ARTE

El Thyssen declara su amor por la Tierra y rompe sus propios moldes expositivos con la nueva muestra de la colección TBA21

'Terrafilia', la exposición que se inaugura este martes en el museo con obras de las más diversas procedencias y periodos, reflexiona sobre la relación del ser humano y del arte con el planeta en tiempos de descolonización y crisis del antropoceno. Se podrá visitar hasta el 24 de septiembre

Susanne M. Winterling, 'Sensor planetario: navegaciones bajo la superficie', 2018.

Susanne M. Winterling, 'Sensor planetario: navegaciones bajo la superficie', 2018. / Empty Gallery, Hong Kong.

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

Había cierta euforia y no faltaban los superlativos en el Thyssen durante la presentación de la que su director, Guillermo Solana, define como "la gran exposición de la temporada". Arranca este martes, lleva por título Terrafilia. Más allá de lo humano en las colecciones Thyssen-Bornemisza y ocupa la zona de las exhibiciones temporales pero con una arquitectura diferente a la habitual (es decir, el clásico cuadro colgado a la altura de los ojos) que ha sido creada ad hoc para esta muestra: islas con instalaciones repartidas por aquí y por allí, textiles colgando del techo o paneles de madera y tela traslúcida casi japoneses generando estancias aparte. Las piezas que se pueden ver abarcan desde objetos muy antiguos (hay una vasija moche con forma de ocelote que es un préstamo del Museo de América) hasta obras de ahora mismo, y todas tienen por objeto repensar la relación que los seres humanos tenemos con el planeta que habitamos y que nos estamos empeñando en destruir.

Pinturas del Barroco con acento en el paisaje o en los fenómenos naturales a cargo de Jan Brueghel el viejo o de Domenico Fetti, o incluso un Goya (El tío paquete, h. 1819-1820) conviven con piezas de vídeo producidas en los últimos años, con una enorme esfera colorista y muy instagrameable de Olafur Eliasson. Hay incluso una ruta olfativa a través de una serie de esculturas de cristal que parecen probetas y que se distribuyen a lo largo de todo el recorrido, concebida por Sissel Tolaas para esta exposición. Por primera vez, todas las colecciones Thyssen (la del propio Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, la de Carmen Thyssen o la de arte contemporáneo TBA21 de Francesca Thyssen) se presentan en una misma muestra con un discurso curatorial determinado.

'Cristo en la tempestad del mar de Galilea' (1596), de Jan Brueghel el viejo.

'Cristo en la tempestad del mar de Galilea' (1596), de Jan Brueghel el viejo. / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

"Lo que van a ver en nuestro espacio principal de exposiciones temporales es algo que no han visto nunca en este museo", continuaba Solana, que auguraba que quienes la visiten se van a sentir sorprendidos "como nos ha sorprendido a nosotros mismos". En realidad, quien ha concebido esta exposición es la mencionada Fundación TBA21 de Francesca Thyssen, que aporta buena parte de las obras y que ha situado a su directora artística, Daniela Zyman, como comisaria. Hablaba Solana de que esta exposición quizá llegaba algo tarde, porque ya antes se deberían haber roto ciertos corsés expositivos de su museo, y mencionaba también la necesidad de una muestra como esta, preocupada por el ser humano y el estado de la naturaleza, en un momento en que "la gobernanza global está en manos del Joker y su banda, y en el que los niveles de caos alcanzan límites que nunca hubiéramos podido sospechar". Le respondía Francesca Thyssen que "este es el momento perfecto para hacer la exposición, porque por fin estamos preparados", hablando precisamente de lo idóneo de proponer una muestra "tan imaginativa, tan creativa, tan surrealista" y añadiendo que, dado el estado en el que estamos dejando el mundo y sus ecosistemas, "romper las reglas de una institución es de alguna manera un primer paso que podemos dar para acabar con nuestros propios prejuicios, nuestros errores y nuestra forma de mirar las cosas".

La exposición, que desde su título (Terrafilia) deja claro su amor por la tierra y sus habitantes, se articula en seis capítulos, seis "diferentes canales o técnicas", como apunta Zyman, que articulan las relaciones entre esos organismos que pueblan el planeta, pero también entre nuestra capacidad de entender y todo aquello que nos rodea. En el primero, Un planeta animado, una sección que inspiran los saberes indígenas y mitos como los de Gaia o la Pachamama, se quiere ilustrar cómo todo en la Tierra está interconectado, empezando por las bacterias y semillas que Asunción Molinos Gordo reproduce en sus piezas de vidrio y otros materiales recogidos en los diferentes muebles exhibidores de la obra Quorum Sensing (2023). La pintura Proliferación quimérica (2024) de la malagueña Regina de Miguel, protagonizada por un holobionte a medio camino entre un insecto y un ave, está al lado del cosmos abstracto y de vivos colores de Pintura con tres manchas, nº 196 (1914), de Wassily Kandinski. Una pieza de TBA21 y otra de la colección permanente del museo a las que separa más de un siglo y, aquí, tan solo un puñado de centímetros.

