Opinión | EUROPA

Merkel en Yuste

Merkel en Yuste

Merkel en Yuste / AFP

Dar un premio de alto nivel en Yuste, el ameno lugar de la Extremadura, es un símbolo adecuado de una correcta relación con nuestra historia. Otorgárselo a Merkel intensifica esta condición simbólica por diferentes razones. Y ofrecérselo al final de su carrera como estadista de talla mundial, realza aún más el conjunto de señales que hacen significativo este premio. Merece la pena reflexionar sobre estas razones y explicitar su interés.

Ante todo, no pensemos que ese retiro de Carlos V es una curiosidad. Es la fidelidad a una antigua tradición europea. Desde que Raimon Llull escribió su Libro de la orden de caballería, el perfecto caballero sólo tenía un destino al final de su vida: marchar al desierto, convertirse en eremita y entregarse a la meditación, purificándose de los inevitables descarríos que habría contraído en el ejercicio de su profesión en el mundo. En realidad, cuando Llull escribió esta obra tenía muy presentes los ideales del caballero cristiano del Císter, que circulaban por Europa desde Bernardo de Claraval. Que esto era así antes de Llull, se ve de forma muy clara en la muerte de Jaume I, quien tenía bien dispuesto que a su muerte fuera recubierto con el hábito cisterciense. De este modo viajó desde Alzira hasta Valencia, cumpliendo con el imaginario de lo que había sido, un rey cruzado.

Estos mismos ideales atravesaron toda la Edad Media y llegaron intactos a la modernidad. Y lo hicieron, entre otras cosas, porque el libro de LLull fue traducido al inglés y al francés. Lo recuerda la eminente Francis Yates en su libro Astrea. En efecto, la obra de Llull fue vertida al inglés por William Caxton entre 1483 y 1485, con el título literal de Book of the Ordre of Chyvalry. Sabemos que hubo una traducción anterior al francés, y otra escocesa, que sirvieron de antecedentes. Esta traducción inspiró la figura del perfecto caballero inglés, sir Henry Lee. En todas las versiones, el final del caballero era convertirse en eremita y eso es lo que hizo el propio Lee al final de su vida.

Podemos dejar aquí la suerte del libro de Llull, a pesar de que es mucho más interesante. Pero que no era una influencia arcaizante, sino muy viva, lo testimonia nuestro Carlos V, que también decidió al final de su carrera hacerse eremita en lo que por aquel entonces era el yermo de Yuste. Esta decisión no procede en modo alguno, como a veces se dice, del cortesano Antonio de Guevara. Al contrario. Este se hace eco de la leyenda del emperador Adriano y su gusto por la conversación con los campesinos del Danubio y la celebración de la vida en la aldea, justo porque conocía que estos imaginarios eran los propios del emperador, a quien servía con una dedicación que producía incomodidad entre otros cortesanos menos reverentes, como el genial Villalobos.

Que esto era así, lo sabemos tan pronto echamos una ojeada al libro de viñetas en el que aprendió Carlos V los valores supremos de la vida a la que estaba destinado. Se trata de El caballero determinado, de Olivier de la Marche, escrito a finales de siglo XV quizá para su bisabuelo del mismo nombre. Carlos V amaba tanto el libro, que trabajó en una traducción al castellano que hizo imprimir. Siempre la llevaba consigo y desde luego la tenía en Yuste. Lo más espectacular es que el grafismo de las viñetas del libro recuerda el mundo de Llull, que se mantenía vivo. El sentido del texto es el mismo. En ambos, un ermitaño convence a un caballero joven de que al final de su vida el también lo será.

Tenemos así una preparación para la muerte en la soledad de la meditación y el retiro del mundo, y es muy notable que en ese ejercicio se preserve sobre todo la memoria. Lo que así se funda es la institución de la historia. La última batalla del caballero debía superar el Desconcierto de la vida y llegar a la meta, vivir ante el Entendimiento, en lo que el libro llama «la casa de la razón», tal y como en su juventud le anunció el maestro ermitaño en el lejano encuentro. Debemos estar seguros del poderoso impacto de esas viñetas sobre el joven Carlos, que definió en su lectura continua el superyó heroico y al mismo tiempo melancólico que da a su personalidad ese contraste tan característico.

El hecho relevante no es que Carlos se fuera a Yuste porque hubiera sido derrotado. Se fue porque al final siempre espera la derrota

A esta luz, el hecho relevante no es que Carlos se fuera a Yuste porque hubiera sido derrotado. Se fue porque al final siempre espera la derrota. Sin embargo, y aunque lo supo desde siempre, eso no hizo menos determinado al caballero que era. Al contrario, lo fue justo porque esperaba ese final. Celebrar Yuste como lugar nacional es adecuado porque celebra esa mezcla inseparable de determinación y de derrota que constituye no nuestra historia, sino todas las historias. Pues la historia sólo supera el Desconcierto, ese personaje principal de las batallas que esperan al caballero, justo cuando ya en la soledad y el retiro se recuerda y se logra el Entendimiento.

Ese desconcierto lo vemos muchas veces en la peripecia increíble de Carlos, en sus angustias continuas; pero el caballero determinado siempre emerge en él, como un enérgico Quijote perdido en su locura. Y sin embargo, la derrota es la experiencia definitiva. Recordar esto, otorgando uno de nuestros grandes premios internacionales, es formidable, porque muestra que también los pueblos saben encajar sus derrotas históricas y determinarse de nuevo, a través del entendimiento y de la razón, en las causas adecuadas. Y premiar a los artífices de la Unión Europea es la mejor forma de confesar que otrora, con Carlos, tuvimos una idea de Europa equivocada, pero que ahora tenemos la adecuada, la que brota del entendimiento y de la razón. Pero más allá de ello, es afirmar que se puede disponer de una historia correcta o equivocada de Europa, pero no podemos tener historia sin ella.

Eso nos es común a todos los pueblos europeos y por ello debemos esforzarnos en forjar la idea correcta. Ofrecerle el premio a la señora Merkel, que procede de aquella Alemania que tanto combatió Carlos, tiene todo el sentido. Hermana un poco más a dos pueblos que lucharon entre sí, que se han equivocado en la historia, pero en los que todavía anida el ímpetu del caballero determinado, que reflexiona y halla razones de su derrota para superarla. Todos los pueblos de Europa somos derrotados por la historia. Como el caballero de Llull. Quizá algún día esta corporación de derrotados podamos mirar el mundo con firme determinación, desde la óptica del yermo de Yuste, desde el abandono de los ideales gloriosos y desde el humilde sentido de la tierra y sus paisanos. ¿Y quién mejor que Merkel para ejemplificar ese nuevo estilo europeo?  

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