PLATOS SUPERVENTAS (III)

Las croquetas de U2 que Bono nunca probó

Casa Julio tiene más de 100 años de historia y uno de los platos con más fama de todo Madrid

Las famosas croquetas de Casa Julio.

Las famosas croquetas de Casa Julio. / Alba Vigaray

El número 37 de la calle de la Madera, una vía estrecha entre la calle de la Luna y la de Espíritu Santo que antaño fue hogar del gremio de carpinteros, de personajes como Francisco Quevedo y de medios como El País o El Correo Español, mantiene su característica puerta roja, tan buscada por locales y turistas que cada día, a excepción de los domingos, traspasan para pedir unas de las croquetas con más fama de la ciudad de Madrid.

Gran parte de su popularidad se debe a U2. En el año 2000, el grupo tenía que venir a Madrid para los Premios Amigo. Era un momento especialmente bueno para los irlandeses en España: Beautiful day encabezaba la lista de éxitos de Los 40 Principales y All that you can't leave behind empezaba a ser considerado su mejor álbum hasta la fecha. En esas fechas, tenían previsto también una campaña publicitaria, así que aprovecharon la ciudad como escenario de fondo. Se trasladó un fotógrafo desde Estados Unidos, que buscó localizaciones para hacer las mejores fotografías. Distintas circunstancias le llevaron a decidirse por el Círculo de Bellas Artes y por Casa Julio, en Malasaña. Allí comenzaron una jornada que se alargó hasta las cinco horas. Según su dueño, Luis Torres Gil, "se encontraron a gusto".

El posado de U2 en Casa Julio.

El posado de U2 en Casa Julio. / Cedida

Meses después, el negocio siguió más o menos igual. "Hubo clientes que empezaron a decirnos que por qué no poníamos la fotografía que teníamos con U2. Yo no le encontraba sentido, al fin y al cabo pensaba que era algo personal", explica Torres Gil a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA mientras señala una instantánea en la que sale con ellos. "Pero, tanto me insistieron, que al final la puse. Y de pronto me cambió la vida. Comenzó a venir gente para ver el sitio donde había estado el grupo. Y cada vez eran más y más personas... Todo cambió", relata.

La visita cambió el negocio

Luis Torres aprovechó esta afluencia de gente, sobre todo joven, para proponerle a su padre meter algo de cocina. Había que aprovechar el momento. Hasta entonces, salvo en alguna ocasión en la que su madre, Maite Gil, sacaba alguna tapa, servían como mucho aperitivos. "Esto era una taberna de barrio de las que había antes, que venían cuatro abuelos a jugar a las cartas. Mi madre alguna vez hacía croquetas, pero no las quería nadie. Te decían que para qué. Era otro tipo de clientela, que como mucho querían aceitunas con los chatos mientras jugaban al tute", explica.

"Lo que sí tomaron en la sesión de fotos fue un poco de café porque era temprano. Llegarían aquí como a las ocho u ocho y media de la mañana. Creo recordar que Bono picó un poco de tortilla o de chorizo, pero solo eso y más que nada porque se lo habíamos puesto. Así que fue casi por obligación", recuerda Torres Gil, que mantiene en la mente la imagen del cantante especialmente encantador y simpático.

Cada día se hacen unas 700 u 800 croquetas.

Cada día se hacen unas 700 u 800 croquetas. / Alba Vigaray

De esta forma, en Casa Julio se empezó a servir croquetas de jamón y atún con huevo, las que Maite solía hacer, además de algún otro plato. Pero ahí seguía el runrún de la visita de U2. Años después, un periódico describió la visita del grupo y añadió que las habían probado. Pero no: nunca llegaron a hacerlo.

"Yo jamás dije que comieron croquetas porque no lo hicieron. Lo que pasa es que luego, tanto la televisión como otros periódicos empezaron a hablar de nosotros. ¿Y qué hacían? Pues copiaban directamente el artículo de ellos, en lugar de preguntarme a mí. Continuamente iban diciendo que vinieron a comer croquetas, que estuvieron de fiesta... Eso desde luego ayudó mucho a la fama", asegura él.

De la taberna de U2... a la de las croquetas

Además de las de jamón y de atún con huevos, ahora también las sirven de queso azul, de espinacas, pasas y gorgonzola, de picadillo, de setas con puerro... "Hemos pasado de ser la taberna de U2 a ser la taberna de las croquetas. Eso también ha sido mérito mío", reconoce.

