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RETIRADA DEL TORERO

En el adiós de Morante

Las lágrimas del momento y el gesto de cortarse la coleta revelan que sí puede ser definitiva la retirada del genio sevillano

El rotro emocionado de Morante de la Puebla tras cortarse la coleta en Las Ventas este domingo

El rotro emocionado de Morante de la Puebla tras cortarse la coleta en Las Ventas este domingo / EFE

Aceptar la historia como un proceso racional, gobernado por leyes discernibles, es imposible, teniendo en cuenta lo brutal que puede resultar muchas veces.

Así que, efectivamente, solo podemos apelar a la potencia de la educación sentimental para entender la retirada de Morante de la Puebla, cima cardinal de un torero histórico, rigurosamente magistral y genial y cómodamente alojado en los estudios de la tauromaquia de principios del siglo XX.

¿Qué es lo que pasa?

¿Qué es lo que pasa? Nos preguntábamos desde el tendido. Lo mirábamos delante nuestra arrancándose la coleta de torero —gesto que nunca había hecho hasta ahora— y no nos lo queríamos creer. Él no miró ni una sola vez a los tendidos de Las Ventas hasta que tuvo el añadido en sus manos para brindarlo, como si ofreciera su propia sangre. Se limitó a alargar los brazos y desenredarlo de su moño. Eso sí, su movimiento de dedos delataba pereza y cautela, como si un apasionado y finalmente apagado suspiro de reflexión detuviera el instante.

Morante muestra entre lágrimas al público de Madrid el añadido que se acababa de cortar

Morante muestra entre lágrimas al público de Madrid el añadido que se acababa de cortar / EFE

Y eso fue todo, más o menos. Muy pocas veces habíamos visto llorar a Morante en todo el tiempo que duró su trayectoria en el toreo, con 46 años, 28 temporadas de alternativa y cuatro repentinas retiradas. Pero esta última, apaciguada y secretamente masticada en su interior, parecía la definitiva por tan verdadera. Nunca incurrieron en ninguna de las anteriores el gesto tan generoso consigo mismo y realizado con una honestidad absolutamente diáfana con el toreo.

Fue impresionante. Era como un dragón herido derramando lágrimas. Pero esas lágrimas en este caso eran admirables, no significaban debilidad ni necesidad de ternura: parecían gotas de agradecimiento líquido, hirvientes y puras. Una declaración de amor a la tauromaquia.

¡Cómo sufría Morante mientras se cortaba él mismo la coleta! ¡Cuántos sentimientos a la vez! Esos mismos sentimientos interiores que el torero ponía al servicio del toreo.

Así que, más allá de sus grandes faenas, de sus extraordinarias tardes de toreo que ha ofrecido estos años atrás —especialmente este 2025—, nos queda ese simple y escueto sentimiento, sentimiento desnudo y entrañable por el toreo. De ello deriva el culto a su personalidad. El arte es el reino del sentimiento, que diría Ortega y Gasset, y en Morante crece en su totalidad.

Aunque el sentimiento es algo que siempre se nos escapa, como pez sorprendido, de los moldes definitorios. En Morante, ese sentimiento era aquel mismo que sentía cuando subía una grada de sol de la Maestranza en brazos de su padre haciéndose el dormido sobre su pecho para no tener que pagar. O cuando Rafael Sobrino, banderillero de La Puebla del Río en la cuadrilla de Espartaco, le dijo a su padre que se llevara a Morante a lo de Pérez de la Concha porque en "La Huerta del Cojo" tentaba Manolo Vázquez y ahí dio sus primeros muletazos con tan solo seis años.

Su retirada ha sido tan coherente como sistemática, coronando su identificación, directa a la esencialidad.

Felicidades frágiles

Un hombre de corazón limpio y atormentada alma, con depresiones acumulativas -sufre un trastorno de la personalidad- y felicidades frágiles, con alternancia bipolar de decaimientos y exaltaciones que lo han convertido en una de las tauromaquias más radiantes del siglo XXI, necesitaba adquirir los ingredientes básicos de su última fase en el toreo para irse. Dos puertas grandes en Las Ventas este 2025, un festival en memoria de Antoñete y un sinfín de tardes históricas, especialmente en Sevilla, lo son.

Morante, como Gallito, tan modernos como sus épocas, han tenido obsesión por rendir homenaje al pasado, a los toreros de antaño, a los que legaron el toreo en todo su esplendor. Ellos han sacado en procesión reliquias que nadie se atrevió, todas archivadas en el antiguo testamento taurino. Ahora Morante nos ha dejado su legado. Nuestro deber es mantenerlo.

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