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TEATRO

Fernando Bernués y Mario Gas reestrenan, 22 años después, 'El pesimismo alegre (Mi suicidio)', de Henri Roorda

Gas vuelve a la actuación para encarnar al pedagogo suizo en esta larga nota de suicidio que publicó en 1925

Mario Gas protagoniza 'El pesimismo alegre (Mi suicidio)'.

Mario Gas protagoniza 'El pesimismo alegre (Mi suicidio)'. / JAVIER NADAL

Madrid

Dice que ha dejado de tener miedo al porvenir desde que ocultó un revólver cargado entre los muelles de su cama, pero que será necesario tener cuidado “para que la detonación no resuene demasiado en el corazón de un ser sensible”. El 7 de noviembre de 1925, el autor suizo Henri Roorda se pegará un tiro después de escribir esas líneas y otras muchas en un libro que pensó titular El pesimismo alegre y que acabó llamando Mi suicidio, publicado un año después en una edición limitada, gracias a la iniciativa de algunos de sus amigos. En 1997, la editorial Trama publicará en España su traducción al castellano. “He abusado mucho, de lo mío y de lo de los demás, y eso es irreparable”, dirá este pedagogo libertario y profesor de matemáticas en esta larguísima nota de suicidio en la que habla más de la vida que de la muerte y en la que reflexiona sobre el amor, el matrimonio, el trabajo, el dinero, la educación, el papel del Estado, el capitalismo o la vigencia de los valores de la izquierda.

En 2003, el director teatral y fundador de la compañía Tanttaka Teatroa Fernando Bernués estrena en la Sala Cuarta Pared de Madrid, dentro de la programación del Festival de Otoño, la adaptación del texto de Roorda, con Mario Gas en escena y una dramaturgia firmada por ambos y Vicky Peña. La obra hará gira por España, pero se interrumpirá cuando Gas reciba una llamada del equipo de Alberto Ruiz Gallardón, entonces alcalde de Madrid, para ofrecerle la dirección artística del Teatro Español, que ejercerá entre 2004 y 2012. 22 años después de su estreno, Bernués y Gas regresan a las tablas con El pesimismo alegre (Mi suicidio), una nueva puesta en escena del texto de Roorda que el próximo 7 de octubre abre, precisamente, la temporada del Español y lo hace un mes antes de que se cumplan los cien años de la muerte del autor suizo.

Un pesimismo alegre ayer y hoy

Fernando Bernués recuerda que en su día a ambos les “arrebató” esta obra cargada de ironía fatalista y humor, un texto “vitalista y nada depresivo, lúcido, clarividente, crítico, honesto, tierno y muy humanista, una especie de clase magistral sobre la vida en la que Roorda recorre aspectos muy íntimos, como la función del deseo, pero también aspectos muy sociales, muy políticos”. En cuanto a las diferencias entre esta nueva puesta escena y la de hace dos décadas, el director explica que entonces “había una clase, una pizarra y una lluvia a través de unos cristales, y hoy la lluvia sigue siendo un elemento presente, pero es verdad que esa aproximación naturalista que teníamos entonces ha desaparecido”.

Mario Gas y Fernando Bernués, en el Teatro Español.

Mario Gas y Fernando Bernués, en el Teatro Español. / EFE

Gas, que hoy tiene 78 años y vuelve a hacer suya la voz de este profesor de matemáticas, activista, pedagogo y filósofo que interpretó por primera vez con 55 (la edad que tenía Roorda cuando se suicidó) cree que esa “esencialización” de la que habla Bernués está presente también en su nueva aproximación al personaje, menos tocado por la irritabilidad que provoca el alcohol, en un monólogo planteado casi como un diálogo con el espectador, “muy alejado de cualquier tipo de pedantería, casi como una confrontación con el público, donde este hombre no solo se explica a sí mismo, sino que además explica las paradojas de la vida moderna”.

