Opinión

Calviño: cuando a la economía le falta discurso político

La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, junto al comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni

La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, junto al comisario europeo de Economía, Paolo Gentiloni / AFP/JOHN THYS

Desde los tiempos de Enrique Fuentes Quintana en el primer gobierno de Adolfo Suárez, la vicepresidencia económica ha sido el mayor contrapeso político de la Moncloa. Miguel Boyer nunca logró ese puesto con Felipe González por el celo de Guerra. Rodrigo Rato, ahora parece un chiste, lo fue con Aznar y Solbes con Zapatero al arrancar la crisis financiera. Rajoy nunca quiso deshojar la margarita -en su línea- entre Montoro y Guindos. Y Pedro Sánchez recuperó el puesto para dárselo a Nadia Calviño, primero para contrarrestar a Pablo Iglesias y, después, a Yolanda Díaz. En eso estamos, en una especie de yin y yang que no acaba de funcionar y causa un creciente desconcierto entre los empresarios y, últimamente, entre los sindicatos y en Bruselas. 

El perfil de la vicepresidenta

Nadia Calviño es graduada en Economía y en Derecho. Pertenece al Cuerpo de Técnicos Comerciales y Economistas del Estado, el equivalente en materia de números a los Abogados del Estado en asuntos jurídicos. Y cuenta con una larga experiencia en la Comisión Europea en Bruselas. Ese aspecto de su currículum fue decisivo en la elección por parte de Sánchez. Calviño refleja ese acervo europeísta que surge de la fusión intelectual entre la democracia cristiana y la socialdemocracia.

Lo que Podemos y Vox -que aspiran a suceder desde los extremos a unos y a otros- llaman “la casta” para ganarse apoyos en las redes sociales polarizadas. Calviño habla, decide y legisla con un ojo puesto en Bruselas, aunque ello provoque incomprensión en sus propias filas, especialmente en los presidentes autonómicos o en los alcaldes que sienten en aliento de Podemos en su cogote. 

La perplejidad de los empresarios

Desde hace unos meses, ese perfil europeísta de la vicepresidente económica ya no garantiza simultáneamente la tranquilidad del empresariado. Una parte de los directivos no entiende su pasividad ante una inflación desbocada que amenaza con hacer trizas el cuadro macroeconómico del Gobierno (previsiones de crecimiento, recaudación, déficit y deuda) y que ya se ha convertido en el principal problema de las empresas, tanto por el encarecimiento de la energía y de las materias primas como por la presión al alza de los salarios.

La expectación es máxima por ver cómo afronta este debate el nuevo gobierno alemán que, a fuer de socialdemócrata, no dará respiro a una alza incontrolada de precios. La subida de tipos de interés y el freno a la compra de deuda están en el horizonte. A este desasosiego se suma el atasco en el reparto efectivo de los fondos europeos. Y la reforma laboral no pinta nada bien para los intereses de la patronal. 

El paraguas que Sánchez no abre

Calviño hace un trabajo impecable desde el punto de vista del presidente del Gobierno en la medida que le exime de corregir en público a los socios de Gobierno, y a los parlamentarios, y le evita gastar tiempo en calmar a Bruselas. Lo que no está tan claro es que el presidente haga lo suficiente para arropar y dirigir a Calviño. No tanto en los gestos explícitos como en el discurso político. Y lo cierto es que este es un Gobierno que no tiene una política económica que se pueda entender en una frase. Como señalan muchos empresarios, y también sindicalistas, no es previsible y las medidas que se toman son, a menudo, erráticas o tardías.

Fiarlo todo a los fondos europeos puede tener sentido cuando se pone en marcha la recuperación, pero no sirve para la transformación de la economía española que esperan los socios del norte de Europa y exigen tanto patronal como sindicatos. La lluvia de millones podría no tener los efectos descritos en la fábrica de discursos de la Moncloa y el presidente carece de un hilo argumental que vaya más allá de dibujar las bondades de esa tierra prometida. Falta explicar cómo y por qué se van a superar las dificultades para llegar hasta ese paraíso. Y el tiempo se agota. Sánchez no va a regalar a Podemos un balón de oxígeno como el de romper la coalición por la reforma laboral. Pero el currículum de Calviño empieza a no ser suficiente, aquí y en Bruselas, para compensar la vacuidad del discurso económico del presidente. El camino se estrecha de aquí al mes de diciembre y, sobre ese vacío, Vox coloca la grandes 'fake news' sobre el riesgo de apagón.