FESTIVAL DE ALMAGRO
Violencia, sangre y sexo en la espectacular Fuenteovejuna de Rakel Camacho, con ecos de 'La naranja mecánica' y 'Los santos inocentes'
Camacho abre el Festival de Teatro Clásico de Almagro con su puesta en escena del texto de Lope de Vega, convirtiéndose en la primera mujer que lo dirige en la historia de la CNTC

La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) llega al Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro con una nueva producción de 'Fuenteovejuna', de Lope de Vega, diriga por Rakel Camacho. / Pablo Lorente
Le ha abierto la blusa y le ha tocado los pechos con lascivia, se ha chupado los cinco dedos de su mano y se los ha metido en la boca, la ha empujado y tirado al suelo, y como si ese cuerpo de Laurencia hubiera venido al mundo solo para que él lo mancillara le ha subido la falda, le ha abierto las piernas, le ha sujetado las manos y se ha tendido encima de ella, dispuesto a violarla. Humillará después a su padre, Esteban, el alcalde del pueblo, le obligará a arrodillarse y hundirá su cabeza dentro de un comedero para bestias, se colocará detrás, pegará su sexo a la espalda del hombre y se moverá como si ese cuerpo también fuera de su propiedad, como si no fuera posible la existencia de otra autoridad distinta a la suya. El Comendador tendrá a su lado a dos soldados fieles y cuando termine de ejecutar su penúltima infamia, se pasarán los tres una botella de J&B y después de beber a morro sacarán del cinto sus pistolas, empezarán a limpiarlas con un movimiento rítmico mientras hablan de otras mujeres del pueblo a las que perseguir, ¿qué hay de Pascuala? ¿y de Olalla?, y masajearán las armas como si fueran sus falos, tres machos masturbándose juntos y disparando a la vez, cuando terminen, en un alarde de sincronía y compenetración.
Estamos en Fuenteovejuna, ese festival de violencia que Lope de Vega imaginó en el siglo XVII a partir de hechos reales, en el que un pueblo se levantará contra el abuso, la humillación y el ultraje de un poder injusto y cruel. Todo eso (y no solo) sucederá en un espacio presidido por una gran cortina hecha de cadenas, una Casa de la Encomienda convertida en tótem y símbolo de la opresión. Delante, un puente de color rojo sangre, con estacas acabadas en punta, un puente que será plaza, campo y espacio para el escarnio y la tortura. En un extremo del escenario, una ristra de cencerros y varado en el suelo, un cuerno enorme que representa esa España atávica y oscura y que ya vimos en Coronada y el toro, de Francisco Nieva, también dirigida por Rakel Camacho, la mujer que anoche transformó el escenario del Teatro Adolfo Marsillach de Almagro en ese lugar en el que todo un pueblo gritará ¡Fuenteovejuna y los tiranos mueran! para abrir la 48ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de la localidad manchega, convirtiéndose en la primera mujer que dirige el célebre texto de Lope de Vega en toda la historia de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), fundada en 1986. Tras su estreno absoluto en Almagro, Fuenteovejuna abrirá el 25 de septiembre la nueva temporada de la CNTC en el Teatro de la Comedia.

Una escena de la 'Fuenteovejuna' de Rakel Camacho. / Pablo Lorente
“Siento que ser la primera mujer en dirigir esta obra es un avance y siento también que es una declaración de principios por parte de Laila Ripoll (directora de la CNTC)”, dice Rakel Camacho, al frente de un equipo artístico impresionante: 19 actores y actrices que también cantarán y bailarán, entre ellos Chani Martín (que ya fue el alcalde Zebedeo de Coronada y el toro) en la piel del Comendador, Cristina Marín-Miró en la de Laurencia, Jorge Kent como el alcalde y Alberto Velasco, espectacular, interpretando a un Mengo que bebe del Azarías de Los santos inocentes, abrazado a una milana bonita que aquí será el Gizmo de los Gremlins. Con versión de María Folguera, escenografía de Mónica Borromello y luces de Pilar Valdevira, coreografía de Sara Cano, un vestuario diseñado por Rosa Andújar con ecos de campo de refugiados, y una excepcional dirección musical de Raquel Molano y composición musical de Pablo Peña y Darío del Moral, del grupo Pony Bravo.
