Opinión | ANÁLISIS

Ayuso-Casado: Madrid es un problema para todos, también para Madrid

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado.

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. / José Luis Roca

Este miércoles, un millar de empresarios se reunieron en Madrid para reivindicar el corredor ferroviario del Mediterráneo. La periferia siente a menudo la necesidad de expresarse en la capital. Y no lo hace para convencer a los madrileños sino a una parte de ellos: los altos funcionarios del Estado (en su cabeza les estaban hablando del corredor del Levante) y sus dirigentes políticos. De manera que cuando decimos que alguien se manifiesta en Madrid, lo que estamos diciendo es que protesta ante el Estado.

Los países con capitales federales no padecen esa contradicción, pero en el imaginario español Madrid es un constructo que pervierte muchos debates, políticos y económicos. Esta confusión impacta directamente en la vida interna de los partidos de manera que, si nos fijamos, los tres partidos grandes del Congreso tienen problemas con su organización local de Madrid. Porque nadie sabe exactamente qué es Madrid, si un simple escenario o el cerebro del Estado.

Ayuso le fastidia la fiesta a Casado

Como explicaba esta semana Luis Sánchez Merlo en estas páginas, la pelea de gallos con Isabel Díaz Ayuso ha deslucido el mensaje de unidad que consiguió lanzar Pablo Casado tras la convención nacional del PP. Esta tensión colapsa las cuotas de pantalla informativa del PP, tanto en los medios afines como en los hostiles. Los dirigentes de la periferia se han desgañitado denunciando esta actitud suicida que llega a tener episodios delirantes como la filtración de Whatsapp o el bloqueo entre dirigentes del mismo partido en los chats. Pero la batalla entre los lugartenientes de una y de otro no ha cesado sino todo lo contrario. Es una batalla por el poder, que posiblemente se arreglaría si Casado contratase al jefe de gabinete de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez como asesor, igual que en los tiempos de Aznar. Pero también tiene trasfondo político, muchos presidentes regionales del PP saben que no pueden bajar impuestos como Ayuso simplemente porque no tienen los ingresos derivados de la capitalidad. Dicen en voz baja lo que Ximo Puig desde el PSOE proclama a los cuatro vientos. Pasa con los impuestos como en la meteorología de ciertos medios de comunicación en los que cuando llueve en Madrid, llueve en España.

De hecho, Redondo cayó en la capital

Por mucho storytelling que le ponga ahora, visto con la perspectiva del tiempo, la crisis de gobierno de julio fue el resultado directo de la derrota del PSOE en las elecciones regionales de Madrid en mayo. Dirigentes políticos, empresariales y periodísticos guardan en sus móviles los mensajes de Iván Redondo, entonces jefe de gabinete de Pedro Sánchez, llegados hasta el mediodía de aquellos comicios anunciando la inminente victoria de Ángel Gabilondo que horas después cosechó, y no por su culpa, el peor resultado de la historia. Redondo cayó definitivamente en desgracia tras ese episodio en el que, una vez más, Madrid era el tablero de la lucha por el poder en el Estado, sin tener en cuenta para nada a los madrileños que no son altos funcionarios del Estado ni directivos de multinacionales con tarifa en el BOE. Desde los tiempos de la segunda república, como recordaba Tarradellas, la Federación Socialista Madrileña es la piedra en el zapato del PSOE. Y no gobierna desde 1995 con Joaquín Leguina.

Errejón, la versión de Podemos

También en el espacio político de Unidas-Podemos tiene Madrid un protagonismo singular. En esas elecciones de mayo, el partido de Iñigo Errejón, Más Madrid, dobló en escaños al Podemos encabezado por Pablo Iglesias. Una de las posibilidades que maneja Yolanda Díaz en la construcción de su nueva marca electoral es llegar a un pacto con Errejón que le deje libre el espacio electoral en Madrid, donde no se presentaría Podemos, a cambio de que no replique en otras comunidades autónomas la marca Más... Otra vez estamos en lo mismo, Madrid como plataforma para controlar el Estado o Madrid como comunidad autónoma con problemas medioambientales, sanitarios, educativos, etc. Tras el varapalo del Estatut del 2006, la versión independentista del catalanismo abandonó su empeño de transformar el Estado, cansado de las trifulcas con ese Madrid que es su encarnación material. Catorce años después podría tener muchos aliados inesperados en esa transformación si recuperara el interés en hacerla.