Opinión | LITERATURA

Carmen Mola y el caso Sokal

En 1996 el físico Alain Sokal envió un artículo a Social Text, una revista académica de estudios culturales. El artículo se titulaba 'La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica'. Entre otras cosas, explicaba que «cada vez resulta más evidente que la ‘realidad’ física es fundamentalmente un constructo social y lingüístico».

La teoría científica, decía, «no puede afirmar un estatus epistemológico privilegiado con respecto a las narrativas contrahegemónicas que emanan de comunidades disidentes o marginalizadas», y que por tanto debían establecerse «una ciencia liberadora» y una «matemática emancipatoria», que se alejaran del «canon de la ‘ciencia elevada’» y aportaran «un poderoso apoyo intelectual para el proyecto político progresista». La revista publicó el artículo y Sokal explicó que había sido un experimento para mostrar la falta de rigor intelectual de la publicación y el medio académico posmoderno: aceptarían cualquier cosa que sonara bien y que encajara con su ideología.

Toda buena sátira es profecía, y los disparates que ponía Sokal para desenmascarar un fraude intelectual ya no nos sorprenden: oímos discursos bastante cercanos en sectores de la academia, en medios y en partidos políticos. También se dice que Lutero denunciaba la corrupción de la Iglesia en Alemania precisamente porque allí había menos.

Seguramente, Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero, los tres autores que se ocultaban tras el seudónimo de Carmen Mola, no pretendían hacer nada parecido a Alan Sokal. Escribieron unas novelas, firmaron como mujer, vendieron muchos libros y ganaron el Premio Planeta. Pero la indignación que ha producido el caso tiene que ver con un elemento Sokal. En los últimos años hemos leído muchos artículos sobre el machismo en el mundo editorial, sobre la visibilidad de las escritoras, sobre si los hombres leían a las mujeres. Que sigan existiendo muchos elementos de desigualdad entre hombres y mujeres no es incompatible con el hecho de que el editorial es un sector bastante feminizado, con muchas mujeres en puestos de poder, muchas agentes y editoras, escritoras muy leídas y respetadas.

Los lectores prestan atención a las escritoras; los medios también, a veces porque saben que durante mucho tiempo han sido negligentes. El caso de Carmen Mola lo muestra: George Eliot firmaba como hombre. Ahora algunos parecen creer que unos seudónimos están bien y otros son inaceptables, que se invisibiliza a las mujeres y a la vez inventarse a una escritora es oportunismo. El fárrago hace que creamos cualquier cosa y algunas posiciones son inmunes a la contradicción, pero de vez en cuando recordamos la elocuencia de los hechos.