Opinión | ECONOMÍA

¿Inflación? Esa es la cuestión

En junio, cuando se palpaba que el coronavirus era derrotado y las economías se empezaban a recuperar, reinaba el optimismo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) subió sus previsiones de crecimiento mundial y el clima en las jornadas del Cercle d´Economia de Barcelona era similar al sol radiante. Volvíamos al crecimiento, que sería sostenido porque los bancos centrales aseguraban que iban a mantener la expansiva política monetaria. Y el gasto público -para salir de la crisis- era aplaudido hasta en Alemania. 

Pero en octubre han aparecido nubes peligrosas. Aparte de que Biden no acaba de ganar la batalla por el fuerte aumento del gasto social y de infraestructuras (negativa republicana y división de los demócratas), el retorno de la actividad ha hecho aparecer cuellos de botella en el aprovisionamiento de muchas industrias, como el automóvil. Los precios del petróleo y, todavía más, del gas natural -el suministro depende de Putin en Europa y de Argelia en España- se han disparado. Y el FMI ha corregido a la baja el crecimiento. En España medio punto este año, hasta el 5,7% (Calviño prevé un 6,5%), aunque lo sube algo para 2022. El INE ha rebajado el aumento del segundo trimestre y muchos indicadores -el último, la encuesta de la Cámara de España del jueves- detectan ralentización.

La nube más negra es el resurgir de la inflación. En septiembre en Estados Unidos está en el 5,4% cuando hace poco no llegaba al virtuoso 2%, y en España se ha situado en el 4%, la más alta desde 2008. Ahora la gran incógnita es si esta inflación es pasajera -se debe solo a un repunte desordenado de la actividad al salir de la pandemia- o, por el contrario, se mantendrá en el tiempo y frenará la recuperación. Hasta hace poco se creía (la Reserva Federal americana y el BCE lo certificaban) que era circunstancial.

Pero hay alarma. Ya nadie está seguro. El FMI ha dicho que los bancos centrales deben estar “muy, muy vigilantes” ante la inflación y -si persiste- endurecer la política monetaria y subir los tipos de interés. Pero el FMI no acaba de creérselo porque prevé que la inflación media en las economías avanzadas sea solo del 2,8% (1,2 puntos más de lo previsto en abril) y que en 2022 baje al 2,3%. Entonces, ¿por qué tanta alarma?

Por tres razones. Una, la evolución de los últimos meses choca con el pronóstico. Dos, hay riesgo de que el alza del gas natural y la electricidad genere una espiral precios-salarios que haga que la inflación se autoalimente. 

Pero el gran peligro es que, si la inflación tira al alza, los bancos centrales estarán obligados a subir los tipos de interés lo que -si el aumento es sustancial- puede abortar la recuperación y gravar más la factura de intereses de los países más endeudados (Italia, España y Francia, entre las economías avanzadas). Y ello forzaría a corregir la permisividad fiscal imperante durante la pandemia. 

El FMI y los bancos centrales (más el BCE, presidido por la francesa Christine Lagarde) saben el coste social -y la gasolina al populismo- de este cambio de rumbo. Recuerdan las consecuencias de los recortes tras la crisis de 2008 y no lo quieren adoptar. Pero si la inflación se convierte en una amenaza seria a la estabilidad acabarán teniendo que hacerlo. Y nadie tiene la bola de cristal. Hay expertos serios para los que esta inflación es circunstancial y otros, no menos solventes, que aseguran que el desastre ya está aquí. 

Una hipótesis sensata es que la inflación subirá, del 2%, hasta ahora el límite virtuoso, al 4%. Ello obligaría a ir poniendo fin ordenadamente al dinero barato y la permisividad fiscal, pero sin traumas. 

Y ojo, porque España ha hecho un presupuesto de 2022 confiando en un crecimiento del 7%, que el FMI baja al 6,4%. La socialdemocracia sabe (otra cosa es Podemos) que no puede avalar más gasto social (siempre justificable) pensando que la deuda (el déficit previsto de 2022 es de 80.000 millones) será siempre enjugada por el BCE y las ayudas europeas. 

Pedro Sánchez tiene un consuelo. El FMI cree que nuestra inflación media del 2021 será del 2,2% (a primeros de año fue más reducida) y que en 2022 caerá hasta el 1,6%. Ojalá, pero las previsiones -incluso las de FMI- son ejercicios que luego deben ser revisados. A menudo, a peor.

Ni Sánchez ni Casado pueden permitirse seguir peleándose sobre el gobierno de los jueces, o sobre si la hispanidad es equiparable a la romanización. Déjense de estupideces y miren a Mario Draghi, que conoce bien la sede del BCE.