QUÉ FUE DE
Arantxa Sánchez Vicario, la tenista que denunció a su familia y fue condenada por alzamiento de bienes
La catalana, considerada la mejor tenista de la historia del deporte español, se ha enfrentado a todo tipo de vicisitudes desde que se retirara como jugadora profesional a principios del nuevo milenio

Arantxa Sánchez Vicario, en una imagen reciente. / EUROPA PRESS
Hasta que se demuestre lo contrario, Arantxa Sánchez Vicario sigue siendo la mejor tenista de la historia del deporte español. Al menos en lo relativo a los éxitos deportivos. Además de convertirse en la primera jugadora española que lograba ser número uno del mundo, la pequeña de la saga de los Sánchez Vicario consiguió cuatro títulos del Grand Slam en categoría individual —tres Roland Garros (1989, 1994 y 1998) y un US Open (1994), y a punto estuvo de reinar en Wimbledon—, cuatro medallas olímpicas —dos de plata y dos de bronce—, y 67 títulos en dobles. También contribuyó a la conquista de cinco Copas Federación con España, logró el premio Príncipe de Asturias de Deportes en reconocimiento de su trayectoria en 1998, y después de retirarse entró en el Salón de la Fama de Newport.
Nacida en Barcelona en 1971, Arantxa se sentía predestinada al éxito. Todo empezó cuando su padre, Emilio Sánchez, ingeniero de Montes, abandonó su puesto en Agromán, en Pamplona, y se trasladó a Barcelona para trabajar en la Generalitat. “Mi mujer y los chicos se quedaron hasta que acabó el curso, y yo, como me aburría en Barcelona, empecé a jugar al tenis. Cuando llegaron, los metí a todos en un club”. Emilio se encargó de inculcar a sus cuatro hijos ―Javier, Arantxa, Emilio y Marisa― el amor por ese deporte y decidió invertir dinero y paciencia en su formación. “Mi marido pensó que, con los tiempos que corren y el paro universitario tan grande que hay, la mejor carrera para nuestros hijos iba a ser la del tenis. Y nos marcamos una meta; si a los 18 años no llegaban a un nivel mínimo en los torneos, les haríamos dedicarse otra vez a estudiar”, confesaba en los ochenta la matriarca, Marisa Vicario.
Emilio y Javier Sánchez Vicario llegaron a ser notables tenistas, pero ninguno de ellos se acercó a los números de Arantxa, que a los 13 años ya era la campeona de tenis de España más joven de la historia y en 1989, sin haber cumplido aún los 18, venció a la todopoderosa Steffi Graf en la final de Roland Garros. La barcelonesa movía las piernas como una gacela y el público parecía enganchado al carisma, la garra y la fortaleza física que exhibía en la pista. “¡La presión me ponía!”, señaló una vez. “Cuanta más había, mejor me sentía. Los franceses me apodaron El Cocodrilo, porque me colocaba al fondo de la pista, observaba, gestionaba y ejecutaba. Yo me concentraba en hacer lo mío, que era jugar al tenis, y cuanta más presión sentía por ganar y más público tenía respaldándome, más arriba me venía. ¡En esas situaciones me crecía muchísimo!”.
En el circuito de la WTA, algunas jugadoras se burlaban de ella porque viajaba con su madre, que siempre quiso acompañarla por todo el planeta. Tanto ella como su marido celebraban cada uno de sus éxitos. Emilio se encargaba además de gestionar la fortuna de la joven, que a lo largo de su carrera ganó alrededor de 45 millones de euros entre torneos y patrocinios. Después de anunciar su retirada del tenis profesional en otoño de 2002, tras 17 años en activo, Arantxa seguiría relacionada con este deporte: le concedieron una invitación para jugar el torneo de dobles en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 (donde no pasó de primera ronda), trabajó como comentarista de televisión, fue directora del torneo femenino de Barcelona, y hasta ejerció como capitana de la selección española de tenis.

