ROBO DE JOYAS NAPOLEÓNICAS
Por qué todos los museos del mundo (y no solo el Louvre) pueden ser vulnerables: "El riesgo cero no existe"
El suceso del domingo en París ha desatado las alarmas sobre la posibilidad de que sucesos así se puedan producir en instituciones similares
Los expertos consultados por este diario coinciden en que es posible: "Los museos hacen lo que pueden con lo que tienen"

La sala de 'Las Meninas" en el Museo del Prado. / JUAN BARBOSA

El espectacular robo de las joyas napoleónicas sucedido en el Louvre el pasado domingo ha sorprendido al muchos y desatado no pocas críticas y bastante escarnio hacia el primer museo del mundo y el estado francés en su conjunto. Sin embargo, los expertos con los que ha hablado este periódico coinciden: algo así le podría pasar a cualquiera de sus equivalentes. Por mucho que estos museos alberguen algunas de las grandes creaciones de la humanidad, los sistemas de seguridad no son perfectos, las inversiones no siempre son suficientes y hay otros factores que juegan a favor de los delincuentes. Todos los consultados dicen que sus palabras se basan en hipótesis porque todavía es muy pronto para saber lo que ha sucedido exactamente, pero hay elementos comunes con otros casos de este tipo.
"El riesgo cero no existe", dice Mariano de Leonardo, CEO de Kosmos Group, empresa catalana especializada en seguridad que ha trabajado con varios museos de primer nivel. "Si no hay una buena inversión en prevención, por supuesto que podría pasar algo parecido en algún museo importante en España o en otro país. Pero por desgracia, muchas veces lo nuestro se considera un gasto en lugar de una inversión. Y la inversión se nota el día que te roban en el Louvre y a mucha gente se le queda cara de tonto".
Hay edificios patrimoniales a los que no se les puede poner determinadas medidas de seguridad
En el caso del museo parisino, De Leonardo ve un problema bastante común a instituciones similares: el hecho de ser edificios históricos. "Por lo que parece por ahora, la protección pasiva del edificio, es decir las puertas, los cristales, toda lo que haría retardar una entrada, era bastante vulnerable. Y eso mismo podría pasar aquí, porque hay muchísimos edificios catalogados como patrimoniales a los que no se les puede poner ciertas medidas, desde rejas a cristales blindados o puertas de seguridad, porque los arquitectos de patrimonio no lo permitirían al tratarse de edificios catalogados". Presupuestos ajustados y edificios protegidos arquitectónicamente como involuntarios aliados de los ladrones.
Coincide con él Marc Balcells, criminólogo especializado en patrimonio cultural y el experto al que está llamando todo el mundo estos días para preguntarle por el robo del momento. "Los museos hacen lo que pueden con lo que tienen", asegura. Quizá sorprenda en este caso, subraya, porque se trata del Louvre, pero en un museo de provincias o en otros países no lo haría tanto. "Cuando en la plaza Tahrir estalló la revolución egipcia, durante los altercados hubo gente que aprovechó para llevarse cosas del Museo Egipcio, y en aquella época [2011], para localizarlos enseñaban dibujos. No tenían ni siquiera fotografías de los bienes que se habían llevado", recuerda.
Protección física y electrónica
En el Louvre, el robo fue tan rápido, apenas siete minutos, que no dio tiempo a hacer mucho. Si no se retrasa la entrada con esas medidas en puertas y ventanas del edificio, es muy difícil que se pueda llegar a interceptar a los ladrones, asegura el CEO de Kosmos Group. Los sistemas de videovigilancia que suelen tener estos museos todavía no han acabado de incorporar la IA, que haría que cada una de las cámaras que graban tanto fuera como dentro pudieran detectar movimientos sospechosos. Lo que queda es que los vigilantes de guardia en la sala de vídeo lo vean, "pero un edificio así puede tener tranquilamente 200 o 300 cámaras. Es muy difícil que justo en ese momento el vigilante esté mirando la cámara concreta o que le pase la imagen al monitor principal", explica Mariano de Leonardo. Para lo que el sistema de videovigilancia actual sirve es para, a posteriori, reconocer a los ladrones o saber cómo lo hicieron. ¿Falta mucho para que los grandes museos incorporen esa IA que ayude a detectar acciones así? "Están empezando, pero todavía queda mucho por hacer", asegura el experto.

