CRÓNICAS GASTRONÓMICAS
Vittorio Gassman y el corcho de aquel burdeos
Del gag en Francia protagonizado por el gran actor italiano con una botella de Château Lafite a la firmeza de Ugo Tognazzi defendiendo las calificaciones de sus platos, que en broma le otorgaban los amigos

Vittorio Gassman y el corcho de aquel burdeos / LUCULO VITTORIO GASSMAN UGO TOGNAZZI
Lucas M. Alonso
Pronto, en junio, se cumplirán veinticinco años de la muerte de Vittorio Gassman, uno de los grandes actores italianos de todos los tiempos, además de un personaje incomparable según coinciden en destacar quienes lo conocieron y trataron. El resto de los mortales hemos tenido que conformarnos con sus películas: "Il sorpasso", "I soliti ignoti", "Il mattatatore", "La Gran Guerra", "La marcha sobre Roma", "Arroz amargo", "La armada Brancaleone", entre tantas otras. Estas que cito se estrenaron en España y todas tienen, por tanto, títulos en castellano; si recurro en algún caso a los originales italianos es por una simple manía personal identificativa y supongo que a estas alturas ya incurable. Y no hay que olvidarse de aquella otra película postrera, "La cena" (1998), dirigida por Ettore Scola, compuesta de las pequeñas historias de los diversos clientes que acuden puntualmente al restaurante romano de Flora (Fanny Ardant), y el inolvidable intercambio de impresiones con Giancarlo Giannini.
La comida, al igual que en la conversación, está íntimamente ligada a la pantalla en Italia. Dentro y fuera de ella por la afición gastronómica del propio mundo del cine. De hecho, Gassman, en la década de los setenta, en la cumbre de su carrera, protagonizó un gag en torno al vino que con el paso de los años se fue convirtiendo en una de las anécdotas más citadas sobre su personalidad. La cuenta, como testigo directo que fue, Paolo Villaggio. En compañía de Villaggio, escritor satírico, actor y creador de la figura del contable Ugo Fantozzi, y de su inseparable Ugo Tognazzi, Gassman almorzaba en un prestigiado restaurante francés de la Provenza, cuando decidió con porte regio, barbilla en alto, pedir la añada de Château Lafite Rothschild más cara de la carta. Una joya enológica, y su precio toda una fortuna. Entonces son tres comediantes lanzados, de vacaciones, con sus traseros pegados a las sillas de uno de los mejores restaurantes del mundo. En esa curva ascendente, Gassman no quiere dejarse impresionar, es él el que se va a comer una vez más el escenario. Su elección señalando el vino con el dedo, por si alguien puede pensar que se trata de un error, moviliza la sala. La orden del jefe de sumilleres pasa de boca en boca y la noticia se extiende rápidamente. "¿Sabes lo que han pedido?", es el comentario en la mayoría de las mesas.
Una vez descorchado el Château Lafite, tras el visto bueno de dos profesionales, le toca a Vittorio Gassman probarlo: "Sa di tappo" ("Sabe a corcho"), dice. Estupor. El sumiller se lo toma con calma e, inclinándose con respeto ante el cliente, vuelve a mostrarle la copa, sin pestañear. Tognazzi, que ya había empezado a ponerse nervioso por el elevadísimo precio del vino, suda, se remueve en la silla. Gassman, imperturbable, humedece nuevamente los labios y repite la sentencia: "Sabe a corcho". El sumiller titubea y avisa al encargado. "Acabaremos en el penal de Cayenne", murmura Tognazzi. El director toma la copa, la prueba. Gassman, le pregunta expresándose de modo concluyente: "Sabe a corcho, ¿verdad?". Este, mirándolo con acritud, responde categóricamente: "¡No!". Y se aleja. Gasmann ríe. Tognazzi respira aliviado. Se ha acabado la broma, ahora más de uno lo celebra.
Ugo Tognazzi halló en la cocina un nuevo escenario, aparte del teatro, cuando decidió sustituir uno por otra. Él mismo cuenta en su libro "Il Rigettario" la historia de la velada en la que el propio Villaggio le hizo enfurecer. Buen amigo, Villaggio tenía fama de provocador. En aquella ocasión se le ocurrió que habría que calificar cada uno de los platos que cocinados por Ugo. Este último aceptó a regañadientes: "Sí, vale, pero ¿qué calificación les damos? ¿Del 10 al 5?". Villaggio sugirió otra cosa: "Hagamos algo más creativo, empecemos con lo excepcional y luego pasemos a lo bueno, lo comestible y, por último, a la mierda, luego a la mierda con mayúsculas». Al final de la cena, llegó a un acuerdo con los demás comensales y lo transmitió al cocinero." Veamos qué nota has sacado con la pasta e fagioli (pasta corta con alubias)". Y sacó a relucir la primera nota, anónima, en la que estaba escrito: "Gran mierda". Sacó la segunda y leyó: "Gran mierda". Llegada la tercera, Tognazzi confiscó esta y las demás, y dijo indignado: "Buenas noches, podéis iros al infierno, o a casa, yo me voy a dormir, estoy harto". "¿Pero, qué haces con esas notas?", le preguntaron. Y él respondió: "Mañana las llevaré a un grafólogo".
Al contrario del guasón Gassman, Tognazzi admitía menos bromas con la cocina que con el resto de los asuntos importantes de la vida. En el prólogo de uno de los libros que escribió, "L’Abuffone" (El Glotón), admitió tener la cocina en la sangre, que, según él, además de los glóbulos rojos y blancos, en su caso incluía también un buen porcentaje de salsa de tomate. Tognazzi escribiría otros tres dietarios sobre el mismo asunto, "Il Rigettario", ya citado; "La mia cuccina" y "Afrodite in cuccina". El último de ellos, con dibujos de Guido Crepax y que como su título indica permite proyectar los deseos sobre esa relación sensual que esporádicamente mantienen los alimentos y el amor.
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