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ARTE

Velázquez cabalga en El Prado: el equipo de restauración recupera el retrato de Felipe IV en cuatro meses

La obra, que ya se puede contemplar en la sala 12 del edificio Villanueva, era parte esencial del proyecto del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro

'Felipe IV, a caballo',  de Diego Velázquez.

'Felipe IV, a caballo', de Diego Velázquez. / ARCHIVO

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Madrid

En la esquina de Felipe IV, a caballo no está la firma de Diego Velázquez. Aparece en blanco. Sin embargo, no hay duda de que es suyo. A veces, el artista no rubricaba sus obras a propósito. Consideraba que su estilo era tan reconocible que no lo necesitaba. En este caso, los trazos hablan por sí solos. Aunque, para ello, haya necesitado la mano del equipo de restauración del Museo del Prado: es la última pieza que han recuperado y que, este miércoles, con gran expectación, han presentado en la sala 22 del edificio Villanueva.

“Esta intervención nos permite comprobar la absoluta maestría de Velázquez y su deuda con Tiziano”, ha señalado Miguel Falomir, director del Prado, sobre el proyecto que ha liderado María Álvarez y que se ha extendido durante cuatro meses. Su objetivo era restituir la riqueza cromática y la estructura original de una pieza que ha sufrido los efectos del tiempo.

Este retrato representa a Felipe IV de perfil, montando un caballo en corveta, con banda, bengala y armadura. A diferencia de obras que exaltan el poder a través del dinamismo, Velázquez aquí optó por una representación serena. Para ello, tomó como referencia el Carlos V en Mühlberg de Tiziano, donde el paisaje abierto cobra protagonismo. “Cuando acercas la imagen pueden identificarse trazos inconexos que no sabemos de dónde viene y hacia dónde van. Pero, si te alejas, descubres que conforman un ojo, y una cara. Poco a poco, se recomponen las pinceladas”, ha comentado Álvarez.

Testero oeste del Salón de Reinos con la recreación de la disposición de las obras.

Testero oeste del Salón de Reinos con la recreación de la disposición de las obras. / MUSEO DEL PRADO

Velázquez abordó este encargo en plena madurez artística, sin delegar en su taller. El resultado fue una composición que combina pinceladas secas con trazos cargados de aglutinante, creando una textura visual que se transforma en formas reconocibles a distancia: “Los cambios de composición resaltan, dejando su huella en la pintura. Es una evolución normal de la materia”.

Uno de los problemas a los que se han enfrentado ha sido el tratamiento de las bandas laterales añadidas por Velázquez para adaptarse a la arquitectura del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro. Con ellos, la esquina inferior izquierda se solapaba sobre la puertezuela de acceso. La solución fue cortar el fragmento que invadía el paso y fijarlo a la puerta. “Bajo el barniz había suciedad que se fue acumulando sobre el cuadro, dejando huellas negras. Al retirarlas se ha recuperado su textura original”, ha subrayado Álvarez.

Diferencias de coloración

Cuando el cuadro se reubicó en el Palacio Real, fue sometida a un tratamiento de reentelado que permitió coser la esquina. La reintegración cromática se ha realizado atendiendo a las diferencias de coloración y al impacto visual de cada desgaste. El resultado, con el patrocinio de la Fundación Iberdrola, es una obra fiel al espíritu del pintor sevillano.

La obra fue realizada entre 1634 y 1635, en una época de gran actividad artística para Velázquez, quien recibió pagos por seis pinturas destinadas al Salón de Reinos. Este espacio, concebido como una alabanza a la monarquía española, reunía retratos reales, escenas de batallas y alegorías mitológicas. El retrato de Felipe IV ocupaba un lugar destacado frente al trono, junto a los de Isabel de Borbón y el príncipe Baltasar Carlos. El paisaje de fondo recuerda al piedemonte entre Madrid y Guadarrama, una elección que refuerza la conexión del rey con su territorio.