Opinión | TRIBUNA

El polizón detrás del acuerdo

Después de la euforia por la COP26 de Glasgow, ahora tenemos tiempo de analizar la Cumbre

Después de la euforia por la COP26 de Glasgow, ahora tenemos tiempo de analizar la Cumbre

Un activista se manifiesta ante las puertas de la Cumbre del Clima de Glasgow.

Un activista se manifiesta ante las puertas de la Cumbre del Clima de Glasgow. / Valentina Raffio

Las cumbres del clima deberían ser cruciales. Cada año, la ciencia, la diplomacia, la acción organizada y la opinión pública se reúnen para intentar dar respuesta al reto más complejo que afronta la humanidad en estos momentos. Algunas de estas citas han logrado avances históricos, como la COP21 en París, en la que los países se comprometieron a mantener el aumento de la temperatura a finales de siglo por debajo de los 2°C.

Otras reuniones, sin embargo, pueden decepcionar inevitablemente a los que esperan grandes avances. Sin medidas vinculantes, con promesas voluntarias (las llamadas Contribuciones Determinadas a nivel nacional) y en un mundo de soberanías nacionales en el que prima el interés propio y las soberanías nacionales, el lógico que las decisiones que se alcanzan por consenso sean de aplicación voluntaria. Difícilmente el acuerdo de 200 países, cada uno con su agenda particular, permitirá que se adopten medidas rápidas, drásticas y de obligado cumplimiento. Pero seamos conscientes de que, sin ese tipo de medidas, nunca podremos conseguir los objetivos para evitar que la Tierra se caliente más de 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales.

"Entre las salas de reuniones y en la letra pequeña de los grandes anuncios políticos, se esconden los polizones; esos países menos dispuestos bloquean, ralentizan y marcan el ritmo de los acuerdos"

Hay otro problema, que se ha vuelto a evidenciar en Glasgow: detrás de las pancartas, entre las salas de reuniones y en la letra pequeña de los grandes anuncios políticos se esconden, discretamente, los polizones. Los países menos dispuestos bloquean, ralentizan y marcan el ritmo y la ambición de los acuerdos. Estos países son los que, en la jerga de la economía y la negociación colectiva, están encuadrados en el -polémico- concepto de polizón: aquel que se beneficia de la acción de otros -en este caso, de la acción contra el cambio climático- sin pagar los costes que implica hacerlo, o consumiendo más de su parte equitativa de un recurso común.

Los polizones, con un fondo de egoísmo, son los que han limitado el alcance de esta agridulce COP26. Son los que han hecho que el llamado Pacto de Glasgow sea más débil de lo necesario, que no esté a la altura de la emergencia climática que respalda la ciencia. Recordemos que el informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) de agosto de 2021 concluía que el mundo dispone, aproximadamente, de cinco años para ejecutar un giro radical del modelo productivo y del sistema económico predominante para evitar que el calentamiento supere el máximo de 1,5 grados a final de siglo. Un giro radical para tener una posibilidad razonable de evitar los peores impactos del cambio climático.

Ese giro no se ha dado en el texto aprobado en la COP26. Nadie esperaba que fuera drástico, pero podía haberse aproximado algo más. El borrador del acuerdo estuvo cerca de incluir una petición directa para acabar con el apoyo público a energías fósiles, pero los polizones -Arabia Saudí, Rusia, Australia- se movilizaron con éxito. Así, el texto consensuado ha conseguido que 196 países acuerden “acelerar los esfuerzos hacia la reducción progresiva de la generación del carbón y la eliminación progresiva de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”. El polizón consiguió incluir "subsidios ineficientes", sin concretar la naturaleza de los mismos.

No obstante, hay que señalar dos avances significativos de la COP26: el compromiso asumido por más de 100 países para reducir un 30% las emisiones de metano, aunque con la ausencia de los polizones China. India y Rusia; y otro pacto importante para detener la deforestación en 2030, respaldado particularmente por la UE y países como EE UU, Reino Unido, China, Rusia, Colombia, Perú, Uruguay, Costa Rica, Honduras y Guatemala. También por Brasil, Indonesia y la República Democrática del Congo.

Todo ello ha despertado las esperanzas, porque los que han pactado albergan el 85% de los bosques y la biodiversidad del mundo. Contemplando ésta de forma transversal ayudaremos a recuperar ecosistemas y especies y a mejorar la eficacia de los bosques como sumideros de carbono, claves en la lucha contra el cambio climático. Porque esta crisis de biodiversidad y cambio climático no dejan de ser dos caras de la misma moneda.

Lograremos alcanzar la neutralidad climática para mediados de siglo solo si conseguimos destapar a los polizones del mundo. Lo lograremos cuando se deje de subvencionar el problema que origina el cambio climático: cuando reorientemos los 432.000 millones de dólares anuales que actualmente se utilizan para subsidiar energías fósiles (según cifras del PNUD) en financiar la transición hacia una economía baja en carbono. Lo lograremos cuando se aplique el principio de justicia intergeneracional y se interiorice el de que quien contamina paga; cuando dejemos de invertir en el pasado y colaboremos en una visión justa, equitativa y global del futuro.

Tras la cumbre los países vuelven a casa y deben hacer los deberes para cumplir con las promesas de Glasgow. La misión empieza ahora. Se habrá cumplido el objetivo si llegamos a la COP27 del próximo año en Egipto con una determinación, una responsabilidad y un compromiso a la altura de la emergencia climática.