'Proliferacion quimérica' (2024), de Regina de Miguel.

'Proliferacion quimérica' (2024), de Regina de Miguel. / Roberto Ruiz - Maisterra Balbuena

Hay un apartado dedicados a los sueños, puerta de acceso al inconsciente y "un espacio en el que creamos sabiduría", dice Zyman, que se ubica más allá de la racionalidad. No faltan ahí un Dalí de la casa (su célebre Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar, 1944) pero tampoco una pieza de Tracy Emin, Sueño con dormir. El mundo objetivado, el siguiente de los capítulos, alberga la citada esfera de Eliasson en la que todo el mundo se para a hacerse una foto. En un rincón separado por paneles de madera que parecen constituir un gabinete aparte, una serie de pinturas clásicas de naturaleza (animales, paisajes, mapas) y globos terráqueos dejan constancia del deseo de conocimiento que marcó la edad Moderna. Tierra infirma deja testimonio de las violencias naturales o coloniales que ha sufrido un planeta vulnerable, y cómo ha podido resistir a duras penas. Están la fotografía de la silueta de su cuerpo que Ana Medieta imprimió en la tierra árida para su obra Sin título, Iowa (1981), o la Puesta de sol en Yosemite (1863) de Albert Bierstadt, rastros ambos de la acción del hombre en la Tierra. Pero también dos grandes esculturas totémicas de Daniel Otero Torres (Abrazos III, 2022 y Amigos ancestrales, 2024) que reivindican a quienes luchan por los derechos colectivos y de los territorios.

Los mitos y su permanente retorno también tienen su propio capítulo, con los vídeos donde el sacerdote camdomblé Ayrson Heráclito realiza una limpieza de varios espacios marcados por una historia de esclavitud, y Cosmogonías oceánicas nos lleva a las profundidades del mar, almacén de una buena parte de la vida en el planeta con el agua como medio de interconexión: hay paisajes con olas del expresionista Emil Nolde o una ninfa marina (Galatea, 1896) de Gustave Moreau, vecinos de un fotomontaje de peces y algas casi mutantes, Ectocarpus #2 (2023), de Josèfa Ntjam, o de la pieza audiovisual Ópera planetaria (2018) de Susanne M. Winterling.

'Ectocarpus #2' (2023), de Josèfa Ntjam.

'Ectocarpus #2' (2023), de Josèfa Ntjam. / Cortesía del estudio de Ntjam y ADAG

Dice Daniela Zyman que no está del todo de acuerdo con que la exposición sea la wunderkammer (gabinete de curiosidades o de maravillas) que defiende Guillermo Solana. "El punto del que partimos fue el de reconocer que solo hay un planeta Tierra, pero hay muchos mundos. Y esos mundos no son solo diferentes a nivel histórico, geográfico, espiritual, antropológico o cultural. También están moldeados por diferentes formas de conocerse o de relacionarse con el otro. Están incluso cohabitados por diferentes actores. En unos mundos las máquinas tecnológicas se consideran inteligentes y en otros las montañas se consideran tu rey o tu hermano". Toda esa variedad, esa polifonía de formas de comunicación y de creadores están recogidas en una exposición crítica y que entronca con el reciente ánimo de los museos de descolonizar sus discursos e ir más allá del antropoceno.

Reconocía Guillermo Solana que las exposiciones organizadas en la institución que dirige por TAB21 están contribuyendo a rejuvenecer el museo, aunque esta exposición esté pensada "para todo tipo de públicos". Y decía que esas exposiciones no deben considerarse una "burbuja experimental" dentro del entorno que es un museo más clásico, sino que deben contaminar al conjunto del Thyssen. "La inclusión de arte contemporáneo en los museos históricos es una necesidad elemental que persigue todo el mundo", afirma Solana. "Esa inclusión se produce a veces de manera un tanto ortopédica, forzada. En el caso de nuestro museo tenemos la ventaja de que las colecciones hayan crecido orgánicamente de esa matriz que es la familia Thyssen, y que la expansión en lo contemporáneo se produzca de manera natural, en continuidad con las anteriores generaciones". Por eso resumía que "esto que van a ver y que les va a sorprender es el futuro de este museo. Es el futuro del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza".