JJOO
El día que los Juegos purificaron al fútbol

Fermín celebra la medalla de oro olímpica de España de fútbol masculino. / Ap
Fue imposible no emocionarse con el oro de Jordan Díaz en el triple salto frente a su némesis, Pedro Pichardo, remitiendo el éxito a los logrados en su día por Ruth Beitia en salto de altura en Río 2016, o de Fermín Cacho en los 1.500 metros de Barcelona 92. El atletismo, con permiso de la natación y la gimnasia, es el deporte rey de los Juegos. De ahí la trascendencia histórica.
El fútbol, en cambio, siempre será un deporte observado con sospecha en el olimpismo. Que la industria –sobre todo–, los agentes, los medios y la afición se hayan llevado por delante buena parte de su decencia para convertir a los jugadores en estrellas mesiánicas, por supuesto, no ayuda.
Ahora, fíjense en las celebraciones de Fermín López, de Álex Baena o de Sergio Camello, héroes en la final olímpica frente a Francia. Y quizá, en unos años, las recuerden con la misma nitidez como lo hacen con aquella de Kiko Narváez cuando se abrazó de rodillas, sobre el césped del Camp Nou, al ‘Chapi’ Ferrer. Fue en la final de Barcelona 92. Los Juegos humanizan. Purifican. También al fútbol.
No hizo falta que por el Parque de los Príncipes comparecieran las grandes estrellas que canibalizan con sus quehaceres la actividad informativa para vivir un partido monumental. Y que se llevó España gracias a Fermín, un chico rubito de El Campillo (Huelva) que juega con las medias bajadas, y que el Barça supo rescatar a tiempo del Linares; y gracias a Sergio Camello, un delantero talentoso criado en el barrio madrileño de San Blas, al que el Atlético llevó al exilio del Rayo Vallecano, sin demasiada fortuna, y que en estos Juegos sólo había asomado una vez, en la derrota en la fase de grupos contra Egipto. Camello, en la prórroga, y en un escenario que sólo debió intuir en sueños, aprovechó el momento de su vida. No tuvo más que ser él. Como Fermín. Como el almeriense Álex Baena. O como todos esos futbolistas que ganaron a su manera, lejos de la toxicidad del día a día. Disfrutando del juego. Sin tener que esconder que aún siguen siendo niños.
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