DENTRO DE LA UNIDAD CANINA
Lobo, el perro policía que detecta explosivos en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid: "Alguna vez se ha confundido con el aceite de las bisagras"
Sergio, dueño y adiestrador de este pastor belga malinois, es miembro de la Unidad Canina de la Policía Municipal de Madrid y lleva dos años entrenándolo en su casa

Sergio y Lobo durante un entrenamiento en la Unidad Canina de la Policía Municipal de Madrid. / ALBA VIGARAY

“¡Busca!”, dice Sergio. En un abrir y cerrar de ojos, Lobo cruza la explanada y comienza a olisquear el interior de varias maletas en las que, previamente, se ha ocultado una muestra de PG3, un explosivo plástico. De la primera pasa a la segunda e inmediatamente se detiene. El perro da un paso atrás y se sienta. Es el momento en el que su dueño emite un sonido que indica al cánido el fin de la operación. Se trata de un entrenamiento en la Unidad Canina de la Policía Municipal de Madrid, ubicada cerca de la Casa de Campo. Desde allí, este pastor belga malinois se desplaza cada mañana hasta el Ayuntamiento de Madrid para detectar explosivos durante los plenos municipales. “La requisa se hace cuando apenas hay concejales, una hora antes. Lo siento a mi lado y le doy el comando. Él empieza a rastrear la habitación en busca de posibles explosivos. Al ser una tarea preventiva, tengo que indicarle exactamente donde quiero que busque, como debajo de los asientos”, explica su guía y entrenador.

Lobo, que tiene cuatro años, llegó a la Unidad Canina con apenas un año de edad. / ALBA VIGARAY
La relación entre ambos va más allá del servicio ya que, cuando acaban el turno, Sergio se lleva a Lobo a su casa. “Tengo otro perro y se llevan muy bien, son amigos”, cuenta. Como él, algunos agentes crían a estos animales desde que son cachorros y se convierten también en sus dueños dentro y fuera del entorno laboral: “Los hay que están aquí siempre y somos los propios compañeros quienes nos turnamos para que no estén metidos en los caniles demasiado tiempo”. La mayoría llegan a la sección gracias a donaciones o cesiones de familias que no pueden hacerse cargo de ellos: “También de criaderos donde sabemos que son aptos, o de protectoras que se ponen en contacto con nosotros cuando creen que uno de sus residentes puede ser válido para nosotros”. Todos ellos, antes de ser incorporados a la plantilla, son examinados para saber si poseen las cualidades necesarias: “Buscamos que tengan bastante presa, es decir, que les guste disputar el juguete con su guía. También que les guste buscar”. En su mayoría, la Unidad cuenta con pastores alemanes y pastores belgas malinois, aunque también hay cockers y perros de agua: “También tenemos algún mestizo, aunque generalmente solemos ir a lo seguro”.
Cinco tipos de explosivo
De los 26 canes que trabajan en la unidad, sólo cinco lo hacen en el consistorio: “Mey, Sam, Leo, Tora y Lobo se turnan en este tipo de operaciones a primera hora de la mañana. Todos están especializados en explosivos químicos. Hemos descubierto que los sprays para las bisagras comparten algún ingrediente con estas sustancias y Lobo se queda dudando”. A sus cuatro años, Lobo nunca ha dado con un detonante real, pero eso él no lo sabe. Cada vez que terminan una requisa, esconden una muestra real para que Lobo la pueda encontrar: “Lo hacemos para que se vaya con buenas sensaciones”. Cuando la zona ya está completamente protegida, los trabajadores del Ayuntamiento dan paso a las personalidades, que van ocupando sus sitios progresivamente. “Este tipo de protocolos se llevan a cabo desde que comenzaron los atentados de ETA en la capital. Sin embargo, en España hace muchos años que no se encuentran este tipo de explosivos en requisas”, añade Sergio.

La muestra de detonante PG3 que Sergio usa en los entrenamientos con Lobo, detector de explosivos. / ALBA VIGARAY
Lobo no solo protege la sala de Plenos. En ocasiones, recorren los parkings, el perímetro o la galería interna: “También trabajamos en las salas subterráneas donde se reúnen los grupos políticos antes de que comience el Pleno”. Este malinois, que fue donado a la Policía Municipal con un año y medio, había crecido en una finca rural sin ruidos ni estímulos. Al llegar, los coches y la muchedumbre se convirtieron en sus peores enemigos. “Son cosas en las que seguimos trabajando porque tiene sus miedos, se siente intimidado cuando hay mucha gente”, asegura. Si bien se desenvuelve sin complicaciones bajo presión, las relaciones sociales no son lo suyo: “Al llegar y ver a tantos perros ladrando a su alrededor, se asustó mucho. Lo que hemos hecho ha sido cambiar la emoción que siente cuando está en los lugares que antes le daban miedo”.
Una vez el perro se sintió seguro, comenzaron a introducir los olores de explosivos en sus juguetes. “Se usan dos técnicas: o bien le enseñas directamente los olores para que lo marquen con una señal, o impregnas sus pertenencias con el olor para que lo asocien a algo positivo”, suma. Y así fue. Poco a poco, Lobo interiorizó que ciertos olores podrían ser sinónimo de recompensa: “Trabajamos con cinco tipos de explosivos reales, que son los que nos enseñan durante el curso de artillería. Durante el adiestramiento, intentamos que no toquen los explosivos por precaución. Uno bien entrenado jamás lo hará, pero hay veces que, por curiosidad, la empujan o la chupan”. Las sesiones de preparación, que comienzan en lugares pequeños y controlados, tienen lugar en entornos y edificios reales. “Existe el marcaje activo, en el que el perro empieza a rascar y tocar; el marcaje pasivo, en el que se queda mirando; y el marcaje lapa, en el que pega su hocico al punto clave y no se mueve”, desvela. Para que Lobo superase sus miedos y pudiera trabajar sin complicaciones han sido necesarias muchas horas de trabajo.

