EXPOSICIÓN
El sueño de la razón produce imágenes del mundo en la Fundación Telefónica, de los grabados ilustrados a la IA
La nueva muestra que se puede visitar en la Gran Vía madrileña viaja a través del dibujo, la fotografía y la inteligencia artificial para contar cómo la imagen influye en nuestra concepción del mundo y los debates que ha habido en torno a su representación de la realidad y la verdad

Libros de grabados y láminas sueltas de vistas de Roma recogidas por Piranesi en la exposición 'El sueño de la razón. Del Siglo de las Luces a la inteligencia artificial'. / Irene Medina Lorenzo

El ser humano lleva representando el mundo a través de las imágenes al menos desde que los neandertales empezaron a pintarse a sí mismos, a sus animales y sus herramientas en las paredes de las cuevas donde se guarecían. En los milenios que vinieron después, la pintura, la escultura o los textiles siguieron construyendo imágenes, pero estas tenían normalmente un propósito religioso, conmemorativo o meramente suntuario. No fue hasta la llegada de la Ilustración cuando la pintura o el dibujo se empezaron a utilizar de manera sistemática para dar a conocer este planeta, a las criaturas que lo habitamos e incluso a algunos de nuestros vecinos en el sistema solar. La enciclopedia de Diderot y d'Alembert, publicada entre 1751 y 1772, el ambicioso proyecto que inauguró una nueva relación del hombre con su entorno basada en el conocimiento científico, estaba compuesta por 28 volúmenes. De ellos, 17 eran de texto (con 71.000 artículos) y 11 de grabados para que el lector pudiera entender visualmente de qué le estaban hablando.
Un ejemplar original del tomo de anatomía de aquella Encyclopédie, también conocida como Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, preside la primera sala de El sueño de la razón. Del siglo de las luces a la inteligencia artificial, la exposición que se puede visitar ya y hasta el próximo 5 de abril en el Espacio Fundación Telefónica. Sus comisarios, Ignacio Miguéliz y Valentín Vallhonrat, han querido contar cómo las imágenes han determinado nuestra forma de entender el mundo, y cómo las diferentes técnicas que se han utilizado para ello, del dibujo a la fotografía o ahora a la IA, han ido generando debates en torno a la noción de veracidad o de realidad. La exposición es una versión de la que organizaron en el Museo Universidad de Navarra, y se nutre de los fondos de este y de la Colección Fernández Holmann.
"Cuando se intenta recoger todo el conocimiento universal hay que hacerlo de una manera didáctica, y por eso se incluyen imágenes que la gente pueda simplemente ver. Entonces se hacía con los medios y la tecnología que había, que eran el dibujo y el grabado. Luego irán evolucionando a medida que surjan nuevas tecnologías, y así hasta nuestros días", explica Miguélez delante de varias láminas extraidas de la Encyclopédie en las que se ve un esqueleto humano en unas posturas muy vivas, casi figuras de Halloween pero con cada hueso perfectamente perfilado. A su lado, otro grupo de grabados muestra cuadrantes y telescopios de la época junto a las vistas de la luna que se podían ver con ellos. En esta primera sala centrada en la obra magna de la Ilustración, los comisarios han incluido solamente láminas de anatomía y astronomía para subrayar esa ambición enciclopédica de abarcar "el saber universal, desde el hombre hasta el universo".

Libros y láminas de botánica de las expediciones científicas de principios del XIX. / Irene Medina Lorenzo
La muestra es un festín para los amantes de los grabados antiguos de ciencias naturales, arquitectura o vistas de lugares históricos o exóticos, esos que tan de moda se han puesto en los últimos años: los de botánica, especialmente, no faltan en cualquier anticuario que se precie. Aquí esas piezas no se muestran con un propósito artístico, aunque haya mucho arte en ellas. La ambición de conocimiento y de su generalización que generó el iluminismo impulsaron las expediciones científicas. "En esos viajes de exploración muchos científicos tenían conocimientos artísticos para poder dibujar lo que veían. La mayoría llevaban cuadernos de notas con sus apuntes de viaje, hacían los dibujos que les interesaban y luego esos dibujos se grababan y se ponían a disposición de todo el mundo", cuenta Miguélez. En una serie de grabados de plantas exóticas, muchas de las cuales acababan en las mesas europeas, vemos una zanahoria o una bonita planta de cacao.
Dialogando con esas láminas dieciochescas, una instalación actual, Miríada (Tulipanes), muestra centenares de entre los miles de fotografías que Anna Ridler tomó de estas flores en diversos momentos, todas anotadas manualmente, y que debían servir para nutrir a una inteligencia artificial que elaborase nuevas imágenes de tulipanes. Un enorme conjunto de datos que la artista británica quiso presentar físicamente para demostrar la importancia de la intervención humana en los sistemas de aprendizaje automático.