Fuenteovejuna no es el único espectáculo con el que desembarca este año en Almagro la CNTC de Laila Ripoll, un festival al que lleva viniendo desde los años 90, pero que ahora pisa por primera vez como directora de la compañía después de ganar el concurso convocado por el INAEM tras el cese de Lluís Homar por las irregularidades que adelantó hace justo un año EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Además del texto de Lope, el Clásico estará presente con Los dos hidalgos de Verona, de Shakespeare, dirigida por Declan Donellan; La fortaleza, de Lucía Carballal; Farra, dirigida por Lucas Escobedo y finalmente, con Don Gil de las calzas verdes, montaje con el que se despide la Joven Compañía del Teatro Clásico para dar paso a una nueva promoción.
Fuenteovejuna y Gaza
En su lectura de Fuenteovejuna, Camacho pondrá el foco en el origen de esa violencia que sacude a un pueblo, pero también a un país, y vinculará esa que ejerce el Comendador de la Orden de Calatrava sobre el pueblo de Fuenteovejuna con aquella otra violencia de Estado ejercida por los Reyes Católicos, en plena campaña bélica. “Me interesaba mucho centrarme en cuál es el origen de la violencia, aunque sea algo que no se pueda aclarar o sea difícil establecer una respuesta luminosa —explica Rakel Camacho a este diario—, pero me parece importante visualizar esas dos tramas que hay en la obra: por un lado, todo lo que hacen el comendador y sus secuaces con el pueblo, esa desigualdad tan brutal, tan radical y tan extrema propia de un sistema feudal, y una segunda trama, que es la situación de guerra que atraviesa todo”. María Folguera, que firma la versión, sostiene que “la violencia que hay en Ciudad Real, donde corre la sangre por el suelo, está directamente conectada con las violaciones que está cometiendo el Comendador en privado. El abuso que está ocurriendo en Fuenteovejuna es algo sabido y sostenido, hasta que todo explota, pero nuestra visión lo relaciona directamente: el comendador va y viene entre un lugar y otro a lo largo de la obra y los reyes están en plena guerra civil, Isabel y Fernando están tensos, no son los reyes del año 1492, son los reyes de unas décadas antes”.

La 'Fuenteovejuna' de Camacho es la primera dirigida por una mujer en la Compañia Nacional de Teatro Clásico. / Pablo Lorente
Respecto a ese lugar en el que Camacho y ella fijan su mirada, Folguera añade también la cobardía: “El pueblo tarda mucho en rebelarse y eso es algo que conecta con el siglo XXI porque yo siento que estamos en un momento especialmente fuenteovejunesco. En la obra se habla de un cambio de paradigma, esa transición de la Edad Media al Estado Central de los Reyes y nosotros sentimos colectivamente, en el siglo XXI, que también estamos asistiendo a un cambio de paradigma en que los líderes están rompiendo los protocolos a los que estábamos habituados y día a día vivimos escenas de violencia que a mí me recuerdan a Fuenteovejuna, unos excesos verbales y también sexuales que están a la orden del día en el tipo de liderazgo que estamos viendo”. Camacho también advierte una conexión clara entre aquella violencia antigua y esa con la que convivimos hoy. En su mente, “el trumpismo y todo lo que estamos viendo en Israel y Gaza. Nosotros vivimos muy vinculados a esa situación todos los ensayos y el proceso, y lo triste es que no haya habido una evolución. Hay una escena en la obra, antes del monólogo de Laurencia, en la que el pueblo está meditando, están buscando opciones para no acabar con el Comendador, aunque al final no les queda otra, y piensan en irse de la villa, pero saben que no van a poder…. Todo eso nos recuerda a la opresión, el exterminio y el genocidio que se está produciendo en Gaza”.
Armas como falos
Camacho, que se mueve como pez en el agua en ese universo habitado por el surrealismo, lo simbólico, lo onírico, el exceso y la hipérbole, opta por mostrar en escena una violencia explícita y cruda, sin ninguna intención de estilizarla o romantizarla. “He estado tanto tiempo pensando en acciones, imágenes y escenas de humillación y violencia que me sentía fatal y, además, hablaba así a los actores y les decía: teneis que coger así la pistola porque es vuestra polla y ver cómo la acariciáis y qué hacéis con ella. Hay escenas de una masculinidad tóxica 200% que había que llevar a ese lugar en el que poder ver cómo explotaba”.
