Opinión | GEOPOLÍTICA

Fútbol y derechos humanos

Mohamed bin Salman.

Mohamed bin Salman. / AFP

El mundo se divide entre países amigos y enemigos, no importa la crueldad de quien los dirija. Suele coincidir con otra clasificación: países con riquezas naturales frente a países pobres. El caso del príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed ben Salman, es extraordinario. Gobierna de facto una dictadura religiosa que exporta wahabismo, una visión peligrosa del islam, de la que beben grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), que llevan esa ideología rigorista al extremo. Digo gobierna porque su padre, el rey Salman, es un elemento decorativo.

La expansión wahabí en África y Asia perjudica a los intereses de EE UU y Europa. Se consideran efectos secundarios de una amistad lucrativa. Nos escandalizamos con los talibanes por su trato denigrante a la mujer, pese a que Arabia Saudí tampoco es ejemplar. La diferencia es que Riad tiene petróleo a espuertas (las mayores reservas conocidas).

También es una pieza clave en el complejo tablero de Oriente Próximo. Es el aliado principal de EE UU e Israel, además de Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Todos participan en un partido contra el Irán de los ayatolás. Los iranís también tienen mucho petróleo pero no nos dejan jugar con él. Fueron claves junto a los chiís de Irak, los libaneses de Hezbolá y los kurdos sirios en la derrota del EI en Siria. Fue una alianza de conveniencia: EE UU bombardeaba desde sus aviones y ellos peleaban pie a tierra por cada centímetro del campo de batalla.

El príncipe Mohamed ben Salman es inmune a la persecución, boicot o congelación de sus cuentas bancarias, el procedimiento habitual de Washington con los no amigos

El príncipe Mohamed ben Salman es inmune a la persecución, boicot o congelación de sus cuentas bancarias, el procedimiento habitual de Washington con los no amigos. Está bendecido pese a que los servicios de espionaje estadounidenses sostienen que fue el jefe de la operación encubierta que acabó con el descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi en el interior del consulado saudí de Estambul. Lo asesinó un comando de hombres del príncipe enviados para acallar una voz molesta.

Han pasado cuatro años del asesinato, se cumplieron el 4 de octubre. No hay detenidos pese a que todas las pistas apuntan a MBS, que es como la prensa anglosajona llama al príncipe. Las iniciales caben mejor en los titulares que tanto frecuenta. Es cierto que en Riad hubo varias detenciones y un presunto juicio, pero sin información ni transparencia. Fue una mascarada. El cerebro y sus matones están a salvo.

La semana pasada, un ex alto cargo del espionaje saudí, Saad Aljabri, exiliado en Canadá desde 2017 y que fue objetivo del mismo comando, aseguró en el programa ‘60 Minutes’ de la CBS que el príncipe heredero es un psicópata, que presumía de haber podido asesinar al rey anterior, Abdalá, para colocar a su padre en el trono. Es la primera vez que Aljabri habla en una televisión occidental.

Aunque MBS apenas sale de Arabia Saudí (ha viajado a los vecinos Emiratos Árabes Unidos), en 2019 se paseó por la cumbre del G20 en Argentina. Fue una demostración de sus privilegios. Él no es Pinochet. Logró una foto de familia con los líderes del G20 y que el ruso Vladimir Putin le estrechara la mano. Manda el dinero sobre los derechos humanos.

Ha sucedido lo mismo con la compra del club de futbol inglés Newcastle United por un grupo de inversión saudí presidido por MBS. Los aficionados celebraron la noticia como si hubieran ganado el título de liga, algo que no logran desde mediados del siglo XX. Quedaron en un segundo plano Khashoggi y el asesinato de otros disidentes, la aplicación sistemática de la pena de muerte y la situación de la mujer en el reino saudí. Tampoco se habla de la guerra de Yemen liderada por Riad que ha causado miles de muertos.

Para los fans solo existe el dinero y la esperanza de que su equipo, que lucha por no descender, se convierta en un nuevo PSG o Manchester City y pelee por la Champions League dentro de unos años. Tras medir la cotización de los principios en Occidente, el fondo de inversión del príncipe se dispone a comprar el Inter, una pieza mayor. Solo falta que MBS acabe sentándose en los palcos de los estadios con más solera.

En el caso del FC Barcelona hay marejada con ese asunto. El club jugará el próximo 14 de diciembre un amistoso con el argentino Boca Juniors en Arabia Saudí en homenaje a Diego Armando Maradona. El Barça cobrará por el partido dos millones de euros. En la Asamblea de compromisarios, los socios incluyeron en los estatutos un compromiso de respeto a los derechos humanos. Votaron a favor el 96 % de los asistentes. En cuanto ruede el balón, primará el ‘business’ y el olvido, como en el G20.

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