SOLO QUEDAN 800
La madrileña que viajó de mochilera a Laos hace 12 años y ahora salva elefantes de su extinción: "La caza furtiva no es el mayor problema"
Anabel López trabaja como bióloga en el Centro de Conservación de Elefantes (CCE) de Sayaboury, un espacio de rehabilitación fundado en 2011 por el francés Sébastien Duffillot

Anabel López, la madrileña que trabaja como bióloga en un Centro de Conservación de Elefantes en Laos. / CEDIDA

Laos, el país del millón de elefantes, se apaga. Las cifras asustan. Aunque oficialmente quedan alrededor de 800 ejemplares, de los cuales sólo la mitad viven en libertad, hay quienes aseguran que son muchos menos. “Da gracias si llegan a los 500”, dice Anabel López (36), bióloga e investigadora en el Centro de Conservación de Elefantes (CCE) de Sayaboury, en Laos. Pese a todo, mantiene la esperanza de revertir el descenso mediante programas de reproducción, aunque sabe que no será tarea fácil: “La realidad es que el problema avanza más rápido que las soluciones. No sé si lo conseguiremos. Si no hay un proyecto nacional y nos ponemos todos de acuerdo para ir en la misma dirección, será complicado”. A diferencia de Tailandia o Camboya, añade, Laos continúa siendo un país “poco desarrollado”, donde la pobreza es común y los elefantes “no son ninguna prioridad”. Como profesional, cree que llegará un momento en el que sea necesario traer especies de otros países con el fin de evitar su extinción.
Siempre quiso ser veterinaria y, aunque no lo es a día de hoy, su trabajo hace feliz a esa niña que un día descubrió la felicidad al lado de los animales. Vivió en Móstoles, Madrid, hasta los 15 años, hasta que sus padres se separaron y se mudó a Extremadura, donde cursaría sus estudios universitarios. La pasión por la naturaleza la heredó de sus padres, lo tiene claro. “Cada uno a su manera. A mi madre le encantaba tener mascotas en casa, cuidar de ellos y acariciaba a todos los perros que veía por la calle. Y mi padre, un amante del campo, siempre ha disfrutado haciendo rutas. Mis hermanas y yo acampamos con él en la montaña los sábados. Todo esto condicionó mi manera de ver el mundo”, relata. Terminó la carrera y se mudó a Edimburgo con la intención de trabajar y perfeccionar su nivel de inglés: “En España no había oportunidades, solo en laboratorio, así que ahorré un poco y decidí recorrer el sudeste asiático yo sola, con una mochila”. En un principio, Anabel buscó un voluntariado en el que estar en contacto con animales, pero lo que encontró no terminó de convencerla: “Me daba un poco de miedo acabar en un sitio donde los animales estuvieran mal cuidados”.

Anabel trabaja como bióloga en Laos y toma muestras a los elefantes para analizar sus hormonas. / CEDIDA

