TRABAJAR CON LA MUERTE
El enterrador de Madrid que se enfrentó al 11-M, Spanair y el covid: "No todo el mundo está preparado para algo así"
Miguel llegó al cementerio de La Almudena en 1989 y, desde entonces, pese a las exigencias físicas y mentales, jamás ha pensado en buscar otro oficio: "No había cogido una pala jamás, los compañeros me enseñaron a inhumar los cuerpos"

Miguel Valero, fotografiado en el cementerio de La Almudena. / ALBA VIGARAY

El frío en La Almudena es helador. Miguel Valero lo conoce de sobra y, claro, previsor, se ha puesto un buen jersey para afrontarlo. Lleva 36 años como enterrador en este cementerio de Madrid, por lo que lo conoce al dedillo. “Ahí está la tumba de Santiago Ramón y Cajal, ¿la ves? Esto es una ciudad a parte, con sus propios barrios. Son 120 hectáreas, qué barbaridad. Segovia cabría aquí dentro”, dice. Entró por primera vez con 18 primaveras y, desde entonces, pese la fuerte carga emocional que conlleva su oficio, jamás ha pensado en dejarlo. Ni siquiera cuando le tocó enfrentar el 11-M o el accidente de Spanair: "Estaba buscando trabajo y me dieron esta oportunidad. No había cogido una pala jamás, los compañeros me enseñaron a inhumar y exhumar los cuerpos". Hoy es uno de los veteranos.
La Almudena, levantada por Alfonso XII en 1884 para atajar una epidemia de cólera, no sólo acoge nichos y tumbas, también atrae a numerosos vecinos a diario. Por ella se cruzan deportistas y estudiosos. También se organizan rutas guiadas dado el inmenso patrimonio escultórico que alberga. Sin olvidar los rodajes que se han llevado a cabo, como Navajeros de Eloy de la Iglesia, La hora de los valientes de Antonio Mercero y Julieta de Pedro Almodóvar. “Nunca he sentido pudor por hacer este trabajo, lo he llevado bien. Lo más desagradable son los entierros de niños por el sufrimiento que despiertan a su alrededor”, sostiene Miguel, que a lo largo de su carrera ha tenido que desmontar numerosos mitos en torno a la figura del enterrador. Por ello, precisamente, de camino a la parte alta, relata con precisión cuáles son sus funciones.

La Almudena fue levantada por Alfonso XII en 1884 para atajar una epidemia de cólera en Madrid. / ALBA VIGARAY
“Las inhumaciones se realizan 24 horas después del fallecimiento. Entonces, preparamos la unidad de enterramiento donde va a ser sepultado el cadáver. En cambio, las exhumaciones tienen lugar cuando la familia quiere meter otros cuerpos en el mismo sepulcro y, cinco años después del último, se abre para juntar los restos en una misma caja y dejar hueco. También se realizan cuando termina la concesión y no se renueva”, cuenta. En la actualidad, es de 75 años. Y, en el caso de no abonar las tasas de nuevo, tras expirar el plazo, los restos se entregarían a los parientes o se depositarían en un osario común. Sólo hay dos tumbas a perpetuidad: las de Maravilla Leal, de 20 años, y Pedro Regalado, de 14 meses, quienes estrenaron una necrópolis que ha sido ampliada en 1955 y 1970. Tres años después, abrió en su interior el primer crematorio de España.

