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CINE

Antes de Madrid hubo otras: las ciudades que Woody Allen ha convertido en postal

El anuncio de que Woody Allen rodará su próxima película en la capital, financiada en parte por la Comunidad de Madrid, sigue a otras operaciones parecidas que el director ya realizó con otras ciudades, dos de ellas españolas. Las repasamos, con su Nueva York natal incluida

Woody Allen, durante el rodaje de 'Vicky Cristina Barcelona' en el Parque Güell de la Ciudad Condal.

Woody Allen, durante el rodaje de 'Vicky Cristina Barcelona' en el Parque Güell de la Ciudad Condal. / ARCHIVO

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

Madrid no es la primera ciudad en la que desembarca Woody Allen para jugar con su carácter y sus escenarios. El director neoyorquino por antonomasia hace ya bastantes años que abandonó el monopolio que mantenían sus películas con la Gran Manzana para aventurarse en un periplo por otras grandes urbes, sobre todo europeas, a las que acaba convirtiendo no solo en decorados, sino casi en personajes de sus historias. En España lleva ya dos paradas, una de ellas con sede principal y una pequeña escapada a otro rincón de la península. Madrid, por lo tanto, será la tercera. Es conocido que muchas de esas ciudades llegan a sus guiones previo desembolso por parte de sus administraciones y oficinas turísticas, como ha vuelto a suceder en el caso de la capital. Más allá de escenarios más amplios, evocadores o genéricos como la Costa Azul de los años 20 que reflejó en Magia a la luz de la luna (2014) o la pequeña ciudad universitaria de la costa Este de EE.UU. donde se desarrollaba Irrational Man, repasamos aquí las otras ciudades que han sido también, a su manera, urbes allenianas.

Woody Allen nació en un hospital del Bronx y se crio en Brooklyn. Urbanita hasta el extremo, lleva el sonido y el olor de las calles de Nueva York implantados en el ADN, y por eso es la ciudad por excelencia de su cine, igual que él es el director neoyorquino por excelencia. Después de los experimentos con géneros y tramas con los que se divirtió en los inicios de su carrera, fue a partir de Annie Hall (1977) cuando puso el objetivo en la ciudad y sus neurosis para prácticamente no salirse de ella durante décadas. En aquella joya que coprotagonizaba con la fabulosa y recién fallecida Diane Keaton, el amor entre Alvy y Annie se despliega entre apartamentos pequeños, librerías y paseos por Central Park. Dos años después, Manhattan (1979), con un título que no podía ser más explícito y la misma pareja protagonista, se convertía en un poema visual filmado en blanco y negro, con música de Gershwin y el perfil del puente de Queensboro inmortalizado en su metraje y en un cartel icónico. Más mordaces eran las historias de Hannah y sus hermanas (1986) o Delitos y faltas (1989), y más explícitamente cómica, aunque la comedia siempre ronda a Allen, Misterioso asesinato en Manhattan (1993). Ha habido muchas más, incluidas las de su vuelta a la ciudad después de un largo periplo europeo (Rainy Day in New York, por ejemplo, de 2019), pero lo más notable siempre estará en aquellas dos décadas prodigiosas que fueron de mediados de los 70 a mediados de los 90.

A mediados de los 2000, Allen trasladó su cámara a Europa, y en Match Point (2005) encontró en Londres un nuevo tono y un nuevo catálogo de personajes y conflictos en los que la clase social jugaba un papel indispensable. La capital británica se presentaba en aquella cinta fría y elegante, un escenario perfecto para que el azar y la ambición decidieran el destino de un profesor de tenis (Jonathan Rhys Meyers) que asciende socialmente y acaba cometiendo un crimen. El Londres de Match Point, con sus excursiones al state en la campiña, era un paisaje de apariencias en el que mandaban la lluvia y los interiores aristocráticos y en el que la tragedia reemplazaba a la comedia. Allen reincidiría en esa geografía en sus películas consecutivas Scoop (2006) y Cassandra’s Dream (2007), con tonos que oscilaban entre la comedia ligera y el drama fatalista, pero siempre con la ciudad convertida en un sujeto más racional, menos neurótico y menos romántico que su Nueva York original.

