TECNOLOGÍA ACCESIBLE
El matemático ciego que controla satélites europeos desde Madrid: "Trabajo para que todos podamos estar localizados en la Tierra"
Rubén Domínguez es programador en el proyecto Galileo, de la Agencia Espacial Europea (AEE), un sistema de navegación para posicionamiento y sincronización.

Rubén Domínguez es programador en el proyecto Galileo, de la Agencia Espacial Europea (AEE). / ALBA VIGARAY

A las 22:00 horas, y hasta las 08:00 del día siguiente, los semáforos del centro de Madrid dejan de emitir sonidos y permanecen únicamente con la luz en tres colores: rojo, verde y ámbar. ¿Lo sabía? Algunos vecinos, molestos con el ruido, pueden ver la televisión sin el constante pitido de fondo. Sin embargo, para otros, salir a la calle en esa franja horaria se convierte en una odisea. “Es un riesgo. Vengo a trabajar todos los días con el teléfono en la mano para que me indique cuándo puedo cruzar y cuándo no. Una persona que no tenga la destreza de manejar un móvil, está perdida”, dice Rubén Domínguez, matemático y ciego de nacimiento. La capital, que ha mejorado mucho en lo que a accesibilidad se refiere en los últimos años, todavía tiene tareas pendientes con sus ciudadanos invidentes: “Echo en falta que algunos autobuses, teniendo la capacidad de anunciar la siguiente parada, no lo hagan; que en la sanidad no haya pantallas que hablen cuando comunican el turno correspondiente; que en el Ayuntamiento no hiciera falta que nadie me avisara cuando me toca pasar… Muchas cosas siguen siendo inaccesibles para nosotros”.
Domínguez, que nació en Cáceres, desembarcó en Madrid con apenas siete años. Lo hizo solo, sin su familia. Todo para recibir una educación adaptada en un colegio de la ONCE. “Vivíamos en un pueblo y, si quería avanzar, allí era complicado porque no existía la enseñanza integrada”, recuerda. Los fines de semana y durante las vacaciones señaladas, Rubén volvía a casa con su familia, pero el resto del año vivía en un colegio a más de 300 kilómetros de distancia. Llegó al instituto y, con él, una independencia que no esperaba. “Darme cuenta de que debía empezar a autogestionarse fue un gran cambio. Debía conseguir los libros transcritos de la ONCE a tiempo, avisar a los profesores de lo que era tener a alguien ciego en clase, interactuar más que el resto de alumnos, pedir tutorías en el recreo para que me explicase algo que no había acabado de entender, o preguntar mucho a mis compañeros”, relata. Su etapa educativa, dice, siempre estuvo repleta de luces y sombras.

Rubén Domínguez, que nació en Cáceres, desembarcó en Madrid con apenas siete años. / ALBA VIGARAY
Si algo tuvo claro desde el principio es que acabaría estudiando Matemáticas: “Desde pequeño me gustaban muchísimo y, aunque me surgieron dudas en la adolescencia porque también me llamaban la atención Fisioterapia y Física, al final me decanté por mi vocación”. Acabó su formación y, a los cuatro meses, encontró trabajo en la compañía GMV, en la que continúa a día de hoy. “Empecé a echar currículums y probé aquí. Les interesé, me entrevistaron y aquí sigo 23 años después”. Conoce la discriminación desde, prácticamente, el día en que nació. No obstante, se considera un afortunado: “He tenido mucha suerte en la vida y he tenido muy buenos amigos, tanto en el instituto como en la universidad, que conservo a día de hoy y con los que, a parte de estudiar, he vivido muchas cosas”. Desde hace más de dos décadas, Rubén forma parte del sistema Galileo, perteneciente a la Agencia Espacial Europea (AEE), en la parte de GNSS o Sistema Global de Navegación por Satélite: “Se trata de una constelación de satélites en el cielo similares al GPS americano, pero hecho en Europa”.
Control de satélites
“En principio se desarrolló para no depender de Estados Unidos, pero a día de hoy sigue siendo un complemento porque se siguen lanzando satélites. Cuando esté completo, tendremos varios sistemas de navegación como Rusia, China o Estados Unidos. Nuestros móviles, a día de hoy, entre GPS y Galileo, pueden coger satélites indistintamente”, explica Rubén. Su labor dentro de este proyecto comenzó sincronizando órbitas y relojes, es decir, puramente matemática. Sin embargo, a día de hoy, se ocupa de programar el centro de control de los satélites basándose en los requisitos de la AEE: “Al contrario de lo que mucha gente piensa, estos aparatos no se guían, ya que están orbitando en el cielo. Ellos se mueven solos por la falta de gravedad y lo máximo que puedo hacer es corregirles la órbita o mandarles comandos. En resumen, trabajo para que podamos estar localizados en la Tierra”. Además, hace unos años, el madrileño formó parte de un plan de detección de fraudes bancarios que utiliza algoritmos basados en el sistema inmunológico del cuerpo.