La directora admite haberse nutrido del cine de Tarantino, aunque flota, y mucho, el recuerdo de la estética de La naranja mecánica de Kubrick en los cuerpos del Comendador y sus secuaces, que no portarán ballestas, sino pistolas automáticas o un kalashnikov, y veremos una carretilla llena de cabezas de cerdo, a alguien tocar una sierra como si fuera un violín, cuerpos ensangrentados y torturados o al comendador crucificado en una cruz de Calatrava descomunal. “He buscado lo desagradable, ese poli yanqui que mata y asesina impunemente, esa violencia de quien marca su territorio y aquí me meo y me cago si hace falta, entro en vuestro espacio y esto es mío y vosotros sois una miseria, todo ese relato desde la humillación”.
Un relato que dejará huella en los cuerpos de los actores y actrices. Explica Chani Martín, que interpreta al Comendador: “Yo soy un actor cero psicológico y he llegado a casa muchos días con un cuerpo muy extraño porque ejercer la violencia sobre otra persona me afecta. Ahora hay una sensibilidad que a mí me parece muy oportuna y necesaria, y nos hemos ido pidiendo con mucha naturalidad los permisos para ir accediendo a los lugares donde se ejerce ese daño para poder hacerlo con todo el amor posible porque es muy doloroso. Y es en esa violencia contra Laurencia donde creo que está la esencia del desahogo de este ser superlativo que se cree que puede hacer lo que quiera”. Cristina Marín-Miró, en la piel de Laurencia, dice que a pesar de haber trabajado la lucha escénica con Kike Inchausti y con un coordinador de intimidad, “a veces te vas a casa con un mal rollo que tiene que ver con intentar, entre todos, ver cuál era la manera más desagradable de hacerlo para causar en el espectador ese rechazo que quiere provocar Raquel, y a fuerza de repetir eso, a veces hay algo energético que se nos queda en el cuerpo”.

Después de pasar por Almagro, esta producción llegará al Teatro de la Comedia de Madrid a finales de septiembre. / Pablo Lorente
“Hay sangre, hay hostias y el sexo es violento”, dice Rakel Camacho, que tampoco estiliza las agresiones sexuales que sufren Laurencia, que pedirá venganza con el cuerpo desnudo y cubierto de sangre, o Jacinta, a quien el Comendador se llevará a rastras, del pelo, mientras se nos congela el corazón en la butaca. Sin embargo, “hay algo que me gusta especialmente de la propuesta de Rakel —añade María Folguera— y es que veo muy acentuada y señalada la violencia contra las mujeres, pero también contra los hombres. En las escenas de humillación contra ellos antes de la explosión ya es patente que el machismo también se construye sobre humillaciones y vejaciones explícitas entre hombres, y son escenas que puedes hacer de una manera más contenida o llevarlas a un nivel más extremado, que es lo que hace Rakel. Creo que no estamos acostumbrados a ver a los hombres sufrir tanto en Fuenteovejuna”.
La directora del montaje recuerda que esta es también una historia de amor, “una historia enmarcada en la violencia, pero cuyo meollo y esencia es un amor perseguido, castigado y maltratado a través de la historia de Frondoso y Laurencia, que tienen que casarse como salvación”. Camacho construirá escenas e imágenes de una belleza espectacular, fundamentalmente corales, con el reparto cantando, bailando y tocando percusión como si fueran un solo cuerpo, entre ellas la de la boda de Laurencia y Frondoso, o el monólogo final de Laurencia llamando a la acción y la venganza, de una belleza enérgica y furiosa, o esa otra escena en penumbra en la que todas las mujeres de Fuenteovejuna se cubren los rostros, se cogen las manos y atraviesan juntas ese puente de color sangre. Pero por encima de cualquier otra, la imagen más política y conmovedora de todo el montaje será cuando Camacho impugne el final escrito por Lope, decida bajar la cruz, taparle la boca a la reina y hacer que todo el pueblo de Fuenteovejuna se coloque en proscenio, mirando al público y canten El arado, de Víctor Jara: “Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra, haré años que llevo en ella, ¿cómo no estar agotado? Como el yugo de apretado tengo el puño esperanzado porque todo cambiará”.
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