Sergio esconde el explosivo PG3 en una maleta antes del entrenamiento con Lobo. / ALBA VIGARAY
Un año de entrenamiento
“Ese perro hubiera estado encerrado toda su vida de no ser por Sergio”, comenta uno de sus compañeros, testigo de los avances desde el día que llegó a la unidad. “Tenía agorafobia, era nervioso, conflictivo y reactivo. Era como un niño salvaje. Un ejemplar así, si se siente encerrado, va a morder para avisarnos. Lo ha hecho con varios compañeros. Canaliza sus emociones mordiendo, es una forma de vaciarse, por eso es bueno. Sergio hizo que un animal que hubiera muerto en la perrera, sea capaz de socializar y trabajar bien en la actualidad. Han sido muchos días de trabajo psicológico hasta que ha perdido todos sus traumas”, añade. Durante sus visitas al Ayuntamiento, donde se cruza con cientos de personas, es capaz de mantener su atención en el juguete que porta el agente en su mano: “Para él es un juego, se divierte haciéndolo. Un perro, por obligación, duraría tres días de trabajo”. Por contrato, estos policías no pueden aceptar a ningún cachorro por la dedicación que estos requieren, por lo que la mayoría de ellos llegan cuando ya superan el año de edad.
El vínculo que ambos han creado a lo largo de los últimos años hace que, a día de hoy, sean inseparables. “Es como un niño, vas creciendo con él y aprendemos uno del otro. Veo que lo ha pasado mal, que no tuvo una infancia feliz en una casa y es ahora cuando realmente está comenzando su desarrollo”, reconoce. Su carácter inquieto ha dificultado la adaptación a su nueva casa, aunque según confirma su dueño, no ha dejado de mejorar: “Cuando veo que está nervioso, lo meto en su transportín un rato. Al contrario de lo que la gente piensa, es una buena herramienta de trabajo y es importante que lo asocie a comida o relajación. Si no se relaja, su cabeza no va a acabar bien y terminará con lesiones”. Pese a todas las dificultades, Sergio tiene claro que Lobo vivirá con él toda su vida: “Cuanto más cariño le das, mejor trabaja. En este caso, el amor es perfecto. Es su medicina”. Normalmente, desde que un perro llega a la Unidad Canina de la Policía Municipal de Madrid, se necesitan entre seis meses y un año para que este sea apto para el servicio.

La relación entre ambos va más allá del servicio ya que, cuando acaban el turno, Sergio se lleva a Lobo a su casa. / ALBA VIGARAY
Programas de adopción
En el recinto cuentan con detectores de estupefacientes, dinero y explosivos, como es el caso de Lobo. “Estamos fomentando también el rescate de personas en accidentes o catástrofes y, en casos especiales, se introduce una doble especialidad”, expresa el agente. No es el caso de Lobo, pero sí el de dos de sus compañeros, que combinan rescates de personas con explosivos y estupefacientes respectivamente: “Nunca mezclamos explosivos y drogas, ya que no podemos arriesgarnos a que un perro marque algo y no sepamos si es una bomba o una droga. Las formas de marcar estas dos cosas son muy similares”. En caso de encontrar un cuerpo, deben ladrar y moverse, pero si lo que encuentran son drogas, deben permanecer inmóviles junto al hallazgo: “No podemos jugárnosla. Si son detonantes debemos acordonar la zona y actuar lo antes posible”. Cada caso es diferente y, coincidiendo con sus compañeros, Sergio cree que no hay una única forma válida de adiestramiento: “A mi me sirve cambiarle el collar o aumentar el ritmo en los momentos previos a la operación. Dejo que tire de mí para dejarle saber que vamos a buscar. También me gusta que haga sus necesidades justo antes del servicio, para que no se distraiga”.
La Unidad Canina cuenta en sus instalaciones con una clínica veterinaria, en la que dos especialistas les atienden de urgencia cuando sufren algún corte o lesión. Y, aunque antiguamente había una cocina en la que preparaban los platos de comida, ahora se alimentan a base de pienso. Si bien hace trabajaban hasta, prácticamente, el final de sus días, la nueva Ley de Protección y Bienestar Animal establece que estos perros no pueden trabajar más de siete años. “Su vida laboral dura en torno a cinco o seis años. Aunque si, cuando llega a los siete años, su estado físico y actitud son buenos, se puede alargar un poco más porque no le viene mal. Debemos darles una jubilación digna, lo antes posible. Hay algunos que han llegado a trabajar con nosotros casi diez años, pero es importante que bajen el nivel de actividad en su vida cuando llegan a cierta edad”, defiende.

Sergio, dueño y adiestrador de Lobo, es miembro de la Unidad Canina de la Policía Municipal de Madrid. / ALBA VIGARAY
Al colgar el uniforme por última vez, algunos permanecen con sus adiestradores, como lo hará Lobo en el futuro, o con alguien de su confianza. Otros, en cambio, deberán buscar una nueva vida. La Unidad Canina cuenta con un programa llamado Héroes de cuatro patas, que busca una familia a quienes lo necesiten. Además, el Ayuntamiento de Madrid colabora con la Policía Municipal mediante la iniciativa Adopta un compañero, que promueve la adopción responsable de perros trabajadores: “Siempre se intenta que el futuro dueño sea lo más compatible posible con el animal, no sirve cualquier persona. Se hace un seguimiento para garantizar su bienestar allá donde vaya. Nunca acaban en una perrera”.