Pero lo que se mantiene intacto, lo que no ha cambiado 22 años después, es el hecho de no saber por qué el autor suizo tomó la decisión de quitarse la vida. “Hasta tal punto estoy vivo que no siento la proximidad de la muerte”, escribe Roorda, y Mario Gas cree que “aprovecha para especular sobre la vida, pero no da una explicación de por qué se suicida. Es un testamento vital y literario en el que hace un repaso a todo, a la sociedad como estructura colectiva, al individuo dentro de la sociedad y sometido a las propias leyes de la existencia, al envejecimiento, a las relaciones, al amor, a la vida hedonista, a la rutina. Pero del suicidio habla poco”.

“Mi crimen es no haber tenido piedad de alguien desdichado a quien veía todos los días... ¡y pensar que me enternecía con tanta facilidad por los demás!”, dice Henri Roorda, que admite haber amado mucho y hecho mucho daño al mismo tiempo. “Sacando conclusiones biográficas puedes aventurar que tiene una hija de 25 años cuando se suicida y puedes pensar —señala Bernués—que quizá tiene un sentimiento de deuda con esa hija, pero todo son especulaciones. Que tiene deudas está claro y él dice que estaría sometido a frecuentes humillaciones si siguiera viviendo, pero también es verdad que estamos hablando de Centroeuropa a principios del siglo XX, y el suicidio entonces podía servir para ajustar cuentas sociales y casi tenía un cierto halo de prestigio”.

Desde la izquierda y la decepción

“¿Consiste mi trabajo en transmitir entusiasmo a los jóvenes? No, para el Estado el entusiasmo es peligroso”, escribe Roorda en este libro-carta de despedida en el que se confiesa un “utopista convencido, de los que trabajan por un futuro más feliz de la humanidad”. El suizo admite que todo lo que hay en él de bueno se lo debe a la sociedad, aunque sepa que, “para perdurar, la sociedad precise de la violencia y de la mentira y se desembarace con facilidad de los individuos que le resultan molestos”. En Mi suicidio, Roorda está hablando desde la izquierda y la decepción.

“Ahora también estamos en un momento de una decepción tremenda y ante una incertidumbre sobre el mundo que dejamos a nuestros hijos y nietos —apunta Mario Gas—, pero siempre hay una esperanza, ahí está el pesimismo alegre, y hay que seguir creyendo por mucho que estemos en un momento absolutamente terrible con ese genocidio (en Gaza) y las otras guerras, con la situación política en Europa y en nuestro país o esa especie de Ubú que hay en Estados Unidos y el cambio climático… Pero para poder reaccionar hay que tener esperanza en que el ser humano pueda levantarse y deje de ser tan depredador y se acabe esta sociedad tan elitista en la que cada vez hay menos que tienen más y más que tienen menos”.

Cree Fernando Bernués que el autor suizo va desgranando a lo largo de su texto “una cierta decepción con muchas de las actitudes, compromisos o ensoñaciones utópicas que ha vivido, es un hombre que está mostrando que detrás de esos impulsos honestos e igualitarios que reivindican la lucha por una vida mejor hay una reflexión muy profunda con una cierta decepción y consciencia de que hay cosas que no va a cambiar”.

Gas sostiene que “la izquierda pretende siempre el bien común, mientras que las derechas han pretendido siempre el bien de unos pocos por encima de la pobreza de unos muchos. A mí me gusta que este texto sea de alguna manera un poco de izquierdas, un poco libertario, un poco anarquista en el mejor sentido de la palabra y es un placer apoyar no lo que pueda tener de dogmático, que no hay nada, sino apoyar la experiencia humana y buscar que eso se traduzca en una cierta calidez que llegue al espectador y que quede claro ese discurso”.

¿Está más cerca de la decepción de Roorda ahora, con 78 años, que cuando interpretó este texto con 55 años? “Estoy bastante parecido. Por un lado siento decepción porque hay motivos y por otro tengo una energía vital como si estuviera empezando a hacer teatro”, dice Mario Gas.