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LUCHA DIARIA

El vecino ciego de Arganzuela que ha llevado a un taxista a juicio por dejarle tirado en la carretera: cree que Madrid es inaccesible

A Jonatan Armengol le han cerrado muchas puertas. Sin embargo, hoy es periodista, crítico gastronómico y dueño del primer canal de cocina invidente del mundo

Jonatan Armengol, el vecino ciego de Arganzuela (Madrid) que documenta su día a día en redes sociales.

Jonatan Armengol, el vecino ciego de Arganzuela (Madrid) que documenta su día a día en redes sociales. / DAVID RAW

Pablo Tello

Pablo Tello

Madrid

En la década de los 70, nacer ciego aún era una terrible desgracia. “A mi madre le costó un año asumir que yo lo era y, cuando me lo diagnosticaron, fue todo un drama. Creo que a día de hoy aún no lo ha superado del todo”, señala Jonatan Armengol, periodista, crítico gastronómico y chef. Nació en Barcelona en 1976, una época en la que los niños invidentes estaban destinados a vivir en la marginalidad más absoluta: “Visitamos a todos los médicos, curanderos y chamanes que mis padres pudieron pagar. También peregriné a Lourdes y Fátima, pero nada”. Cuando llegó el momento de escolarizarlo, en España había únicamente cuatro colegios para niños sin vista: en Pontevedra, Madrid, Alicante y Sevilla. “Lo habitual era internarlos y enseñarles braille. Para mí eran un gueto, ya que esos niños salían a un mundo para el que nadie les había preparado”, añade. Su madre, negada a aceptar ese destino para su hijo, trató de matricularlo en un colegio privado con niños que veían. 

Fue allí donde, juntos, se toparon con la primera piedra de un camino que, a día de hoy, Jonatan todavía recorre. “Nos dijeron que mi discapacidad retrasaría al resto de alumnos. Mi madre terminó haciendo llorar al cura, que se disculpó y me aceptó. Soy el segundo niño ciego de España que consiguió ir a un colegio de videntes y, aunque sufrí bullying y no tuve más que desventajas, algo debió ir bien, ya que a día de hoy ya no hay segregación”, explica. La ONCE, implicada con su caso, destinó recursos para su aprendizaje y desarrollo en la escuela a base de prueba y error: “Ahora mismo nadie desea que su hijo nazca ciego, pero está mucho más normalizado. La sensación de vértigo que tenían mis padres en ese entonces estaba más que justificada. Los ciegos eran prácticamente mendigos, vendían un cupón que les compraban las amas de casa por caridad y eran considerados un defecto social repleto de limitaciones”. 

Jonatan pulsa el botón de una marquesina de autobús que, por megafonía, le indica el tiempo de espera.

Jonatan pulsa el botón de una marquesina de autobús que, por megafonía, le indica el tiempo de espera. / DAVID RAW

Gracias a, entre otras cosas, la tenacidad de su familia, un Jonatan de 19 años llegó a Madrid para cursar los estudios de Analista Programador. Sin saber cocinar ni utilizar electrodomésticos, descubrió lo que era una freidora a la fuerza. “A mi hermano le enseñaron a cocinar con 11 años, pero a mi no. Entendí que, si compraba cosas congeladas y las metía en un aparato lleno de aceite, podía comer. Ponía la mano y, cuando estaba caliente, contaba dos minutos hasta que estuviera cocinado. Y así con el resto de cosas, como la plancha, el microondas o el grill. Fue así como descubrí que la cocina me encantaba”, explica. Entusiasmado con esta nueva afición, se apuntó a clases de cocina en la ONCE y, posteriormente, en Valdemoro, donde también le intentaron denegar el acceso: “Monté un pollo y obligaron a la profesora a aceptarme. Allí aprendí todo lo necesario para ser independiente”.