En Medianoche en Paris (2011), Allen convertía la capital francesa, como antes y después de él han hecho tantos artistas americanos, en un sueño dorado. Gil, un guionista estadounidense al que encarnaba Owen Wilson, viajaba al pasado para encontrarse con esos extranjeros que disfrutaron del París dorado de antes de la Segunda Guerra Mundial, los Hemingway, Picasso o Gertrude Stein. Un París refugio de nostálgicos y de amantes del arte. Aunque con Londres ya lo hacía un poco, aquí empezaba ese momento postal turística con el que el director quería extraer todo el jugo a la belleza de las ciudades que retrataba, y que aquí se mostraba con su luz dorada, sus cafés hiperromantizados y todo el peso de su historia. El mensaje, el de los peligros de vivir atrapado en la nostalgia, iba por otro lado. A París volvería doce años más tarde en la que hasta ahora es la última de sus películas, Golpe de suerte (2023), historia de un triángulo amoroso entre la comedia y el thriller que no merece mucho la pena rescatar.

Con Vicky Cristina Barcelona (2008), Allen se sumergía en una Europa luminosa, sensual y caótica. Es decir, todo clichés (con unas cuantas verdades detrás) que nos identifican a los del sur del continente, en particular en su declinación ibérica. La ciudad catalana aparecía como un espacio de descubrimiento y también de deseo: se regodeaba en la arquitectura de Gaudí, en los colores del Mediterráneo y en esa vitalidad artística que parece que nos sale por los poros. Las relaciones cruzadas entre Vicky (Rebecca Hall), Cristina (Scarlett Johansson) y el pintor Juan Antonio (Javier Bardem), con la irrupción volcánica de María Elena (Penélope Cruz), reflejan la tensión entre la razón y la pasión, entre las convenciones románticas de pareja y el amor libre. Para Allen, Barcelona se presentaba como el contrapunto perfecto a Nueva York: una ciudad cálida e imprevisible donde mandan el instinto y la emoción. La trama se complementaba con una escapada a Asturias en la que pícnics y paseos por el verde y las playas idílicas se hacían más atractivos que los propios personajes.

En A Roma con amor (2012), la capital italiana se convierte en un escenario de fábula con distintas historias entrelazadas: un hombre corriente que se hace famoso, un joven arquitecto que revive su pasado, un turista americano que se pierde en el absurdo con algunos líos de cama, un productor discográfico que trata de convertir en estrella de la ópera a un hombre que canta en la ducha. La Ciudad Eterna es aquí un carnaval de historias, una ciudad de belleza y desorden donde, en una inmersión en el realismo mágico, lo cotidiano se mezcla con lo fantástico, con el espíritu de Fellini sobrevolando una película que celebra el placer y la capacidad del arte para transformar la vida.

Salvo algún momento de trama hollywoodiana en cintas anteriores, la costa Oeste no había tenido mucho espacio en el cine de Allen hasta que este rodó Blue Jasmine (2013), en la que traslada su universo y obsesiones a San Francisco, sus colinas y la luz blanca de su bahía. Jasmine (Cate Blanchett), una mujer insoportablemente snob, arruinada y emocionalmente destruida tras la caída en desgracia por fraude de su marido, financiero, intenta reconstruir su vida junto a su hermana en un entorno de clase trabajadora. La ciudad californiana encarnará el fin del sueño burgués y la irrupción de una realidad más dura pero también más sincera, donde el autoengaño ya no encuentra refugio.

Con Rifkin’s Festival (2020), rodada en la ciudad vasca, Allen reflexiona sobre el paso del tiempo y el amor por el cine. Ya en el ocaso de su carrera, el director utiliza el Festival de San Sebastián y sus elegantes decorados urbanos como excusa para revisitar sus obsesiones: la infidelidad, la nostalgia y la necesidad de encontrar sentido en la belleza. Luminosa y serena, Donostia se convierte así en metáfora de la vejez y del recuerdo, con Elena Anaya en un papel casi protagonista. Sabía un poco a despedida, a una especie de declaración final de amor a la vieja Europa y al poder del arte, pero después hemos visto que a su carrera, rondando ya los 90 años, le quedaba todavía algún capítulo más, como el que ahora afrontará en Madrid.