El Louvre, cerrado al público después del robo del pasado domingo. / Michtof / Zuma Press / ContactoP
El personal de seguridad es "reactivo, no proactivo"
Otro capítulo son los propios vigilantes de seguridad. En la mayoría de los casos, estos no tienen ni la formación ni los recursos suficientes para enfrentarse a este tipo de situaciones: la mayoría, por ejemplo, no están armados. Se trata de un personal que solo tiene formación para ser reactivo, para "reaccionar ante un tartazo a un cuadro", explica Balcells, "pero que no están entrenados para ser proactivos, por ejemplo detectando a una persona que está haciendo vigilancia hostil", es decir, inspeccionando los sistemas de seguridad haciéndose pasar por visitante como parte de la preparación del futuro robo. A eso se añade que tampoco se puede colocar a muchos vigilantes o hacerlos demasiado inquisitivos, porque eso iría contra el disfrute de los espectadores y "un museo no es un aeropuerto", añade.
Además de los mencionados, los grandes museos cuentan con otros sistemas, como los sensores volumétricos y magnéticos en puertas y ventanas, las barreras infrarrojas, las vitrinas blindadas y las puertas acorazadas o los sistemas de alarma por rotura o vibración. Entre todo ese mix, De Leonardo insiste en que la protección física es tan o más importante que la electrónica. "Si la urna cede ante una radial [como en el caso de las joyas del Louvre], el resto no sirve de nada". Balcells asegura que las auditorías detectan que muchos museos tienen sus sistemas de seguridad desfasados.
Más común de lo que parece
Del robo en el Louvre dice Balcells que le llama la atención que se produjera por la mañana, a plena luz del día. También le sorprende que se haya escogido este museo de primerísimo nivel, por la atención que concita y la resonancia que tiene cualquier cosa que pase en él. “Cuando los ladrones estaban saliendo del edificio ya debía de haber alguien llamando a Frontex, a Interpol, a Europol…”. De hecho, cada vez son más raros los robos en estas grandes instituciones conocidas en todo el mundo. Los ladrones suelen optar por otros más alejados del foco: del robo de joyas por valor de 100 millones de euros que se produjo en 2019 en la Cámara Verde del Palacio de Dresde (Alemania) no sé enteró mucha gente, recuerda.
Dicho esto, robos así, con todo lo que puedan tener de peliculeros, no le resultan tan extraños. "Casos como este es mucho más fácil que suceda de lo que pensamos", dice Balcells, que menciona ejemplos que van "desde la cosa más estúpida como que a un amigo mío, en Nueva York, le cerraron el museo con él dentro, hasta robos idénticos a este: el del Retrato del Duque de Wellington de Goya en la National Gallery de Londres en 1961, o el de la Saliera de Cellini en el 2003 en el Kunsthistorisches Museum de Viena, fueron exactamente lo mismo. Alguien pone una escalera, entra por una ventana y se lo lleva".
En lo que coincide casi todo el mundo, también los consultados, es en no sorprenderse de que el objeto del robo hayan sido joyas. Si fueran, por ejemplo, cuadros, obras perfectamente reconocibles no solo por expertos, sino también por la policía y casi por cualquiera, costaría mucho más colocarlos en ese "mercado gris" que es el del arte robado. Sin embargo, al tratarse de joyas, siempre se pueden despiezar o convertir en otras que no sean tan fáciles de detectar por las fuerzas de seguridad.