Las croquetas siguen la receta familiar. 

Las croquetas siguen la receta familiar.  / Alba Vigaray

Explica que su éxito no se debe a ninguna "receta especial": "Son las mismas croquetas que hace cualquier madre en su casa. ¿Por qué gustan tanto? Porque están hechas de forma totalmente casera. No entra ninguna máquina ni ningún ingrediente, como en otro sitios, para que ligue o para que aguante más. Se elaboran a base de estar ahí toda la mañana pum, pum, pum... Esa es la única especialidad". Cada día hacen unas 700 u 800 basándose en la receta de su madre, que previamente era la de su abuelo.

La visita del grupo no solo cambió la vida del negocio, también lo hizo la del propio Luis Torres. Licenciado en Ciencias Políticas y restaurador de profesión, el éxito repentino de su taberna familiar cambió radicalmente sus planes. Estaba previsto que Casa Julio terminase con la jubilación de sus padres, pero se decantó por continuar con el negocio familiar. Conmutó su tranquilo taller, donde restauraba arte, por esa taberna donde se escucha continuamente unas voces más altas que otras de grupos y parejas que, a determinadas horas del día, se hacen hueco como pueden entre la barra y sus mesas mientras sus camareros sacan sin parar raciones de ensaladilla, albóndigas o croquetas, además de las cañas y los vinos.

Cada día se fríen centenares de croquetas. 

Cada día se fríen centenares de croquetas.  / Alba Vigaray

Más de 100 años de historia

Así fue como, gracias a U2, siguió este negocio familiar que suma más de 100 años y que empezó con Julio, su abuelo. Su familia por parte materna proviene de Colmenar de Oreja. Eran (y todavía son) productores de vino. En los años 20 cogieron varios locales en Madrid para vender su producto. Su abuelo, que era su sobrino, fue la persona de confianza designada para trabajar en la calle Madera como encargado. Tenía 18 o 19 años. Ofrecían vino, gaseosa y sifones que los clientes se llevaban a casa. Su hija, Maite, y su nieto, Luis, nacieron solo dos pisos por encima del local.

Con los años, el despacho de vinos de Colmenar de De Oreja pasó a ser Casa Julio, cuyas paredes ahora están llenas de recortes de prensa y de fotografías de algunos de los tantísimos profesionales del cine y del teatro que frecuentan el barrio, muchos de ellos vecinos. Está el cómico Dani Mateo, que vivía al lado; la actriz Irene Escolar, una clienta que visitaba bastante el bar, a veces con el que fuera su novio, el también actor Martiño Rivas. Hay otra fotografía del premio Nobel José Saramago, cuya viuda, la escritora y periodista Pilar del Río, es una clienta también habitual, como la actriz Carmen Machi, que solía vivir en el barrio. Y así con otro gran número de caras conocidas que entretienen a los comensales (si es que hay sitio para hacer una ronda por el local).

Estas instantáneas se mezclan con otras de familiares, incluido su abuelo recién llegado, con clientes en los años 40, e imágenes de un local que ha ido transformándose por dentro para adaptarse a la época sin perder su esencia. La barra ya no está a la derecha, como antaño, sino a la izquierda. El aluminio ha pasado a ser mármol y madera, y las paredes se han arreglado.

Las paredes de Casa Julio están repletas de fotografías y recortes de periódicos y revistas.

Las paredes de Casa Julio están repletas de fotografías y recortes de periódicos y revistas. / Alba Vigaray

Pero no solo la taberna ha sufrido un lavado de cara, también el barrio ha cambio de distinta forma. Aquí Luis Torres ha vivido "varias Malasañas", aunque no siempre haya tenido este nombre. Recuerda los paseos con el sereno por la noche, mientras sus padres trabajaba en el local; los veranos en los que los vecinos sacaban las sillas a la calle para socializar al fresco; las puertas abiertas de los locales; las madrugadas en los años 80, el único momento en el que esas calles, como daño colateral de la heroína, fueron peligrosas; y las noches de ahora, llenas de locales y de turistas.

Señala que ya no quedan muchos vecinos de aquellos años. Están los hijos y nietos de otras generaciones que aún resisten en el barrio y que se mezclan con los tantos turistas, migrantes y gente joven que residen allí. Las noches son movidas pero, asegura, "las mañanas siguen siendo como las de un pueblo". Su negocio, y esa puerta roja, ayudan a mantenerlo.