Opinión

¿Reconciliación nacional?

El ministro de Presidencia, Félix Bolaños, atiende a la prensa a las puertas del Congreso de los Diputados.

El ministro de Presidencia, Félix Bolaños, atiende a la prensa a las puertas del Congreso de los Diputados. / EFE/Chema Moya

La ley de memoria democrática tiene serios problemas. La derecha está en contra, Podemos asegura que una enmienda, pactada con el PSOE, permitirá burlar la ley de amnistía de 1977, y ERC y Bildu no la quieren votar porque no se creen lo que dice Podemos. Y Félix Bolaños, ministro bombero, afirma que la enmienda permite creer que se podrán juzgar los crímenes del franquismo, pero que la Ley de Amnistía no se anula porque la Constitución y el Código Penal pesan más que la futura de memoria democrática que no es una ley orgánica. 

Está bien si Bolaños tiene razón porque la ley de amnistía, la primera votada por el parlamento de 1977, fue -como el suicidio de las Cortes de Franco- clave en la transición a la democracia. Pero es grotesco que para Bolaños lo importante sea aprobar la ley pese a que el PSOE, Podemos y sus aliados no están de acuerdo sobre lo que dice. Es el juego de los disparates elevado a la enésima potencia porque además todo va sobre la posibilidad de juzgar -y condenar- a algún franquista, culpable de crímenes contra la humanidad que, si alguno queda, tendrá 90 años. 

¿Es lógico que en la España democrática de la pospandemia y la crisis subsecuente nos estemos perturbando por lo que ocurrió hace más de 60 años? No, ni es lógico ni racional. La oposición a Franco no hizo bandera de juzgar el pasado. Ya en 1956 el PCE de Santiago Carrillo y Jorge Semprún (cuando aún era comunista) abogó por la famosa Reconciliación Nacional. Pedían enterrar el 36 e ir a una España sin certificados de conductas pasadas. 

El famoso “contubernio” de Múnich de 1962 fue el reencuentro de quienes habían estado en bandos contrarios (la derecha católica de Gil Robles, el exfalangista Ridruejo reconvertido en liberal integrador y el vencido PSOE) exigiendo que España no entrara en Europa sin recuperar antes la democracia.

Y la ley de amnistía de octubre de 1977 fue aprobada con los votos de toda la izquierda, la UCD, los grupos vasco y catalán y la abstención de Alianza Popular. Y quién más insistió en la necesidad de olvidar la guerra civil fue -como ha recordado bien Sol Gallego-Díaz- Xabier Arzalluz, líder del PNV. ¿En 2021, la izquierda se tiene que dividir, poner en peligro la estabilidad y levantar otro muro con la derecha para anular lo que votaron Felipe y Carrillo para que salieran a la calle los presos de la dictadura?

Escuché a Felipe González (no recuerdo sus palabras exactas) que durante su gobierno hubo muchos aniversarios de la República y la guerra, pero que nunca quiso celebrarlos porque el futuro no debía pasar por recordar un pasado que todavía tensionaba.

Aquella voluntad de superar las líneas divisorias se perdió. ¿Cuándo Aznar alentó que se acusara a Felipe de ser la X del GAL, como si la guerra sucia contra ETA no hubiera existido antes? ¿Cuándo Zapatero, con su ley de memoria de 2007 mezcló el reconocimiento a los republicanos desaparecidos con el ataque a una derecha amargada que le acusaba de “traicionar a los muertos” (las víctimas de ETA)?

No importa. Reavivar las cenizas de la guerra no ayuda a construir el futuro y fomenta la estéril bipolarización. Los políticos de 1977 votaron la Amnistía porque sabían que era lo que convenía -a rojos, azules y los otros- para que España fuera una democracia. Y no hubo juicios de Núremberg porque Franco sobrevivió a Hitler, murió en la cama mucho después, y el instinto de la conveniencia se impuso al deseo de justicia (o de venganza).

Sería lamentable que ahora los nietos de Carrillo, Felipe, o Tarradellas fueran más “puristas” y no supieran que Franco y Queipo de Llano fueron golpistas (estos sí, de verdad), pero que la II República… no fue un éxito. Y que los hijos de Adolfo Suárez y las Isabel Ayuso de hoy se dejaran tentar (como algunos ministros de Rajoy) por hacer bandera del himno de la Legión. Sería una versión celtibérica del teatro del absurdo.

Estamos viendo que a más bipolarización, más impotencia. La izquierda pierde fuelle y la derecha cae prisionera de Vox. Felipe González y Carrillo, dos izquierdas que nunca se llevaron bien, coincidieron en la amnistía, la Constitución del consenso y los pactos de La Moncloa con Adolfo Suárez. Por algo sería.