RESTAURANTES
Berlanga no baja el telón y aplaza su adiós: la arrocería del hijo del cineasta se queda una "temporada larga"
El restaurante de José Luis García-Berlanga, frente al Retiro, iba a despedirse este 30 de septiembre tras cuatro años de historia, pero la avalancha de reservas y el cariño del público han dado un giro inesperado al guion: los fogones seguirán encendidos

José Luis García-Berlanga, gastrónomo, apasionado de la cocina y cocinero autodidacta. / Restaurante Berlanga

Este martes, 30 de septiembre, lo que parecía un adiós se ha convertido en un nuevo comienzo. La arrocería Berlanga, el restaurante donde el arroz olía a cine y las sobremesas sabían a memoria, seguirá abierta. José Luis García-Berlanga, hijo mayor del gran Luis García Berlanga, ha decidido prorrogar su proyecto gastronómico "durante una temporada larga", ha asegurado tras la avalancha de reservas y el apoyo masivo de sus clientes.
Los fogones de Menéndez Pelayo seguirán encendidos. Frente al Retiro, el chisporroteo del socarrat continúa. Las cazuelas humean. Las tertulias regresan. Y el apellido Berlanga, que durante décadas supo a celuloide, seguirá sabiendo también a arroz. Durante años, el apellido Berlanga evocó risas, planos corales y sátira. Pero desde 2019 también evoca cucharas compartidas y paellas que reúnen familias enteras alrededor de la mesa. En su arrocería madrileña, José Luis García-Berlanga trasladó al fuego la esencia de su linaje: el sentido del humor, el amor por lo cotidiano y la emoción de los pequeños rituales.
El restaurante nació como un homenaje. Cada rincón del local era un guiño a su padre con carteles de El verdugo y Bienvenido, Mister Marshall y con fotografías del maestro entre rodajes. Una manera de unir dos pasiones: el cine y la cocina valenciana. El proyecto comenzó a destiempo, apenas unas semanas antes del confinamiento. Las mesas vacías, los hornillos apagados y el miedo no impidieron que Berlanga sobreviviera. Ahora tampoco. Mientras Madrid callaba, el arroz seguía cociéndose para cientos de hogares: un delivery que salvó no solo un negocio, sino una tradición. "Sobrevivimos porque el arroz es familia", suele repetir José Luis. Y en su cocina siempre hubo herencia. La de su abuela Lola, su primera maestra. La de su madre, que le enseñó el punto exacto del grano. Y también la de su padre, que, sin saber cocinar, entendía el poder de las sobremesas largas y las conversaciones eternas.

. José Luis García-Berlanga, hijo mayor del cineasta Luis García Berlanga, baja la persiana de su arrocería tras cuatro años. / Restaurante Berlanga
El catálogo de los arroces
Arroz negro, a banda, de señoret, de bacalao con coliflor, de espinacas con gambón, de puerros con rape… En cada plato, un trozo de la Albufera viajaba hasta Madrid. José Luis cocinaba con variedades cultivadas en su tierra, defendiendo la autenticidad frente al artificio. "El arroz no tiene secretos", decía. "Solo cariño, dedicación y un buen grano". Era una cocina sencilla y sentimental, que invitaba al recuerdo. Comer en Berlanga era un acto de memoria colectiva: un regreso a la infancia, a la mesa familiar, al gesto compartido de servir del centro.

Arroz del restaurante Berlanga. / Restaurante Berlanga
El restaurante fue, además, un refugio para las tertulias culturales que tanto echaba de menos la ciudad. Entre paellas y carteles, se hablaba de cine, de guiones, de la vida. Berlanga era, en el fondo, una película viva: coral, cálida, con personajes que volvían una y otra vez para repetir escena.
De la despedida al aplauso final
Hace apenas unos días, José Luis García-Berlanga anunció el cierre definitivo del local. Iba a ser un adiós dulce, con aroma a azafrán y melancolía. Pero la reacción del público cambió el desenlace. "Ante la avalancha de reservas", confesó el propio restaurador, "hemos decidido continuar". Así, lo que iba a ser un último servicio se ha convertido en un nuevo comienzo. Los madrileños —y los amantes del arroz— han salvado, a golpe de cariño, un lugar que ya es parte de la memoria emocional de la ciudad.
El restaurante que nació como homenaje se ha convertido, sin proponérselo, en símbolo de resistencia y de amor por lo bien hecho. Porque, al final, el cine y la cocina se parecen: ambos buscan la emoción que permanece cuando cae el telón. Y esta vez, el telón no cae. Solo se levanta de nuevo.
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