Arantxa Sánchez Vicario (centro), fotografiada con sus padres en 2002. / ANDREU DALMAU
En 2012, el mismo año en que dimitió como seleccionadora, una Arantxa llorosa hacía públicas las desavenencias de su familia, tan aparentemente feliz y unida. Fue durante la presentación de su libro, ¡Vamos!, en el que denuncia que sufrió maltrato psicológico a manos de su madre y que la gestión de su padre como responsable de sus finanzas había sido desastrosa y la había llevado a la ruina. “No soy desagradecida, siempre he agradecido el apoyo de mis padres, pero conmigo han ejercido un control y una protección que me han anulado en muchos momentos de mi vida”, comentó. Entonces había en marcha varias demandas contra sus padres y sus hermanos por malversación de fondos y apropiación indebida y por recuperar el control de todo su patrimonio. Marisa negó que su marido o ella hubieran robado nada a su hija, y su hermano Emilio comentó que eso de que estaba arruinada era una milonga.
Sea como fuere, aquel acto sirvió para que media España se enterara de los problemas económicos que arrastraba la ex tenista. Su calvario empezó en 2009, cuando el Tribunal Supremo la condenó a pagar a Hacienda 3,5 millones de euros por impuestos no abonados entre 1989 y 1993 (Arantxa inscribió su domicilio social en Andorra para pagar menos impuestos, pero se descubrió que en realidad vivía en Barcelona). La Agencia Tributaria consiguió cobrar la multa gracias a un aval del Banco de Sabadell que, a su vez, recuperó el dinero por medio de un contraaval suscrito por Arantxa con el Banco de Luxemburgo, donde ella depositó durante años el dinero que iba ganando. Y esa última entidad demandó por impago a la deportista, que hasta entonces parecía desconocer el estado de sus finanzas. Según su versión, fue al pedir a su padre dinero para pagar cuando descubrió que sus cuartos se habían evaporado. Al verse arruinada decidió querellarse contra varios familiares y algo después hizo públicas sus desavenencias.
Algunas fuentes señalan que el detonante de la ruptura familiar fue la decisión de Arantxa de casarse en 2008 con el empresario catalán Josep Santacana (antes de eso estuvo brevemente casada con el periodista deportivo Joan Vehils). Como contó un periodista de El País, “los padres, siempre vigilantes en todo lo relacionado con la menor de sus cuatro hijos, no se fiaron del yerno. Contrataron a un detective privado y mostraron a Arantxa las conclusiones, que no dejaban en buen lugar a su prometido. La extenista se sintió dolida y humillada por aquel episodio de espionaje familiar”. El mismo medio explicó que Santacana, padre de sus dos hijos, “firmó unas capitulaciones matrimoniales después de casados” pero fue teniendo progresivamente “mayor poder en la gestión de la fortuna de Arantxa y ella se distanció de su familia”.
Pero su matrimonio también acabó como el rosario de la aurora. En 2018 se separó de Santacana, con el que luego litigaría por la custodia de sus hijos en Miami (Estados Unidos), donde ambos vivieron juntos. Decía que el catalán la arrastró a un enfrentamiento frontal con su gente, y acabó pidiendo perdón a su madre y sus hermanos —su progenitor falleció en 2016— por todo lo sucedido. Donde fue más complicado el arreglo es en el asunto de la quiebra económica. El Banco de Luxemburgo se querelló contra Arantxa y su ex, a quienes acusó de alzamiento de bienes para no hacer frente a una deuda millonaria, y llegó a pedir su ingreso en prisión. Durante el juicio, celebrado en septiembre de 2023, la ex tenista reconoció los hechos, se mostró arrepentida y culpó de la operación a su ex marido (quien, según la Fiscalía, dio las “consignas” para deshacerse de los bienes de la extenista y evitar así que el Banco de Luxemburgo recuperara su deuda). “Yo quería pagar, pero él me dijo que no, que mejor que pagarle al banco era que tuviéramos nosotros el dinero. Me fie de él”, comentó. Por su parte, Santacana negó su participación en el delito de alzamiento de bienes y alegó que el dinero seguía oculto en cuentas en Suiza de las que era titular su ex.

Sánchez Vicario y su exmarido, Josep Santacana / EUROPA PRESS
Finalmente eludió el ingreso en prisión tras ser condenada a dos años de cárcel por un delito de alzamiento de bienes (al haber pactado con la Fiscalía durante el juicio) y a indemnizar a la entidad bancaria con el pago de 6,6 millones de euros (la pena de Santacana, por el mismo delito, fue superior: tres años y tres meses de cárcel). Según algunas fuentes, desde hace años Arantxa vive con sus hijos en un piso de alquiler en Miami, donde supuestamente subsiste dando clases particulares de tenis, ayudando en la organización de torneos y haciendo de comentarista (la mitad de lo que ingresa va directamente a las arcas del Banco de Luxemburgo, pues “eso forma parte del acuerdo al que se llegó en su día”, como ella misma apuntó).
En una entrevista concedida a El Mundo, la catalana de 53 años aseguró que, pese a haberlo perdido prácticamente todo, tirar la toalla no fue nunca una opción para ella. “Soy Sagitario, un signo de fuego”, dijo. “A lo mejor he sacado esa fuerza interior de mi viaje a las profundidades. Hoy, afortunadamente, puedo decir que me encuentro bien y que he aprendido lo que es el infierno. Saber lo que hay allí me ha ayudado a apreciar más lo que hay aquí arriba y a saber dónde no quiero volver nunca más. He aprendido mucho y eso me ha hecho más fuerte todavía [...]. Tengo dos hijos maravillosos a los que amo con locura, que son el motor de mi vida y que, en los momentos más difíciles, me han brindado el coraje que necesitaba para salir adelante”.
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