es cuatro veces superior al registrado en enero: 23%. También las evaluaciones positivas sobre la economía personal se han extendido a lo largo de estos 12 meses: del 57% que la definía como muy buena o buena en enero, al 66% actual.

Y aunque la política sigue siendo el principal problema nacional, el porcentaje de españoles que la señala como tal ha descendido 11 puntos con respecto a comienzos de año: del 60% al 49%. Ahora bien, la desconfianza ciudadana que generan tanto Sánchez como, sobre todo Casado, sigue siendo prácticamente la misma que hace 12 meses: 65% (cinco puntos menos que a comienzo de año) y 87% (un punto más), respectivamente. Y perdura la ausencia de un líder político capaz de lograr el aprobado entre el conjunto de la ciudadanía.

Los barómetros del CIS arrojan también otros datos interesantes desde el punto de vista político que señalo a modo de balance del año. Por cuestión de espacio, me centro únicamente en dos.

El primero, es el relativo a los liderazgos. Aunque, como se ha señalado, ningún dirigente político nacional ha logrado a lo largo de este año el aprobado entre el conjunto de la ciudadanía, los tres principales líderes de la izquierda -Sánchez, Yolanda Díaz e Iñigo Errejón- siempre han obtenido mejor puntuación media entre los españoles que los tres líderes de la derecha -Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas-.

Esto se debe a lo que podríamos denominar al efecto hidra versus acefalia: mientras que los tres políticos de la izquierda han mantenido un liderazgo transversal (esto es, logran aprobar entre los votantes de los tres partidos de su bloque ideológico) ninguno de los políticos de la derecha consigue trascender más allá de su propio electorado (y alguno, ni eso, como es el caso de Arrimadas).

La izquierda, como bloque, tiene tres líderes. La derecha, también tomada en su conjunto, ninguno.

El segundo dato a resaltar tiene que ver con los espacios ideológicos. Las cifras de este último año reafirman los resultados de las últimas elecciones generales en cuanto a la composición de los tres bloques (no nos olvidemos del conformado por partidos nacionalistas, independentistas, regionalistas y provincialista, tan necesario para la conformación del Gobierno y para la aprobación de leyes y propuestas).

No existen puentes entre ellos (apenas se registran fugas de electores hacia otros bloques), aunque sí se detectan ciertos movimientos internos dentro de cada uno. La movilización, por tanto, seguirá siendo un factor electoral determinante.

Así ha acabado la película demoscópica del 2021. En los próximos meses, habrá que estar atentos a la aparición de nuevos actores políticos y hasta qué punto estos son capaces de romper las rigideces políticas actuales, consiguiendo trascender más allá de sus propios espacios. Sean estos -los actores y los espacios- ideológicos, electorales o territoriales.