Opinión
González Casanova
El exdirigente del ‘Felipe’ creía que Felipe González era “un democristiano ateo”. Pero lo votaba
Hace una semana murió, a los 86 años, José Antonio González Casanova, que junto a Solé Tura, Isidre Molas y Josep Maria Vallès, fue un puntal de la cátedra de Derecho Político de Manuel Jiménez de Parga, un foco de oposición a la dictadura en los años 60.
González Casanova, muy ligado al catolicismo opuesto a la Iglesia preconciliar, fue también dirigente de un grupo clandestino contrario al franquismo y muy relevante en su tiempo, el FLP (Frente de Liberación Popular), conocido como el 'Felipe’. En Cataluña se llamó FOC (Front Obrer Català) aunque la mayoría de ellos eran universitarios.
El 'Felipe’, fundado en 1958 por el diplomático Julio Cerón, agrupó a jóvenes -muchos tenían poco más de 20 años en 1960- que querían derribar a Franco, fueron muy activos y compartían lo que Jordi Amat ha descrito como “temprana fascinación por la izquierda revolucionaria”. El PSOE les parecía de derechas y no les atraía ni la URSS ni el dogmatismo del PCE. Los modelos eran Cuba, la Yugoslavia de Tito, enfrentada a Stalin, y la revolución argelina.
El 'Felipe’ desapareció. ¿Por qué llegó a España el crecimiento? ¿Por qué Cuba fracasó? Lo cierto, muchos de sus dirigentes emigraron a otros partidos.
En Cataluña, Miquel Roca cofundó con Jordi Pujol CDC, pero Narcís Serra, Pasqual Maragall, Isidre Molas, Rudolf Guerra y otros fueron un grupo impulsor del PSC. En Madrid hubo igual dispersión ya que militaron desde José María Maravall, luego muy próximo a Felipe González, Joaquín Leguina y José María Mohedano hasta José Pedro Pérez Llorca, ponente constitucional y dirigente de la UCD.
González Casanova estuvo en la fundación del PSC, participó en la elaboración de la Constitución y fue miembro del Consell de Garanties. Pero, quizás por su gran independencia, no tuvo un papel político relevante.
En la segunda legislatura de Aznar le invité a varios coloquios en BTV y me pidió que le presentara un libro que recogía sus artículos publicados desde 1974 hasta aquel momento. Recuerdo que dije que el libro permitía seguir la reacción de un socialista de izquierdas a la evolución política española.
Me corrigió. “No soy un socialista de izquierdas, solo un socialista. Sí, he votado siempre al PSOE, y a gusto, porque entre un partido de centro y otro de extrema derecha -esa es la opción- no tengo dudas”. Siguió: “Pero, vamos a ver, Felipe González no es socialista sino más bien un demócrata cristiano ateo”. Hubo un murmullo en la sala de Planeta de la rambla de Cataluña y, ajustándose las gafas, remató: “¿Y Alfonso Guerra? No es socialista, sino un peronista que ha leído a Antonio Machado”.
¿Injusto? ¿Caricatura? Quizás, pero González Casanova, a quien le gustaba Mahler tanto como a Guerra, era un intelectual inquieto y la caricatura, si es aguda -y lo era- ayuda a entender la realidad. Y, cierto, el gran activo de Felipe González es haber gobernado no solo para los suyos (de ahí su pelea con la UGT de Nicolás Redondo), sino pensando en intereses más amplios y eligiendo la opción -nada castrista- de integrar de una vez por todas a España en las prósperas economías de mercado europeas.
A su manera González Casanova lo criticaba -y lo reconocía- al calificarlo de centrista. Tras llegar al poder en 1982, muy avalado por el SPD de Willy Brandt, cultivó a fondo la relación con Helmut Kohl.
González Casanova añoraba el ‘Felipe’ de los 60, pero sabía que su tiempo había pasado. No ambicionó cargos del PSC ni del PSOE. Con votarlos -por eliminación- era suficiente.
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