Opinión

Una ficción (o no) sobre el aborto

Protesta contra el aborto en Washington.

Protesta contra el aborto en Washington. / Shutterstock

El antiabortismo puede convertirse en la próxima disputa del feminismo. El debate no es nuevo, pero el eco llegado de América, sumado a la aullante polarización, puede vestirlo con ropajes nuevos que lo conviertan en el enésimo punto de fricción.  

El Supremo de EEUU ha iniciado el debate sobre el derecho al aborto. La mayoría conservadora que Donald Trump dejó atada y bien atada invita a la preocupación. En 1973, el aborto pasó a considerarse un derecho constitucional estadounidense. El límite se estableció entre las 22 y las 24 semanas de gestación. Desde entonces, son múltiples las iniciativas que han tratado de laminar la ley. La futura decisión del Supremo puede abrir la puerta a que los estados decidan si restringir o incluso prohibir el aborto en su territorio.  

En Latinoamérica, la despenalización del aborto avanza con desesperante lentitud. La prohibición de algunos países sigue lacerando la vida de las mujeres. Un paso atrás en EEUU podría envenenar aún más un debate lastrado por el reaccionarismo católico y el machismo estructural

Conocemos la visión patriarcal de oposición al aborto. Un discurso que hunde sus raíces en la religión. Frente al judaísmo o el islam, que consienten el aborto si la vida de la madre corre peligro, la Iglesia católica se opone totalmente. Pero esta postura no fue unánime hasta 1869. Fue Pío IX quien desafió la tradición canónica y determinó que los embriones poseen un alma desde su concepción. La sacralidad del feto ha perdurado y la Iglesia dictamina que su vida vale lo mismo que la de la gestante. Pero ¿es eso cierto? Son demasiados los casos en los que, en el combate por la supervivencia, es sacrificada la vida de la madre.  

Sí, conocemos los argumentos antiabortistas anclados en el conservadurismo, pero ¿puede el feminismo actual acoger posturas contrarias al aborto? Tish Harrison Warrens, sacerdote de la Iglesia anglicana y autora de numerosos ensayos y artículos, afirmaba el domingo pasado en ‘The New York Times’ que el movimiento feminista necesita antiabortistas: “Si para ser feminista no se puede estar simplemente en contra de la opresión de las mujeres, sino que también debe apoyarse el aborto u otras causas de centroizquierda, entonces el feminismo no existe realmente como movimiento. Es simplemente el progresismo proaborto comercializado para mujeres (…) Si se expulsa a los millones de mujeres estadounidenses que se oponen al aborto, no lograremos abordar los graves problemas que afectan a las mujeres”. 

¿Pueden vestirse argumentos antiabortistas con ropajes supuestamente cercanos a la izquierda? ¿Se puede construir una ficción que manosee las tesis hasta acercarlas a las de la extrema derecha? ¿Cómo sonaría? Inspirarse en algunos de los enfoques de la doctrina antitrans quizá ofrezca más de una pista. Aquí va un intento:

La defensa de los vulnerables no puede tener límites. Si queremos ser la voz de los que no tienen voz, un feto es el ser más desvalido del planeta. Es el mercado neoliberal el que precariza nuestras vidas e imposibilita la crianza. Un mercado que somete al cuerpo de la mujer a tratamientos traumáticos que afectan a su cuerpo y a su equilibro mental. ¿Cómo podemos denunciar la crueldad animal y tolerar esto? [El interrogante se ilustraría con aquellas imágenes terribles de fetos destrozados que se mostraban en las escuelas católicas de los años 70]. Es un sistema patriarcal injusto el que carga sobre las mujeres el peso de la crianza. Es eso lo que debe cambiarse y no perpetuar con la muerte de inocentes unos roles de género que permiten a los hombres desentenderse de su responsabilidad. Es la discriminación la que debe acabar, no la vida. ¿Cuántas mujeres no se han arrepentido de su terrible decisión? [Fácil encontrar testimonios]. El aborto es violencia adultista y patriarcal. No borremos a los niños. 

Más allá de algunas manifestaciones de corte personal, no hay una corriente antiabortista en la izquierda. Este es un ejercicio meramente ficticio. Solo un ejemplo de cómo se puede doblegar un discurso, aparcar la ética, hincarse en la caricatura y dejar que la crispación haga de las suyas. ¿Increíble? Recordemos la fuerza, la unidad y el empuje imparable de la primera huelga feminista, en 2018. Y mirémonos ahora.