La instalación de Anna Ridler 'Miríada (Tulipanes)'. / Irene Medina Lorenzo
Napoléon, el gran grabador
La representación gráfica del mundo se hizo tan fundamental a lo largo del último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX que Napoleón, cuando emprendió la conquista de Egipto, además de 40.000 soldados se llevó con él 167 sabios y 2.000 artistas, entre ellos 400 dibujantes y grabadores. Un ejército gráfico que contribuyó a la impresionante Descripción de Egipto, publicación con dimensiones de enciclopedia compuesta por 23 tomos entre los que había nueve de texto, uno de índices y 13 de grabados. En ella se recogía todo el conocimiento adquirido en la tierra de los faraones, desde imágenes de templos o esfinges a una minuciosa y sistemática representación de los minerales o de la flora y fauna local: una lámina de aquel viaje sobre los himenópteros contiene más de treinta tipos de avispas y abejas.
"La única información que había entonces sobre Egipto era la que habían dado las crónicas y los historiadores romanos. Nadie sabía bien lo que era una pirámide, aunque había una en Roma. Nadie sabía qué representaban los jeroglíficos. El primero que descifra ese lenguaje es Champollion en 1822 gracias a la Piedra Roseta, que se había encontrado en Egipto en las campañas napoleónicas y que tenía la misma inscripción en tres idiomas: en griego moderno, en egipcio moderno y en jeroglífico. Así, Champollion consigue descifrarlo y leer los jeroglíficos. ¿Pero qué es lo divertido? Que él en realidad no ve la Piedra Roseta, porque aunque la encuentran los franceses, los ingleses la confiscan y la llevan al British Museum. Champollion lo consigue descifrar gracias a los grabados de la Piedra Roseta que había en la Descripción de Egipto", explica Miguéliz.

La monumental 'Descripción de Egipto' encargada por Napoleón. / Irene Medina Lorenzo
En la exposición hay una sala dedicada a los grabados con vistas de Roma que Giovanni Piranesi dibujó a mediados del XVIII y en los que se recogen los principales monumentos de la ciudad, muchos de ellos profusamente anotados porque la descripción precisa era fundamental, y que aquí se complementan con un vídeo inmersivo de Matt Show y William Trosell, Ecos en la luz. Fragmentos del Foro Romano, realizado con escaneo láser para reconstruir en tres dimensiones este espacio de la ciudad eterna. También hay algún volumen que incluye láminas de vistas de Sudamérica de las expediciones de Humboldt. Pero el gran protagonista de la muestra es Egipto, por la expedición Napoleónica y por lo que aquello arrastró. Gran destino 'exótico' de mediados del XIX, el país del norte de África fue uno de los grandes campos de experimentación de la fotografía.
En 1839, solo diez años después del último volumen de la Descripción de Egipto, esta nueva invención fue presentada por el político y científico François Arago, que en su discurso en la Academia de Ciencias de París, cuenta Miguéliz, "dijo que si Napoleón hubiese tenido dos máquinas del señor Daguerre, es decir, dos máquinas de fotos, hubiese recogido toda la información de Egipto en mayor número, en menor tiempo y con mayor precisión, detalle, veracidad y realismo". En ese discurso ya estaba el debate sobre la construcción de lo real a través de la imagen, recuerda el comisario: la fotografía como representación objetiva de la realidad frente al dibujo y el grabado, que se consideraban subjetivos y manipulables. Hoy en día sabemos que la fotografía también es subjetiva (el fotógrafo también manipula la realidad eligiendo el encuadre, los elementos que incluye o la luz que utiliza), pero aquel debate es parecido al que hay hoy en día con la IA y su capacidad de generar una realidad que no es tal.

Fotografías realizadas en Egipto por Félix Bonflis hacia 1870. / Irene Medina Lorenzo
Las imágenes iniciales de Egipto captadas con cámaras son daguerrotipos o cianotipos que a veces se trasladaban al grabado. Hacia 1850 llega al país del Nilo otro francés, Maxime Du Camp, que a través de calotipos, un proceso de positivado en papel que ofrecía menos nitidez pero permitía reproducir más fácilmente la imagen, registra infinidad de templos y vistas del país. Una que los madrileños reconocerán fácilmente es la del Templo de Debod, el que un siglo más tarde el estado egipcio regalaría a España por ayudarle en la salvación de monumentos cuando se construyó la presa de Asuán.
En las siguientes salas se puede observar cómo la fotografía va evolucionando: cada vez más nítida a medida que evoluciona técnicamente, o el progresivo interés por el detalle en unas imágenes que ya no solamente son vistas generales de templos o palacios. Aparecen las fotos de viviendas privadas o de tipos humanos (las prostitutas, los fumadores de pipas de kif, las mujeres con velo y los hombres con turbante) que tanto gustan en unos salones europeos donde el exotismo está de moda y la antropología va ganando interés. Hay también una serie de paisajes egipcios promovida por una expedición militar inglesa que, con la excusa de retratar enclaves bíblicos, en realidad está documentándose para operaciones de conquista. Con ella se ha querido subrayar el carácter político que también podía tener la fotografía.
La muestra se cierra con otra instalación de inteligencia artificial, Tormentas. El artista italiano Quayola captó imágenes en ultra alta definición del mar embravecido de Cornualles, las vectorizó y las convirtió en pinturas en movimiento. Otro paisaje, en este caso hecho de olas, que es a la vez reconocible y abstracto, con la IA desdibujando la veracidad que se suponía a las fotografías en las que se basa. Una vuelta de tuerca más en el debate propuesto por una exposición que va más allá de la mirada.
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