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'Cabaret Iberia', un viaje en el tiempo al Madrid más libertino

El escritor Alfonso Domingo se sumerge en el rico, sugerente y vanguardista ambiente cultural madrileño, surgido en los primeros años del siglo XX y sofocado por la Guerra Civil

Ambiente en uno de los 'bares americanos' del Madrid de la época.

Ambiente en uno de los 'bares americanos' del Madrid de la época. / Cedida

Madrid

En septiembre de 1912, en plena Guerra de los Balcanes, Tórtola Valencia viajó a la ciudad albanesa de Escútari para estudiar las danzas secretas que interpretaban las bailarinas orientales en los harenes. Lo que nunca imaginó es que, debido al cerco que los ejércitos de Serbia y Montenegro establecieron en la ciudad, se quedaría atrapada en el Hotel Tambuk, al igual que el periodista español José del Perojo y el enviado especial de Le Journal, el francés André Tudesq. Un día, para combatir la rutina, la artista propuso a sus compañeros de asedio acercarse al campo de batalla para ejecutar una danza en ese devastador escenario.

A pesar de lo tétrico de la propuesta Perojo y su colega francés decidieron acompañarla, convencidos de que, de no hacerlo, la artista iría sola. De esta forma, montados los tres en un carrito tirado por un burro, emprendieron el viaje hacia el frente. Una vez allí, Tórtola bailó para los soldados agonizantes que, debido a la falta de recursos sanitarios, con toda seguridad fallecerían en las siguientes horas. "Aún se oían muy cerca las últimas escaramuzas del combate, y allí, entre montones de cadáveres, material de guerra deshecho en agrupaciones informes, lamentos dolorosos de los heridos, ruidos lejanos del cañón y la fusilería, imprecaciones de los prisioneros y vencidos, y los gritos de júbilo de los vencedores, tuve una inspiración que hizo sacudir todo mi cuerpo en estremecimientos convulsivos… y bailé una danza, no sé cómo ni por qué", recordaría posteriormente la artista en el diario El Popular de Málaga.

La anécdota, en la que confluye el surrealismo, el absurdo, el teatro de la crueldad y la danza de vanguardia, está incluida en Cabaret Iberia, un ensayo de Alfonso Domingo publicado por Libros del K.O. que, como apunta su subtítulo —Los golfos años 30—, repasa la vida cultural española, prestando especial atención a la de Madrid, desde el inicio del siglo XX hasta el estallido de la Guerra Civil.

"Aunque la pérdida de las colonias había provocado una importante quiebra social y política en el país, desde el punto de vista artístico y del ocio nocturno, es justamente en esa época y especialmente después de la Primera Guerra Mundial, cuando las cosas empiezan a cambiar en España. Madrid se moderniza gracias a las obras de la Gran Vía, llegan los nuevos ritmos como el jazz, aparecen los cabarés, nace la Copla, cuyo nombre es una derivación del término francés couplet y surge la Revista, que si bien no es un género estrictamente español porque procede del teatro de variedades, se desarrolla aquí con unas características muy singulares. Además, aparecen una serie de artistas como la propia Tórtola Valencia, que vendría a ser nuestra Isadora Duncan, que consiguen que Madrid sea tan moderna y vanguardista como cualquier otra capital europea", confirma Alfonso Domingo, antes de lamentar cómo, pocos años después, todo ese esplendor cultural desaparecería de un plumazo. "Fuimos brillantes, fuimos originales, hubo gente irrepetible, pero llegó la Guerra Civil y con ella la realidad cutre de la dictadura, esa a la que algunos le llaman ahora predemocracia, y todo aquello se olvidó".

La Niña de los Peines, en una fotografía de la época.

La Niña de los Peines, en una fotografía de la época. / Cedida

Como Berlín, Londres o París

En el Madrid de los años 20 y 30 había lugares tan lujosos y exóticos como el Casablanca, que no se diferenciaba en nada de esos locales que aparecían en las comedias de teléfonos blancos de Hollywood, salvo en que existía de verdad. También había DJ, que pinchaban discos de pizarra a 78 rpm con dos gramófonos amplificados con numerosas bocinas; había teatros que alargaban sus funciones hasta la madrugada porque los espectadores exigían que se repitieran una y otra vez los números más exitosos; había afters que permitían alargar las noches hasta ya entrado el día siguiente, ayudándose para ello de una amplia variedad de tóxicos empleados con fines recreativos, como la morfina, la cocaína, el alcohol y el hachís. En los locales había ambigús y ambigüedad sexual, los programas de radio conectaban en directo con los night-clubs para retransmitir las actuaciones de las orquestas, surgieron revistas ilustradas que documentaban en crónicas y fotografías todo ese frenesí y se acuñaron neologismos que sintetizaban en una sola palabra todo el sentir de la época: sicalipsis.

Ambiente de madrugada en un cabaret.

Ambiente de madrugada en un cabaret. / Cedida

"En Madrid la gente vivía en la calle, no solo porque siempre hemos sido muy de salir, sino porque, como ahora, también había un problema con la vivienda y las casas eran muy inhóspitas. A eso se sumaba una amplia oferta de ocio para todos los gustos que, además, era asequible a todos los bolsillos. Eso facilitaba que un obrero, una chica de servicio o una taquimeca, pudiera ir por la tarde o por la noche a un espectáculo sin que eso supusiera una merma de su peculio", comenta Domingo, que destaca que el hecho de que los espectáculos fueran asequibles, no suponía que fueran ramplones o con malos acabados, sino todo lo contrario.