Miguel, junto a un compañero, prepara la próxima inhumación que llevarán a cabo. / ALBA VIGARAY
La jornada arranca a las 9:30 horas con la recepción de los coches fúnebres. Si no los hubiera, pondría rumbo a distintos puntos del camposanto para preparar los próximos sepelios. “Funcionamos en cuadrillas. Como la mayoría de las inhumaciones son en suelo, necesitamos muchas manos para bajar los ataúdes sin riesgos. Algunas pueden pesar hasta 180 kilos. El esfuerzo físico es brutal. Se precisan mil paladas para una apañar una tumba, lo que se traduce en mil golpes con la rodilla para clavarla y mil tirones para lanzar arriba la tierra. Las lesiones están a la orden del día”. Es difícil calcular cuántas personas hay aquí enterradas, aunque los registros apuntan a los cinco millones. Entre ellas se encuentran nombres célebres de la talla de Benito Pérez Galdós, Lola Flores, Juan de la Cierva, Cecilia, María Moliner y Enrique Tierno Galván, entre otros.
P. ¿Cómo hace para no llevarse la carga emocional a casa?
R. Lo he aprendido con el tiempo. Al final, acabas poniéndote una coraza para protegerte. A veces, se rompe con muertes innaturales y, por tanto, no hay otra, te toca recomponerte. Por suerte, el ambiente laboral es estupendo y nos apoyamos entre nosotros.
P. ¿Es una profesión demanda?
R. No. Es verdad que tenemos un salario digno, pero cada vez es más complicado encontrar a gente dispuesta a hacerlo.
Reconocer cuerpos en el 11-M
En La Almudena, las cremaciones son ya la opción mayoritaria: el 60% de los usuarios las prefieren frente a las inhumaciones en tumba y nicho. Para llevarlas a cabo, la caja se introduce en el horno durante dos horas hasta que sólo quedan los huesos. A continuación, estos se muelen hasta convertirlos en las cenizas que recibirán los allegados: “Para estos casos tenemos un jardín donde pueden esparcirlas. Ahora bien, la última tendencia es introducir las urnas en columbarios. Es, en la actualidad, la unidad de enterramiento más utilizada. Los hay de suelo, pared y arbusto”. Recientemente, han inaugurado el llamado parque de las Mariposas, un espacio destinado a bebés fallecidos antes de nacer. “Está rodeado de fuentes y árboles, apartado de los grandes tumultos para que los padres tengan su intimidad”, añade Miguel.

El 60% de los usuarios de La Almudena prefieren las cremaciones a las inhumaciones. / ALBA VIGARAY
Desde que se incorporó a la plantilla en 1989, ha tenido que encarar situaciones tan difíciles como los atentados del 11 de marzo de 2004 en los que murieron 192 personas. O el accidente de Spanair el 20 de agosto de 2008 en el que perdieron la vida otras 154. “Fue horrible. Cada vez que lo recuerdo, se me pone la piel de gallina. Venían abuelos a reconocer a sus nietos porque sus padres eran incapaces, imagínate. Hubo quien lo hizo gracias a un tatuaje o un pendiente, los cuerpos estaban destrozados. Nosotros los acompañamos durante todo el proceso, atendiéndolos en lo que podíamos. No todo el mundo está preparado para algo así. De hecho, hubo compañeros que no aguantaron. Para mí, aquellos días fueron casi de voluntariado”, rememora con cierta angustia. Por momentos, se le entrecortan las palabras. Aún se acuerda de ellos.
El infierno del covid-19
El covid-19 cambió radicalmente, en 2020, de la noche a la mañana, la forma que Miguel tenía de encarar su oficio: se impusieron límites al contacto para frenar la pandemia y, por precaución, en pleno infierno, la mayoría apenas pudo despedirse de los suyos: “Sintieron una soledad nunca vista con anterioridad. Se apoyaban en los trabajadores, nos hablaban de sus seres queridos. Muchos nos contaban cómo hubieran sido dichos entierros de haberse producido en otras circunstancias. Una mujer, por ejemplo, tenía pensado traer hasta una tuna para celebrar con amigos a su marido. Lo hizo sola, qué pena”. A pesar de la urgencia que tomó España en aquellas jornadas, Miguel y los suyos quisieron honrar a cada uno de los fallecidos colocando una flor sobre sus lápidas. “Entonces, les decíamos: ‘De Madrid al cielo’. Y seguíamos. Era lo mínimo”.

Según Miguel, se precisan mil paladas para poner a punto una tumba. / ALBA VIGARAY
De paseo por el cementerio, a lo lejos, rompiendo el silencio, una camioneta blanca se acerca. En ella se localizan las palas y cuerdas que la cuadrilla emplea en sus labores. “Solemos explicar a las familias todo lo que vamos a hacer con los féretros. Estamos moviendo a sus parejas, hermanos, padres… Les debemos un respeto. Algunas lo agradecen especialmente. Otras, en cambio, más afectadas, prefieren terminar cuanto antes y sin fallos”, apunta Miguel mientras observa el horizonte de mármol que conforma La Almudena. Sonríe. Tal vez porque, en el fondo, a pesar del dolor que ha anidado aquí, el amor prevalece. Siempre.
P. ¿España es un país con miedo a la muerte?
R. Nadie está preparado para afrontarla. Lo que sí ha cambiado es la forma de organizar los velatorios. Las costumbres son otras: ahora existe la posibilidad de ofrecer un catering, cosa que antes era un disparate. Hoy dan más importancia a la parte estética de la despedida. Prestan más atención a los que se quedan.