Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

EXPOSICIÓN

La Casa Encendida presenta un viaje inmersivo por el arte de las jóvenes democracias ibéricas, de Tàpies a Paula Rego

Inquietud. Libertad y democracia, que se inaugura este jueves, ilustra la creación del último medio siglo en España y Portugal. La muestra forma parte de la conmemoración oficial de los 50 años de libertad en nuestro país

Vista de la exposición 'Inquietud. Libertad y democracia', que este jueves arranca en La Casa Encendida.

Vista de la exposición 'Inquietud. Libertad y democracia', que este jueves arranca en La Casa Encendida. / Cedida

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

Un desnudo de Tàpies para ilustrar la fragilidad del cuerpo humano y la memoria de la represión, los hombres en un tren que pintó Arroyo y que aluden a unos cosmopolitas que también podrían haber sido exiliados huyendo de la dictadura, las tensiones políticas y sociales que inspiraron el paisaje descompuesto que Paula Rego pintó en La sequía (1976), o el más explícito árbol que en 1984 trazó por encargo del gobierno portugués Maria Helena Vieira da Silva: sus raíces nacen de una fecha, ‘Abril 1974’, y de sus ramas brotan las letras que forman la palabra ‘liberdade’. Un quién es quién de los nombres más importantes del arte contemporáneo español y portugués (están también Miró, Equipo Crónica, Cristina Igleias, António Areal y muchos otros), con muchas piezas apenas vistas hasta ahora, se reúne en la exposición Inquietud. Libertad y democracia, que se puede visitar desde este jueves en La Casa Encendida y que reúne obras de más de 50 artistas. Con ellas se quiere celebrar el medio siglo que hace que los dos países vecinos pusieron fin a sus respectivas dictaduras, pero también mantener abierto el debate sobre la salud de sus respectivas democracias.

La muestra se celebra en el marco de la conmemoración de los 50 años de España en libertad que ha puesto en marcha el gobierno español y que tanta polémica desató cuando se presentó hace unos meses. Organizada por el Comisionado que dirige esa conmemoración y por la Fundación Montemadrid en colaboración con la Colección Portuguesa de Arte Contemporáneo (CACE), se nutre de los fondos de estas dos últimas instituciones, además de algunas obras encargadas específicamente, para trazar un recorrido por la creación del último medio siglo en ambos países y sus vínculos, en algunos casos más directos y en otros más alegóricos, con su evolución política y social.

Aunque la mirada sea en buena parte retrospectiva, decía este miércoles durante su presentación Carmina Gustrán, comisionada para la celebración de España en libertad. 50 años, que en un momento como el actual, “en el que se están desafiando ciertos valores democráticos y ciertas libertades que dábamos por sentadas, nos parecen muy importantes estas labores de difusión, de educación, de crear espacios de diálogo y de desarrollo del espíritu crítico con públicos variados”. Refrendaba así la primera y la menos evidente de las palabras que dan título a la exposición, esa ‘Inquietud’ que explicaba Paulo Mendes, uno de sus comisarios, y que es el título de una canción, Inquietaçao, publicada en 1982 por el cantautor portugués José Mário Branco, una de las figuras culturales más destacadas de la izquierda portuguesa. “Con aquella canción, Branco cuestionaba cuál había sido el resultado de la revolución, la frustración revolucionaria que ya entonces se sentía”, señalaba Mendes, un sentimiento que conecta con la preocupación de las generaciones actuales por el ascenso de la extrema derecha. “La representación que han conseguido fuerzas fascistas tanto en el parlamento portugués como en el español nos dan la idea de que es preciso continuar luchando para defender los valores de libertad y de democracia”.

La llegada de la democracia a España y Portugal en fechas muy cercanas, mediados de los años 70 en ambos casos, tuvo puntos en común pero también muchas diferencias. En ambos casos se ponía fin a unas dictaduras cívico-militares impulsadas por la derecha política que llevaban varias décadas en el poder (en Portugal desde 1926, en España desde 1939) y que habían dejado a los dos países fuera del consenso democrático y rezagados en la prosperidad económica que marcaron a la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero si nuestros vecinos acabaron con aquel periodo con una revolución puesta en marcha por los militares y abrazada por el pueblo, en España se trató de un proceso negociado entre las viejas élites franquistas y la oposición política emergente, con movilizaciones populares en la calle pero las decisiones restringidas a unos pocos.