El kamado japonés

Trabajó como informático durante un tiempo, hasta que le propusieron presentar un programa de radio y, desde entonces, nunca se ha distanciado de los medios de comunicación: lleva más de dos décadas al frente de un formato gastronómico. “Soy jurado internacional y creo que me he ganado el respeto de mis compañeros de profesión”, bromea. Recuerda con cariño el día que conoció al cocinero Juan Manuel Benayas, pues con él descubrió la existencia del kamado japonés, un horno cerámico indispensable en el día a día del catalán: “Lo toqué y me enamoré, así que mi mujer me regaló uno por mi cumpleaños. Descubrí que era un reto personal, porque podía quemarme, pero la comida sabe completamente diferente y eso es lo que me gusta. Un día, un familiar me vio cocinar y quedó tan sorprendido, que me propuso crear un canal de Youtube”. Y así fue. Lo que comenzó con un fondo improvisado y un viejo delantal, se ha convertido hoy en un perfil de cocina profesional con más de 40.000 suscriptores. 

Jonatan es periodista, crítico gastronómico y dueño del primer canal de cocina invidente del mundo.

Jonatan es periodista, crítico gastronómico y dueño del primer canal de cocina invidente del mundo. / DAVID RAW

Armengol es, de hecho, la primera persona invidente en ponerse al frente de un canal de cocina: “En una sociedad tan globalizada es difícil decir que eres el primero en algo, pero creo que sí”. Sin embargo, a lo largo de este proceso se ha topado con personas que no han querido trabajar con él por su discapacidad. “Una marca me dijo que alguien ciego no representaba sus valores ni público objetivo”, lamenta. A día de hoy, sus padres no dejan que toque los fogones si ellos están delante. Para ellos, dice, sigue siendo aquel joven que se mudó a Madrid con apenas 18 años: “Mira que he demostrado ser bueno en la cocina… pues con 45 años siguen protegiéndome a toda costa, aunque ello implique tratarme como a un niño. Luego está mi mujer, que siempre que puede me usa como cocinero en comidas familiares o reuniones con amigos”. 

España es "ignorante"

De la misma forma que abrió su espacio en Youtube, comenzó a documentar su rutina en redes sociales: por casualidad. “Fue una compañera de trabajo la que me comentó que algunos periodistas gastronómicos grababan su día a día en Instagram o TikTok. Siempre he sido muy torpe con el teléfono, por eso me compré unas gafas inteligentes, con cámara y altavoces”, relata. De esa forma, cada vez que se coloca las lentes y pulsa un botón, puede filmar lo que tiene delante sólo con mover la cabeza: “No quería ser famoso por ser ciego, pues he pasado toda la vida intentando integrarme y dar un giro así es doloroso”. Sin embargo y sin querer, fue una situación discriminatoria con un taxista lo que propulsó a Jonatan al éxito online. “No me dejó subir al coche con mi perro guía. Aceleró de golpe y nos caímos. Lo grabé para publicarlo en internet y, posteriormente, denunciarle. El vídeo se viralizó al momento y ese hombre acabará juzgado por un delito de odio”, sostiene. En cuestión de horas, sus redes sociales pasaron de tener 10.000 seguidores a acumular más de un millón. 

Si bien fue una situación que a día de hoy todavía le estremece, también supuso un punto de inflexión para el Armengol activista que ahora enciende las gafas cada vez que monta en un autobús, entra a un supermercado o interactúa con algún desconocido. “Cuantas más cosas enseño, más interés tiene la gente”. Aquel desencuentro coincidió en el tiempo con su luna de miel en Japón, donde descubrió que la accesibilidad es mucho más que braille y perros guía. “Allí es real. En España creemos que somos unos genios y la realidad es que somos unos ignorantes en este tema. Allí todas las aceras tienen marcas para que no nos desviemos, hay relieves en la entrada de cualquier establecimiento, en las bocas de metro suena un pájaro indicando la puerta de salida y los semáforos emiten sonidos en función de si vas de norte a sur o de este a oeste: “Pediría a los de Urbanismo de Madrid y España que viajaran a Asia a hacer un curso de accesibilidad e inclusión real”.

Calo es el perro guía de Jonatan, con quien trabaja desde hace siete años.