A la hora de leer los códigos, Rubén emplea una línea braille con la que interpretar lo que pone en la pantalla. / ALBA VIGARAY
Hay cosas que, debido a su discapacidad, no puede hacer. La mayoría, relacionadas con el diseño y la grafía. “No me entero y nunca sabría si los iconos de la interfaz están bien colocados, si es útil o bonito. Eso lo hacen otros compañeros”, cuenta. A la hora de leer los códigos, Rubén emplea una línea braille con la que interpretar lo que pone en la pantalla. Además, cuenta con un lector de pantalla que habla con voz: “La tecnología accesible es una gran necesidad para la comunidad ciega porque nos facilita la vida. Desde que esto existe, hemos dado un salto en posible integración que antes era impensable. Puedo ir con mi móvil y saber cuál es la parada de autobús que tengo enfrente porque lo enfoco en la pantalla y me lo dice. También puedo usar gafas Meta para que me describan un espacio que no conozco, puedo saber qué es cada cosa cuando recibo la compra del supermercado aunque no esté marcado en braille…”.
Discriminación positiva
A su lado, James, que lleva con él desde febrero, menea la cola con excitación cuando su dueño comienza a hablar de él. Antes que este labrador negro, Mickey, Zidane y Han, otros tres perros guía, también acompañaron al madrileño a su puesto de trabajo durante años. “Son una maldita maravilla, lo mejor que te puede pasar. No solo por cómo te ayudan, sino por las posibilidades que te dan de hacer cosas. Podré ir con bastón por la vida, pero el estrés que me genera desaparece cuando voy con mi perro. Únicamente tengo que fijarme en saber el camino y me puedo despreocupar de si hay obstáculos. Es el animal quien se encarga de que no me choque ni me pase nada. También el componente social cada vez que salgo a pasear. Me integro y hablo con otros dueños”, reconoce. Desde el fallecimiento de su último compañero, Domínguez ha pasado más de un año usando sólo bastón: “Ha sido duro. La vida con él es mucho más bonita”. Con algo más de dos años de edad, James todavía se está adaptando a una oficina en la que, por su personalidad, no pasa desapercibido: “Al final somos dos seres vivos que venimos de dos mundos completamente diferentes y, de repente, tenemos que estar pegados las 24 horas. Es un proceso”.

James, un labrador de color negro, es el cuarto perro guía en la vida de Rubén. / ALBA VIGARAY
Para él, la solución no es ofertar más puestos de trabajo para personas con discapacidad, sino erradicar esa “discriminación positiva”. “Quiero poder acceder a una oposición o a un empleo sin que nadie, por verme llegar, se fije antes en mi perro guía que en las aptitudes que puedo tener”, insiste. De hecho, el Rubén más reivindicativo desearía no tener que conceder entrevistas ni dar explicaciones: “A mis compañeros, todos videntes, nadie viene a entrevistarlos. Lo ideal sería que no fuera novedad y que cualquier persona ciega que quisiera, pudiera encontrar trabajo fácilmente, especialmente en el mundo de la ciencia y la tecnología”. Sin embargo, para rozar esa meta, todavía queda un largo camino por recorrer, cree: “Hace falta tiempo y, sobre todo, creer. Muchas veces nos quedamos en la superficialidad de las cosas. Ser accesible no es poner una rampa, sino asegurarte de que está lo suficientemente inclinada para una persona en silla de ruedas, por ejemplo. Es como lavar la ropa sin jabón”. Aquel niño que viajó a Madrid con siete años ha cumplido lo que un día se propuso. Y, ahora, con 50 a sus espaldas, espera que todos los que se encuentran en su misma situación hagan lo que más les guste. “Que la vida es muy corta”.