Inmersión en la época

Aquellos procesos y el devenir democrático posterior se pueden recorren en una exposición que se ha concebido como un itinerario no cronológico y alejado de lo museístico (no hay cartelas con las obras y autores, por ejemplo), porque lo que busca es que el visitante fluya con libertad y se sumerja en los diferentes ambientes y conceptos que Mendes y su compañera en el comisariado, la también portuguesa Sandra Vieira Jurgens, han querido plantear. Arranca con un pasillo forrado de suelo a techo con carteles políticos de los años 70 en ambos países, presididos por uno en favor de la amnistía que reproducía el célebre El abrazo de Juan Genovés. Una oscura sala posterior es una especie de túnel en el que se proyectan, a un lado, el discurso sobre el ‘estado nuevo’ de Salazar y, en el otro, la performance Los encargados, con la que Santiago Sierra y Jorge Galindo pasearon fúnebremente retratos de políticos de la democracia por la Gran Vía. Al fondo, un frigorífico apedreado, obra del artista nativo estadounidense Jimmie Durham, encierra una crítica al consumismo neoliberal. Unas cajas de embalar obras de arte hablan de un espacio, como la democracia, en permanente construcción. Es solo el aperitivo de lo que se podrá ver a continuación.

Carteles de la época de la llegada de la democracia a ambos países.

Carteles de la época de la llegada de la democracia a ambos países. / Cedida

Uno de los espacios expositivos reúne a ‘los autoritarios’, retratos sobre todo que ilustran los antecedentes y a los protagonistas de las dictaduras del siglo XX: hay uno de Salazar, pero también un vídeo de una performance satírica de los líderes soviéticos, Putin incluido, pero también fragmentos de pinturas de Velázquez o El Bosco. A esas imágenes del poder detenido en el tiempo le sigue otra zona en la que se ilustra la subversión que pone en crisis a esos regímenes. El visitante la recorre evitando palés apilados, neumáticos e incluso un megáfono tirado en el suelo que evocan las barricadas en un recorrido que se quiere que sea inmersivo. En La espera, una pintura con elemento 3D de Rafael Canogar, una figura aguarda a que se resuelva la tensión social, y una fotografía de Cristina García Rodero de una casa en la que una mujer mira a la cámara encerrada tras una ventana con rejas, mientras su marido lo hace tranquilamente sentado en la calle, ilustra la que era todavía la situación de muchas mujeres a finales de los 70.

Inmersiva es también una sala en la que resuenan consignas y canciones políticas de la época como Grândola, Vila Morena o el Canto a la libertad de Labordeta. Preside esta zona una pieza de encargo: Celeste, el homenaje de Fernando Sánchez Castillo a la modista portuguesa que metió un clavel en el cañón de la escopeta de un soldado, imagen icónica de aquella revolución. Una obra que habla de “las personas anónimas que son realmente los héroes y que promueven los cambios, y que el autor aquí monumentaliza de alguna manera y la replica en un gran número”, explicaba Paulo Mendes. Bajo una Celeste grande, una especia de muñeca gigante, hay un tablero con decenas de celestes pequeñas.

La exposición se detiene en temas como el del colonialismo, crucial en la dictadura portuguesa y en su revolución: dos fotografías de Daniel Baroca muestran a su padre de uniforme en Guinea, rodeado de compañeros soldados a los que le une unos vínculos de camaradería trazados por líneas. Hay varios paisajes que muestran vistas idealizadas de África, y un retrato del artistsa afrodescendiente portugués Francisco Vidal está pintado sobre varios machetes que hacen de lienzo: es la imagen arquetípica y violenta que en la metrópoli muchos tenían de los hombres africanos de raza negra. También se ha querido reflejar la incoporación de España y Portugal a Europa: en una foto de Joao Tabarra, Portugueses en Europa (1995), un hombre se baña con un flotador en una piscina agitando una bandera de la Comunidad Europea.

El colonialismo es uno de los temas tratados en la exposición.

El colonialismo es uno de los temas tratados en la exposición. / Cedida

En la última parada de la exposición, en una pared se reúnen dos fotografías de dos sedes políticas portguesas, la del Partido Popular (derecha) y la del Partido comunista; un cartel político homenajea al ‘poder popular’ y un cuadro de Eduardo Arroyo, Money, hace referencia a los ricos. Juston conforman una especie de cosmovisión de los poderes y contaproderes que definen a la democracia.

La exposición tiene más sentido como recorrido por la evolución histórica de Portugal que por la de España. En el país vecino se celebró hace unos meses una muestra, Somos Todos Capitães. 50 anos em Liberdade, con los mismos comisarios y muchas de las obras portuguesas aquí expuestas, que ahora se complementan con las piezas de arte español, muchas verdaderas joyas, que posee la Fundación Montemadrid. Sus responsables defienden, aún así, que el contenido de ambas realidades están equilibradas y ofrecen una buena visión de conjunto del último medio siglo de ambos países.