"Las compañías españolas hacían giras internacionales por lugares como Nueva York, La Habana, México, Venezuela o Río de Janeiro, en muchas ocasiones incluso antes de estrenar sus espectáculos en Madrid. Ya en la capital, la oferta musical y de ocio era tan puntera, que no solo venía gente de toda España, sino de toda Europa, del mismo modo que iban a París, a Berlín o a Londres—apunta el autor, que explica este fenómeno por el deseo de la gente de la época por vivir y divertirse—. La Primera Guerra Mundial había concienciado a la población de que había que aprovechar la vida. Un sentimiento que coincidió con una serie de mejoras tecnológicas que aceleraron la conquista del tiempo. Por ejemplo, la electricidad, la fotografía, las motocicletas, el automóvil… La velocidad estaba en todos los ámbitos de la vida y todo se aceleró. El vals dejó paso a al fox-trot, al charlestón y al jazz, que son músicas que, como se decía en la época, 'descoyuntaban el cuerpo' y que no eran muy recomendables, salvo el jazz que, según decían, era bueno para practicar el sexo".

Si bien la Revolución Rusa de 1917 había sido importante para los madrileños, la revolución sexual no lo fue menos. A principios del siglo XX, los cuerpos desnudos comenzaron a aparecer en los espectáculos teatrales, en las revistas ilustradas y, sin idealizar una situación todavía bastante imperfecta, la mujer comenzó a tener una mayor autonomía. Además de poder trabajar fuera de casa y compartir espacios con otros hombres, pudo dar rienda suelta a su deseo, a sus fantasías e incluso vivir sexualidades no normativas, como sucedió con la propia Tórtola Valencia que, después de un sonado romance con el pintor Ignacio Zuloaga —al que abandonó porque su gusto por los toros le parecía cruel y cavernícola—, inició una relación con una mujer que se alargaría hasta la muerte de la artista.

Un espectáculo sicalíptico en el Teatro Romea.

Un espectáculo sicalíptico en el Teatro Romea. / Cedida

No obstante, a medida que la tensión política aumentaba, especialmente después del triunfo del Frente Popular en 1936, todo ese clima de optimismo y libertad comenzó a pudrirse por uno y otro extremo. Cabarés como el Satán —que había provocado la ira de los católicos más reaccionarios por, entre otras cosas, estar pared con pared con la Iglesia del Salvador y San Nicolás de la calle Atocha—, tampoco gustaron a los militantes del Partido Comunista que, durante la guerra, decretaron el cese de actividad e incautaron el local. Finalizado el conflicto, el negocio volvió a abrir sus puertas, pero se vio obligado a cambiar de nombre. A partir de entonces se llamaría Tarzán, denominación más acorde con el nacionalcatolicismo imperante que, por lo menos, permitía aprovechar las dos últimas letras del rótulo de neón original.

Salir por Madrid en el primer tercio del siglo XX

Cabaret Iberia nació con la vocación de ser mucho más que un ensayo. Desde el primer momento, Alfonso Domingo lo concibió como un proyecto multidisciplinar que sumase también un documental y un espectáculo teatral, semejante a aquellos que se describen en sus páginas. "Igual que hubo Canciones para después de una guerra de Basilio Martín Patino y más tarde Cantata de la Guerra Civil, mi documental sobre las canciones que se escuchaban durante el conflicto, especialmente en la retaguardia, pensé que estaría bien hablar de lo que sucedía un poco antes. Con esa intención empecé a trabajar con un grupo de músicos, pero llegó la pandemia y hubo que parar. En todo caso, antes o después se hará", comenta Alfonso Domingo que, mientras espera que llegue ese momento, repasa para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA aquellos locales del Madrid de principios del siglo XX que no dejaría de visitar en una noche de fin de semana.

Cabarets

Me hubiera gustado ir a todos. Desde los más lujosos a los más peligrosos. Por ejemplo, uno que se llamaba el Búho Rojo, que estaba en la costanilla de San Pedro número 6 y que se anunciaba como Taberna apache, en referencia a los apaches de París, es decir, lo más bajo de los delincuentes y la gente más arrastrada.

Salas de fiestas

Sin duda hubiera ido al Casablanca (plaza del Rey), que tenía en las paredes jaulas con pájaros exóticos, plantas y un techo que se descorría en las noches de verano. Me encantaría ver su escenario con plataformas a diferentes alturas para que se colocasen los miembros de la orquesta y conocer a sus dos porteros negros, uno de Cuba y otro de Sudán, el cual contaba que había ayudado a Howard Carter en la excavación de la tumba de Tutankamón.

Tablaos

Iría a escuchar flamenco a algún café o me acercaría a ver actuar a Pastora Imperio en el Teatro Romea (calle de la Colegiata, 3) o a la Niña de los Peines en el Circo Price (plaza del Rey).

Cafés

Acudiría a la tertulia de Ortega y Gasset en el Café Granja El Henar (calle de Alcalá, 40) o esperaría al sábado para pasarme por la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el Pombo (calle Carretas 4). Además, elegiría un día en el que también fueran por ahí Borges, Buñuel y Gutiérrez Solana.

Teatros

Me habría encantado ir al Teatro Pavón (calle de Embajadores, 9) para asistir a una representación de Las Leandras o a cualquier montaje en el que actuase Tina de Jarque. Además, iría a ver el ensayo general de Yerma que, por motivos de extensión, no he podido incluir en el libro. Fue el 28 de diciembre de 1934 en el Teatro Español (plaza de Santa Ana), y allí coincidieron Jacinto Benavente, Miguel de Unamuno, Ramón de María del Valle-Inclán, la Argentinita, Luis Buñuel, Gregorio Marañón y, por supuesto, Federico García Lorca, el escenógrafo Cipriano Rivas Cherif y la actriz Margarita Xirgu. Ese día se concentró en un solo lugar casi lo mejor de la España de ese momento.

'Cabaret Iberia'

Alfonso Domingo

Libros del K.O.

336 páginas / 22,90 €