Varios de los elefantes que habitan en el Centro de Conservación de Elefantes de Sayaboury (Laos), donde trabaja Anabel. / Oleksandr Rupeta /CEDIDA
Siguió su camino hasta Laos, donde se topó con un lugar que, sin saberlo, se convertiría en su hogar por los próximos años. La madrileña, de entonces 24 años, pasó una semana como voluntaria en el Centro de Conservación de Elefantes: “Volví a Edimburgo y, mientras trabajaba, recibí una llamada del centro”. Un elefante huérfano que acababa de llegar al recinto y necesitaba atención las 24 horas del día fue la excusa perfecta para regresar al país del que se enamoró. “Compré el billete sin pensarlo. Iban a ser tres meses, pero nunca más regresé. Fue un sueño hecho realidad porque siempre había querido ser ‘bióloga de bota’”, bromea. Su madre, presa del miedo, pasó los primeros meses pegada a un locutorio cercano preguntándole si estaba todo bien: “Aún así, me apoyaron en todo momento”. Ha pasado más de una década y Anabel sigue viviendo al otro lado del mundo, aunque las cosas han cambiado considerablemente. “Conocí a mi marido, que es belga y vino de voluntario poco después de mí. Tenía intención de estar dos meses y acabamos de tener una hija, 12 años después”, sostiene. Una vez al año, visita a su familia, que ya ha asumido que no va a volver.
Situaciones de maltrato
Hasta hace cinco años, Anabel vivía dentro del centro de conservación y apenas salía de ahí, pero, con la llegada de la pandemia, se mudó a una “casita” a 10 minutos de la reserva en la que vive con su familia y ha instalado un laboratorio de ADN y endocrinología animal. “Vivimos en lo más rural y remoto de Laos, a unos 10 minutos de Sayaboury ciudad, que es grande pero muy local. No hay extranjeros”, señala. Las labores de la bióloga y los otros 40 trabajadores está enfocada no sólo en ayudar a los elefantes que allí habitan, sino también en generar un impacto en el país: “Los cuidamos de una forma natural para que puedan ser más elefantes de lo que son en cautividad”. Las visitas turísticas y voluntariados financian los cuidados rutinarios y mantenimiento del centro, mientras que las subvenciones y donaciones sustentan los programas de conservación, reproducción, investigación y liberación de estos paquidermos. Los estudios se publican y sirven para la preservación de este mamífero en otras partes del mundo. Además, en el CCE reciben visitas de colegios locales, a los que enseñan todo lo necesario para ser los “veterinarios del futuro”.
“Intentamos no sólo hacer nuestro trabajo, sino educar. El impacto de este proyecto va más allá de los elefantes que aquí protegemos. Queremos que salpique a todos los que quedan en el país. Si uno de ellos se pone malo fuera del centro, le tratamos de forma gratuita con nuestra clínica móvil”, asegura. En el centro de conservación de Sayaboury habitan actualmente 27 ejemplares: 10 machos y 17 hembras, de las cuales tres todavía son “muy jóvenes”. “En 2023, los más mayores se pusieron de acuerdo para morir y la manada se redujo bastante. Ahora mismo, la más mayor supera los 60 años y su esperanza de vida es de unos 70”, señala. 13 de ellos fueron confiscados hace unos meses por el gobierno laosiano de un transporte ilegal: “Estaban en jaulas, ya preparados para llevarlos a Dubai. En el último momento lo cancelaron todo y pudieron venir andando con los elefantes hasta la reserva. Caminaron durante una semana, de una punta a otra”. Otros tantos, abandonados por sus dueños, han sido llevados hasta las puertas del CCE: “Y algunos, por circunstancias de la vida, llegan huérfanos. Hay un poco de todo”.

En 2019, el Centro de Conservación de Elefantes de Sayaboury liberó cuatro elefantas en la selva. / CEDIDA

