Opinión | MUJERES

No es violencia, son violencias

La violencia física solo es la punta del iceberg de la guerra subterránea que todavía mantienen muchos hombres contra las mujeres. Por debajo del trozo de hielo que flota, persiste la violencia estructural y cultural de una sociedad enferma

Manifestación de noviembre de 2015 en Madrid en contra de la violencia machista.

Manifestación de noviembre de 2015 en Madrid en contra de la violencia machista. / DAVID CASTRO

A Rosa, aparentemente tranquila y con una vida normal, se le nota un rictus de amargura en las comisuras de los labios. La procesión va por dentro. Porque “la ropa sucia se lava en casa”, como le dijo su marido cuando la vio hablar conmigo.

Como otras muchas mujeres, Rosa convive con un régimen de terror en casa. Pero no puede separarse. Cuando nació su segundo hijo pidió la reducción de jornada, y ahora, cobrando la mitad y con dos criaturas a cargo, depende económicamente de él. Un hombre que es director de una empresa, que tiene dinero y poder, que tiene acceso a los mejores abogados. Rosa sabe que si se marcha corre el riesgo de perder a sus hijos.

Y por eso aguanta. Aguanta las broncas sin motivo alguno, por cualquier cosa. Aguanta las humillaciones y vejaciones. Y las violaciones de su marido. Porque lo son, violaciones. Cuando él vuelve alegre a casa después de ver el fútbol con sus amigos. Ella intenta hacerse invisible, pequeña, y llora en silencio.

"Vivo una vida de mierda", me dijo. “No, no puedo denunciarle –contestó ante mi propuesta evidente–. No tengo ninguna prueba. Los niños, la familia, lo perdería todo y no tengo dinero suficiente. Incluso mi madre se me pondría en contra porque perderíamos el estatus”.

La vida de Rosa no es extraña ni única. Muchas mujeres sufren la misma violencia estructural: física, psíquica, emocional, sexual. No son independientes económicamente y no tienen acceso a recursos públicos gratuitos (guarderías, horarios escolares compatibles con el trabajo, vivienda asequible, ayudas económicas). Mujeres que no son libres.

Lo que no se denomina y no se cuenta no existe. Por eso contamos cuántas mujeres son asesinadas a manos de sus maridos o exmaridos. Gracias a la lucha feminista y a las asociaciones de mujeres, podemos evaluar la situación y denunciar la violencia estructural que sufren las mujeres. Sin embargo, la violencia física solo es la punta del iceberg. ¿Cuántas Rosas hay que no salen en las estadísticas hasta que no es demasiado tarde? Los asesinatos son la máxima expresión de la guerra subterránea que todavía mantienen muchos hombres contra las mujeres. Por debajo del trozo de hielo que flota, persiste la violencia estructural y cultural de una sociedad enferma, la violencia sistémica de una sociedad patriarcal y androcéntrica.

Según el sociólogo Johan Galtung, esa violencia estructural es la peor, porque no se ve. Está tan arraigada en las estructuras profundas de nuestra sociedad que ni nos damos cuenta. La aceptamos y la consentimos como natural. Es la estructura económica, cultural e institucionalizada, sustentada desde hace siglos por los hombres, que desde siempre han ostentado el poder económico, legislativo, cultural y político.

Que las mujeres no puedan acceder a los mismos recursos que los varones es violencia estructural.

Que las mujeres cobren menos por el mismo trabajo que los hombres es violencia económica.

Que las mujeres no puedan acceder a los sitios de máxima responsabilidad ni a las cúpulas del poder económico y social es violencia contra las mujeres.

Que las mujeres no puedan ocupar los lugares en los que se toman las decisiones fundamentales para toda la población es violencia estructural. Ellos son quienes dominan los gobiernos, las instituciones y las cúpulas de poder: de los partidos, de las patronales, de los sindicatos, de las iglesias, de los medios. Desde estas posiciones administran los recursos de toda la población desde su visión androcéntrica. Esto es violencia estructural económica y cultural, sostenida por todas las instituciones.

Que las administraciones y los gobiernos no subvencionen a las asociaciones de mujeres, las redes de mujeres y las entidades que ayudan a las mujeres, tal y como sí hacen con las organizaciones dirigidas por hombres, es violencia institucional.

La violencia cultural contiene un amplio entramado de valores, sistemas de creencias, patrones de pensamiento, estereotipos, mensajes y símbolos que asumimos desde la infancia porque así nos educan. Y reproducimos la discriminación y desigualdad contra las mujeres, y la naturalizamos. Una violencia cultural que se ha utilizado siempre para perpetuar determinadas posturas y dar legitimidad a actitudes que atentan contra los derechos humanos de las mujeres.

Hay que tomar conciencia; romper el silencio; nombrar las cosas por su nombre. Y no olvidar nunca que lo más difícil es borrar, desaprender y deconstruir todo lo que hasta ahora ha configurado el mundo de las mujeres.