Calo es el perro guía de Jonatan, con quien trabaja desde hace siete años. / DAVID RAW

Madrid no es Tokio y, en base a su experiencia, la movilidad continúa siendo un problema en Madrid. “Los obstáculos me complican la vida: desde agujeros en el suelo, baldosas inexistentes, cacas de perro, coches aparcados en mitad de un paso de cebra, obras mal señalizadas y un cierto incivismo por parte de la población”. Aún así, Jonatan reconoce el esfuerzo institucional en mejorar la vida de sus ciudadanos ciegos. “Además del botón en las marquesinas de autobús, hay códigos NaviLens para que sepamos en qué parada estamos, cómo llegar a cualquier sitio, qué autobuses paran y cuánto tardan en llegar, pero todo es mejorable”, cree. Hace unos días descargó en su teléfono la nueva aplicación de la EMT en la que, supuestamente, los usuarios pueden solicitar la parada antes de que llegue el autobús. Sin embargo, para hacerlo, deben seleccionar la parada en un mapa inaccesible para personas invidentes, por lo que aún necesita algunas mejoras. 

Padre de un hijo

A base de encontrar situaciones de abuso en espacios públicos, Jonatan confiesa haberlas normalizado. “Cada vez que voy a algún lado pienso que no me van a dejar entrar. Y, como yo, muchas otras personas ciegas. Por eso siempre voy grabando. Han llegado a pasar más de seis taxis por delante de mí y ninguno de ellos paró. Me he topado con gente que le molesta que yo entre en los autobuses públicos, restaurantes y supermercados con Calo, mi perro guía”, confiesa. A pesar de todo, el barcelonés se cruza con mucha gente que le ayuda a lo largo de la semana: “Mi vida es mucho más agradable que la de muchos en varios aspectos, pues cada día me encuentro con personas que me leen los tipos de tomate en la frutería, que me ayudan a cruzar el paso de cebra si hay mucho tráfico o que me guían al bajar del metro. Al contrario de lo que mucha gente piensa, tres de las personas que más me han socorrido en escenarios raros han sido personas sin hogar. Como no juzgo a nadie por su aspecto, daría la misma oportunidad a Felipe de Borbón si me lo cruzo por la calle, que a un sintecho. Somos todos iguales”. 

Jonatan lleva unas gafas inteligentes con las que grabar su día a día.

Jonatan lleva unas gafas inteligentes con las que grabar su día a día. / DAVID RAW

Queda un largo camino por recorrer. Y él lo sabe. Pero, comparándolo con el año de su nacimiento, Jonatan reconoce que “hoy en día, tener un bebé ciego no es un problema”. Hace algo menos de un año, él mismo se convirtió en padre de su primer hijo. “Teníamos un 50% de probabilidades de que fuera invidente y nos enteramos cuando mi mujer ya estaba embarazada. Afortunadamente él sí puede ver, pero no nos hubiera importado”, añade. A lo largo de su vida ha escuchado comentarios que consideran necesaria la esterilización de toda persona con ceguera. No solo hay matrimonios privados de la vista con una vida como la de otro cualquiera, sino que Calo ha aprendido también a guiar el carro infantil: “Se ha creado un vínculo tan fuerte que hemos hecho un súper perro”. A lo largo de su vida adulta, Armengol ha tenido cuatro perros de asistencia que, cuando ha llegado el momento de jubilarse, han pasado a vivir con sus suegros con el fin de no separar sus caminos.

“Creo en la igualdad de derechos y en la independencia como base”, dice. Depender de alguien para recibir los alimentos, ir al supermercado, comprar ropa o, incluso, tomar un café con alguien, ya no es una opción para mucha gente. “¿Qué somos si no podemos hacer nada por nuestra cuenta? Yo quiero tener la capacidad de poder ir solo hasta la Puerta del Sol si he quedado, de invitar a mis amigos a cenar a casa y poder cocinar yo… eso es independencia. No me des pescado, enséñame a pescar”, insiste. En resumen, Jonatan pide oportunidades, inclusión real y una erradicación de comportamientos discriminatorios cada vez que sale de casa. No solo él. Desde que creó su canal de Tik Tok hace unos meses, no han dejado de aparecer otros similares que desmontan mitos cada vez que encienden la cámara. Y eso, para él ya es una victoria.