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HISTORIA

El centro de mayores de Madrid que esconde una cárcel de la Inquisición: "A veces bromean con encerrarnos dentro"

Muchos vecinos de esta céntrica calle viven ajenos a lo que se esconde bajo sus pies: unas mazmorras del siglo XVI donde cientos de personas fueron represaliadas por el Santo Oficio

Esta cárcel pasa desapercibida para centenares de madrileños cada día.

Esta cárcel pasa desapercibida para centenares de madrileños cada día. / Javier Quintana

Madrid

La calle de la Cabeza, situada en el barrio de Lavapiés, fue bautizada en pleno siglo XVI a raíz de un incidente entre un sacerdote y su criado, que vivían en la misma. El segundo de ellos, enfermo de inquina, decapitó a su amo, en un asesinato que desde entonces recoge el callejero madrileño. A pesar de lo macabro del suceso, no es esta anécdota lo que hoy nos conduce a esta zona de Madrid, próxima a la Plaza del Cascorro.

Y es que en esta calle aún resuenan los gritos ahogados de centenares de prisioneros que, bajo su suelo, sufrieron cruentos cautiverios entre los siglos XVI y XIX. La Inquisición, tribunal eclesiástico que durante su existencia (1478-1834) condenó a muerte a más de 3.000 personas, instaló allí la llamada Cárcel Eclesiástica de la Corona, también conocida como Cárcel de la Inquisición.

El Centro de Mayores de Antón Martín guarda este secreto

Estas mazmorras son la razón que nos hace acudir a la citada calle, más concretamente a su número catorce, esquina con la calle Lavapiés. El edificio que nos atañe ya aparece en los Planos de Teixeira (s. XVII), aunque no se le atribuye ningún uso específico, sino que aparece como una vivienda más. Su origen, no obstante, es aún más previo. Actualmente, desde 2012 se ubica allí el Centro de Mayores de Antón Martín, por el que decenas de ancianos pasan cada día para comer o disfrutar de actividades destinadas a la tercera edad. Antes, también funcionó como corrala y taberna: el Del Avapiés, que funcionó hasta poco antes de que el Ayuntamiento de Madrid comprase el edificio e inaugurase el centro.

Hasta allí se desplaza El Periódico de España, y nada más llegar a la entrada nos topamos con un detalle, casi inadvertido, que sirve como pista de que el edificio en cuestión guarda algo especial en su interior. Al lado derecho de la puerta, nos percatamos de la presencia de varios pequeños agujeros que atraviesan la fachada a ras de suelo. Su peculiar ubicación invita a pensar en la función que tienen o, mejor dicho, que tenían siglos atrás. Sin más dilación, atravesamos la entrada del centro de mayores dispuestos a descubrir sus bajos fondos.

Agujeros en la fachada del Centro de Mayores de Antón Martín.

Agujeros en la fachada del Centro de Mayores de Antón Martín. / Javier Quintana

Visita 'privada' al corazón de la Inquisición española

Una vez dentro, no encontramos ningún distintivo que señale la existencia de patrimonio histórico visitable en el centro. Sabedores de que, sin embargo, nuestro objetivo se encuentra allí, preguntamos a la recepcionista del centro por la histórica prisión. Muy amablemente, coge un gran manojo de llaves y nos conduce hasta una recia puerta de madera. La abre, enciende las luces y nos pide que la avisemos cuando hayamos terminado.

La escalera que nos encontramos es empinada y lóbrega, pero ya no hay vuelta atrás. Comenzamos a descender escalones, cuando a medio camino la simpática recepcionista cierra el portón a nuestras espaldas. Estamos solos.

Escaleras de acceso a las celdas.

Escaleras de acceso a las celdas. / Javier Quintana

Ornamentos típicos del 'Madrid de los Austrias'

Tras descender el pasillo abovedado, llegamos a un sótano con cinco habitáculos, comunicados entre si mediante respiraderos. En el margen derecho, descubrimos que los agujeros que minutos antes habíamos visto desde la calle dan directamente a esta estancia. Teniendo en cuenta la naturaleza de la misma, su cometido no es demasiado difícil de imaginar: antaño, estas pequeñas aberturas eran el único resquicio de luz y aire fresco que disfrutaban los presos en estas mazmorras. Si en algún momento de su historia se hubiesen sellado, la falta de ventilación habría impedido que la cárcel se conserve en tan buen estado como en el que la encontramos.

Sistema de ventilación que conecta las celdas.

Sistema de ventilación que conecta las celdas. / Javier Quintana

Los calabozos, construidos con pedernal y ladrillo, tienen unos 3,7 m² de superficie cada uno. En total, la prisión no suma más de 33 m² de celdas, comunicadas mediante un pasillo. En las paredes delimitantes vemos este pedernal, material característico del 'Madrid de los Austrias' y que, inmediatamente, nos evoca a la fachada de la Casa de las Siete Chimeneas.

El pilastro, en la pared lateral y en la del fondo, bajo el ladrillo.

El pedernal, en la pared lateral y en la del fondo, bajo el ladrillo. / Javier Quintana

Destinada a recluir eclesiásticos cometedores de delito civil

Al contrario que otras cárceles del Santo Oficio, esta Cárcel de la Corona -- según el libro Las viejas cárceles madrileñas, de Julio de Ramón Laca -- estaba destinada a recluir eclesiásticos que habían cometido algún tipo de delito civil. Tras la desaparición de la Inquisición, la cárcel, de la que hoy quedan estas pequeñas estancias, fue secularizándose, usándose en los siglos XVIII y XIX para aprisionar otro tipo de presos, hasta ser transformada en corrala. Las puertas de las mazmorras fueron recicladas para esta y, posteriormente, han sido restauradas e incorporadas al centro de mayores.

Uno de los sucesos más relevantes, históricamente hablando, que ocurrió en su interior tuvo lugar en 1821, cuando una turba exaltada asaltó la cárcel y asesinó a martillazos a Matías Vinuesa, El cura de Tamajón, confesor de Fernando VII que había sido condenado por planear un complot contra el gobierno liberal. Sobre este episodio escribió Benito Pérez Galdós, que describió así la prisión en sus Episodios Nacionales, dándonos una idea del ambiente que se respiraba en la misma:

"Un portalón daba entrada al patio, que no había sufrido variaciones esenciales y tenía en dos de sus lados columnas de piedra para sostener la crujía alta. Las prisiones estaban en el piso bajo y en los sótanos, y consistían en calabozos inmundos, algunos con rejas a la calle. Dos puertecillas abiertas a un lado y otro del zaguán indicaban el cuerpo de guardia y las habitaciones de algunos empleados de la cárcel. Todas y cada una de las partes del edificio, dentro y fuera, arriba y abajo, ofrecían repugnante aspecto de incuria, descuido y degradación".

"A veces bromean con encerranos dentro"

A nuestra salida del lugar, preguntamos a dos ancianos, usuarios del centro, sobre si conocían la existencia de este histórico lugar que pisan a diario. Ambos afirman que sí, y uno añade que los responsables del centro de mayores bromean con encerrarles dentro de las mazmorras si no se comportan "debidamente".

El otro, afirma que la primera vez que visitó estas celdas fue varias décadas atrás, cuando el dueño de la taberna allí situada ofrecía a sus clientes echar un vistazo. "Yo creo que se sentía orgulloso de tener esta especie de tesoro en su bar. Siempre le contaba su historia a los clientes y los invitaba a bajar a verlo", explica.