Opinión

La ¿imposible? reforma de la Constitución

Constitución española de 1978

Constitución española de 1978

La Constitución Española de 1978 figura ya, en los libros y en la conciencia colectiva, como el mayor éxito de la historia reciente de España. A pesar de las tentaciones de revisionismo interesado de alguna de las fuerzas políticas actuales, nuestro marco constitucional nos ha permitido vivir 43 años de paz, estabilidad democrática y modernización como nunca antes en nuestra historia y negarlo es mezquino.

Los padres de la Constitución, herederos de una España destrozada y fratricida, supieron leer bien el único futuro posible para su país: la reconciliación, la concertación y el pacto. El llamado “consenso” de la Transición se construyó sobre la base de muchas renuncias y cesiones, de ponerse en el lugar del adversario y de la decisión, por parte de todas las fuerzas políticas, de mirar lejos sin miedo a perder algún elemento de identidad particular en beneficio del bien colectivo.

Por eso los constituyentes inventaron un sistema político en el que es imposible hacer reformas esenciales del texto constitucional sin que medien dos elementos clave: concertación política y lealtad institucional. Quiénes redactaron la Constitución conocían bien la historia de nuestro siglo XIX y nuestra guerra civil, y quisieron blindarnos ante las derivas de polarización y enfrentamiento que fueron cimentando, dramáticamente, las llamadas dos Españas. Los constituyentes españoles tuvieron la obsesión de evitar otra fractura del país.

La Constitución española, a diferencia de algunas de los países de nuestro entorno, puede cambiarse de arriba a abajo, eso sí, garantizando que los cambios no van a “romperla”. Por eso es más adecuado hablar de reformas en la Constitución que de reforma de la Constitución. No se trata de escribir un nuevo texto sino de adecuar el actual a las nuevas realidades de España y de nuestro entorno europeo. Quiénes defendemos la Constitución debemos ser los primeros dispuestos a mejorarla y modernizarla para mantenerla viva.

Desgraciadamente, el panorama político español y la correlación de fuerzas parlamentarias abonadas a una práctica de polarización permanente y a un ejercicio sistemático de deslealtad institucional hacen imposible cualquier marco de concertación de fondo como el que requieren las reformas en la Constitución.

Si en el año 2015, dos nuevos partidos políticos irrumpieron con fuerza en el país, con un discurso de cambio y de regeneración democrática, hoy ambos han ido perdiendo su impulso inicial. En el Congreso de los Diputados el escenario es de confrontación total entre los partidos del Gobierno y el principal partido de la Oposición. Además, fuerzas políticas “destituyentes” -que rechazan lo que denominan el régimen de la Transición- son hoy decisivas para la gobernabilidad del país.

Las reformas necesarias se convierten en imposibles porque la praxis política a la que asistimos no encaja en el traje que hicieron los constituyentes en el 78. Por eso, me temo, que abrir hoy el texto constitucional sería como abrir la caja de Pandora.

Si la Constitución española es el resultado de un pacto inteligente y generoso en un país que miraba lejos, para la reforma de ese gran texto necesitamos la misma voluntad política y el mismo horizonte. ¿Lo tenemos?