Opinión | LA NOTA

Alarma económica

La vicepresidenta económica, Nadia Calviño, entra en el hemiciclo del Congreso.

La vicepresidenta económica, Nadia Calviño, entra en el hemiciclo del Congreso. / EFE

El Gobierno español no es el único que proclamaba que las Navidades de 2021 iban a ser mucho mejores que las anteriores. Pero las cosas se están complicando. Primero, por la aparición de la nueva variante del coronavirus que preocupa por sus posibles efectos -algunos como el cierre de vuelos del Japón ya son realidad- sobre nuevas restricciones a los viajes y al turismo. El ómicron ya castigó a las bolsas el pasado viernes y ayer las volvió a hundir. Así, el Ibex español, que en el año ha tendido al alza, ha acabado perdiendo en noviembre nada menos que un 8,3%. Ha sido el peor mes desde marzo de 2020, cuando la gran caída por el inicio de la pandemia. Y al Ibex le han acompañado con menor intensidad los índices de las bolsas europeas.

Sin embargo, como decíamos ayer, el gran peligro es el disparo de la inflación. En noviembre la tasa española ha alcanzado el 5,6%, pero lo más grave es que no se trata de un fenómeno aislado ya que la inflación de la zona euro subió también hasta el 4,9%, el máximo desde la creación hace 20 años de la moneda única. Hay países como Bélgica (7,1%) o Alemania (6%), con un alza superior. Y la causa principal de este repunte es el brutal aumento de la energía y la electricidad, nada menos que un 27,4%.

Ante esta inflación los gobiernos y los bancos centrales -que hasta hace poco creían estar ante un fenómeno pasajero- se están inquietando. Primero porque el precio de la energía -Europa depende del gas ruso- tiene causas geopolíticas y nadie puede asegurar que Putin vaya a cambiar a corto su hostilidad a la UE. Al contrario, preocupan los movimientos de tropas rusas en la frontera de Ucrania. Y aunque España depende más de Argelia, este país nos ha cerrado, por su conflicto con Marruecos, uno de los dos gaseoductos que nos abastecen.

Las causas geopolíticas pueden no desaparecer a corto y, además, de persistir algunos meses, una inflación del 4,9% puede ejercer una lógica presión alcista sobre los salarios y llevar a una espiral precios-salarios que se 'autoalimente'. Por eso los bancos centrales recomiendan centrarse en la llamada inflación subyacente -sin energía y sin alimentos no elaborados- que está en el 2,6%. 

Lo más preocupante es que si la inflación se prolonga en el 4%, el BCE se verá obligado -para evitar el caos de males mayores- a subir los tipos de interés lo que dañaría la incipiente recuperación al perjudicar a las familias, las empresas y al gasto público y social de los estados.

En pocos días la alarma ha crecido y la reacción de Pedro Sánchez ha sido convocar no una sino dos reuniones semanales del Gobierno. Está bien que quiera acabar las reformas pactadas con la UE. Pero la solución no es la 'foto-reunionitis', sino trabajar un acuerdo sensato sobre la reforma laboral a proponer a la CEOE y los sindicatos. Llevamos ya demasiado tiempo de confusión y declaraciones que a veces revelan una excesiva malarelación entre los dos socios del Gobierno. Ese es el camino de la inoperancia y el desastre. 

Lo que la economía necesita para superar la crisis es que los inversores, los que tienen que crear empleo, tengan un marco moderno -similar a los europeos- de relaciones laborales. Y que respete dos principios. Uno, es difícil exigir a las empresas que cumplan de un día para otro lo que las administraciones públicas han ignorado demasiados años. Dos, no olvidar que, en último extremo, la peor precariedad es no tener empleo.