Anabel pasa horas observando el comportamiento de los elefantes que habitan el centro de conservación. / CEDIDA
“A veces, si vemos situaciones de maltrato, incluso alquilamos algunos simplemente para que su cuidador no los maltrate ni se deshaga de él y los traemos con nosotros”, suma. Hace unos años, Anabel presenció la llegada de dos elefantes que vivían dentro de un casino: “Eran la atracción principal y la gente los alimentaba”. En Laos, a los cuidadores o amos se les conoce como mahouts. Hombres, por lo general, quienes los emplean como herramienta de trabajo: “Aquí no se consideran fauna salvaje, sino ganado, como puede ser una vaca o un cerdo. Estos señores son sus granjeros y los usan de la misma forma que a los bueyes en España hace unas décadas”. La figura del mahout se ha deteriorado en los últimos años, dice. “Ellos también están en un círculo forzoso, contratados por otra persona y sabiendo que van a ganar un porcentaje de cada paseo que haga con turistas. Van a explotar al animal todo lo que puedan porque tienen que alimentar a sus familias, por eso tienen esa mala fama”, sostiene. En el centro donde trabaja hay varios contratados, con un sueldo y seguro médico, que “no tienen la necesidad” de seguir explotándolo porque las condiciones “son buenas”.
Elefantes liberados
Anabel, por su parte, es la encargada de observar y analizar el comportamiento de estos gigantes, cuya situación en el país no deja de ser “crítica” debido a la deforestación. “Su hábitat se está reduciendo considerablemente y eso a la larga generará problemas de consanguinidad, ya que dejarán de hacer las grandes migraciones”, critica. Conforme la agricultura y actividades humanas se expanden, los elefantes pierden hectáreas habitables. Y, esto, a la larga terminará generando un conflicto interespecie como ya ocurre en India. Para los que viven en cautividad, la situación es aún peor: “Son una población muy vieja, pues no pueden reproducirse. La mayoría de las hembras están por encima de los 40 años y aún no han tenido ninguna cría. Eso es muy mala señal”. Desde que la industria maderera controlase años atrás la tala de árboles, la mayoría de estos paquidermos se dedican al turismo: “No hay leyes de bienestar animal y cada uno puede hacer lo que quiera con ellos. Por mucho que veas cómo un señor maltrata a un elefante en mitad de la calle, no puedes ni denunciarlo ni confiscarlo”. Si bien la caza furtiva existe, se desconoce el impacto en la población: “No es el principal problema”.
En 2019, el centro de conservación vivió uno de los momentos más especiales desde su apertura, en 2011. Cuatro hembras fueron liberadas en la selva y a día de hoy continúan siendo una manada estable: “Lo hicimos en concordancia con el gobierno y tras un largo análisis, ya que no sabemos qué cantidad de consanguinidad hay en los que viven en cautividad. Antes de seguir liberando tenemos que hacer un estudio genético con el que emparentar a los candidatos más aptos para reintroducir en el medio. Debemos saber el espacio del que disponemos, si hay más machos o hembras, etcétera”. Anabel, que trabaja de la mano de organizaciones internacionales como WWF, es partidaria de hacer las cosas despacio y siempre con el beneplácito de las autoridades nacionales. Aunque le encantaría pasar todo el día pegada a ellos, la mayor parte del tiempo se encuentra en el laboratorio, rodeada de muestras y pipetas: “Comencé midiendo la progesterona de las hembras para el programa de reproducción. Estudié el ciclo de las hembras para saber cuándo van a ovular y ponerlas junto a un macho, de quienes también medimos la testosterona”.

En el CCE habitan un total de 27 elefantes asiáticos entre machos, hembras y crías de, al menos, tres años de edad. / CEDIDA

Anabel ha instalado un laboratorio de hormonas en el interior de su casa, que se encuentra a diez minutos del centro de conservación. / CEDIDA
De vuelta en Europa
No solo eso. La madrileña, a través de la sangre, la orina y las heces, evalúa los niveles de cortisol, la hormona del estrés, en todos los habitantes de la reserva: “También tenemos un programa de ADN que nos indica el nivel de parentesco entre dos o más ejemplares”. Han pasado 12 años y podría estar cansada, especialmente ahora, que acaba de ser madre. Sin embargo, la pasión de Anabel se mantiene como el primer día y su amor por los elefantes se ha multiplicado: “Me encanta estar con ellos, me alegran el día. Son tan fascinantes al ojo humano que podría estar horas mirándolos. Me produce mucha tranquilidad sentarme en un matorral con mi cuaderno y observarles durante horas”. “No son muy cariñosos, son más gato que perro. Entre ellos se quieren mucho, pero con los humanos van a su bola. Son súper inteligentes y su manera de resolver problemas está a otro nivel. Son igual de fuertes que frágiles, porque son muy miedosos. En general son seres entrañables”, añade.
No obstante, a lo largo de estos años, la reserva ha vivido dos accidentes con elefantes: “Un cuidador pasó una semana ingresado después de que un macho le embistiera con la cabeza. No le mató, pero casi. Nos dimos un susto enorme. No hay que confiarse”. Su reciente maternidad ha cambiado por completo el proyecto de futuro que trajo consigo hace unos años. No quiere dejar Laos pero tampoco se ve viviendo aquí a largo plazo. “Quizás nos mudemos a Europa próximamente. Sé que seguiré trabajando aquí, aunque no viviendo todo el año en Sayaboury. Quizás venir dos o tres meses al año y seguir haciendo mi trabajo. Aún tenemos tiempo para pensarlo, pero nunca dejarlo”, cree. La situación del paquidermo en Laos no cambiará si no toman partido las instituciones: “No se puede esperar que los biólogos cambiemos las cosas si nadie más pone de su parte. La naturaleza no tiene precio y hasta que no se le devuelva el valor que merece, dará igual todo nuestro trabajo”. Anabel habla de coexistir, convivir y entender. Eso es, básicamente, lo que lleva haciendo 12 años con estos mamíferos de tres metros de altura.