La explicación de lo sucedido será probablemente menos 'sexy' de lo que esperamos. "La teoría de que alguien ha encargado el robo tiene muy mala constatación en la práctica. No vemos en tribunales esos casos de una mente criminal o de un rico coleccionista aburrido que quiere las joyas de la corona francesa y encarga su robo", explica Marc Balcells. Puede que se trate de una banda profesional, sí, pero no descarta que los culpables estén relacionados de alguna manera con el tesoro robado y familiarizados con el Louvre. "Acordémonos del Códice Calixtino. 'Ha sido la mafia', decían. Pues no. Fue un empleado de mantenimiento de la catedral [de Santiago de Compostela]".
"Eso de que hay un coleccionista que puede haber hecho el encargo de robarlas es una fantasía", opina también un importante marchante de arte antiguo y arqueología consultado por este periódico, informa Roberto Bécares, que prefiere mantener el anonimato. Señala que nadie "en su sano juicio" haría esa petición cuando el rastreo de piezas robadas es tan exhaustivo por parte de la Interpol. El organismo policial tiene una base de datos de más de 57.000 obras de arte robadas que pueden consultar investigadores de todo el mundo e incluso particulares. Así, dice, es "muy difícil" que alguien se quiera exponer a ese riesgo.
El experto también coincide con Balcells en que "son joyas muy difíciles de colocar porque son muy conocidas". Por sus manos han pasado desde piezas del Antiguo Egipto hasta otras del siglo XIX, y cree que la salida más sencilla de los tesoros sustraídos en el Louvre es "desmontarlas y vender las joyas por separado". Para él, el robo efectuado de una forma "tan cutre" pero tan efectiva lo que viene a apuntar es a "las carencias que hay en toda Francia. Cuando un país demuestra tan poco interés por su patrimonio nacional...".
No hay seguro
Producido el robo, entran en juego, a veces, lo seguros. Periódicos como el Financial Times han publicado que las joyas napoleónicas robadas en el Louvre no estaban aseguradas. Pero eso es lo habitual, al menos en los museos de titularidad estatal de la Europa continental. "Las colecciones permanentes de los grandes museos nacionales, como era el caso de las joyas que robaron, no se aseguran", explica Eva Peribáñez, directora de la división de Arte y Clientes Privados de la aseguradora Hiscox. "Es el propio Estado el que garantiza que va a responder ante cualquier pérdida total o parcial de ese tipo de piezas. En este caso, las joyas de la colección de Napoleón pertenecen al Estado francés". Lo mismo sucedería en España con Las meninas o con El Guernica, por poner dos ejemplos ilustrativos.
Lo que sí que se aseguran son las obras de arte propiedad de otros que se prestan para exposiciones en esos mismos museos. Estas van cubiertas por una póliza que se llama “de clavo a clavo”, apunta Peribáñez, porque cubren todo el proceso logístico: la retirada y embalaje de la obra en origen, su transporte, almacenamiento y exposición, y el regreso y reinstalación. También se aseguran las colecciones de museos públicos más pequeños (de comunidades autónomas o provinciales, por ejemplo) que no cuentan con ese respaldo del Estado por no ser de su titularidad. Y por supuesto, las transacciones entre privados. El misterioso caso del Picasso extraviado hace unos días en el trayecto desde el coleccionista madrileño que es su propietario hasta la Fundación CajaGranda entraría en esta categoría. En esos casos, el seguro paga cuanto antes el 100% valor de la pieza robada, de modo que si esta se recupera, pasa a ser propiedad del seguro, pero contemplando que se pueda producir la recompra por parte del cliente, algo que sucede en la mayoría de los casos.
Lo que descarta la experta es que haya una negociación entre ladrones y aseguradora, la petición de un rescate, como se ha especulado también estos días y se hace siempre que resulta robada una obra conocida de un museo importante. En primer lugar, porque como ya se ha dicho, en este caso no entran en juego seguros privados. Pero aparte porque, aunque es cierto que estas situaciones se dan alguna vez, "es algo bastante hollywoodiense. Imagínate en un robo como este: la trascendencia mediática de que el ladrón quiera negociar con el museo es dar muchas pistas de quién ha sido, y es mucho más fácil que los pillen. Más allá de que, como en todos los secuestros, sería muy delicado pagar a alguien que está cometiendo un delito".
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