MÚSICA

Imagine Dragons se prepara para el lleno en el Metropolitano con su pop de estadio y mensaje inclusivo

Guía urgente para quienes aún dudan si dejarse llevar por el estruendo lírico y emocional del grupo —y por su apóstol mayor, Dan Reynolds— antes de que el Cívitas Metropolitano reviente de júbilo y subgraves el 28 de junio

Imagine Dragons, durante su concierto de esta gira en Lisboa. A la derecha, su 'frontman' Dan Reynolds.

Imagine Dragons, durante su concierto de esta gira en Lisboa. A la derecha, su 'frontman' Dan Reynolds. / Miguel A. Lopes

Madrid

2009. En Las Vegas, entre el desierto y los neones, Dan Reynolds —veintipocos años, mormón, y con más fe en sus ideas que en la industria— empieza a juntar piezas para lo que será Imagine Dragons. Sin salas ni padrinos, se forjan a golpe de shows maratonianos en el lounge del difunto casino O’Sheas. Turistas medio borrachos, tragaperras de fondo y seis pases diarios de 45 minutos. Más Vietnam que showcase. Reynolds lo resume como “una mezcla de campamento militar y clase de improvisación”. De ahí salieron con callo y un máster en capturar la atención de gente distraída.

La oportunidad llegó con el clásico giro de guion: un grupo, Train, cancela a última hora el festival Bite of Las Vegas y los Dragons pasan a actuar de rebote ante 26.000 personas. La crónica local hablaba de “electricidad instantánea”. A partir de ahí: tres EPs grabados entre cafés baratos y noches robadas en los Battle Born Studios. Ya entonces se intuía el cóctel ganador: percusión tribal, guitarras con bruma, sintetizadores cinematográficos y estribillos traducibles al idioma universal del grito colectivo.

El gran salto: 2012, su primer álbum, Night Visions. It’s Time se hace viral, Demons se instala como balada de consuelo generacional y Radioactive rompe el récord de semanas en la lista Hot 100 de Billboard. De ahí a los más de 74 millones de discos, 65 millones de canciones digitales y una suma de 160.000 millones de escuchas de los que pueden presumir ahora. Entre los trofeos, un Grammy, tres American Music Awards, nueve Billboard Music Awards y el honor (que también es sentencia) de ser la única banda con cuatro singles Diamante: Radioactive, Demons, Believer y Thunder.

Cada disco posterior ha sido una variación de la fórmula sin perder músculo. Smoke + Mirrors (2015) juguetea con lo psicodélico, Evolve (2017) se baña en funk, Origins (2018) le guiña un ojo al EDM, y el díptico Mercury (2021-22) enfrenta la ansiedad pandémica con producción de Rick Rubin. El más reciente, LOOM (2024), lo dice todo en 29 minutos: pop-rock hipertrofiado, 100 millones de escuchas en siete días y un sonido que, en directo, es arquitectura emocional para estadios. Bombo marcial, falsetes limpios, sintetizadores como catedrales. Y coros, muchos coros.

Dan Reynolds: el torso también comunica

Nacido en una familia mormona conservadora, Reynolds vivió su particular desgarro tectónico cuando empezó a recibir cartas de fans LGTBQI+ excluidos por sus iglesias. Las historias de suicidio y rechazo lo llevaron a filmar el documental Believer (HBO, 2018) y, sobre todo, a fundar el festival LOVELOUD en Utah, que desde 2017 mezcla guitarras, charlas, psicología y recaudación para causas queer. A día de hoy, varios millones de dólares después, se ha convertido en una plataforma itinerante con un lema que vale como epitafio generacional: “Que nadie tenga que elegir entre la fe, la familia y su identidad”.

En 2021, Reynolds donó su antigua casa en Las Vegas a la ONG Encircle. Habla alto y claro contra las terapias de conversión, se enfrenta a líderes religiosos y no oculta sus batallas personales: colitis ulcerosa, depresión, ansiedad. Esa fragilidad viaja en canciones como Believer o Follow You. Los conciertos, más que celebraciones, son exorcismos colectivos.

El ritual sobre el escenario arranca con un aviso: “Este es un espacio seguro, aquí no hay sitio para el odio”. Lo que sigue suele incluir a Reynolds con el torso desnudo, empapado, con una bandera arcoíris al cuello. Esa imagen —mitad sudor, mitad símbolo— ha sido canonizada en redes. Un frontman hetero que no instrumentaliza la inclusión, que se planta como altavoz sin impostura. Para buena parte del fandom joven, eso importa tanto como una armonía bien resuelta.

28-J: Madrid espera el temblor

Lo del 28 de junio es una superproducción con vocación de liturgia. Primera parada española del LOOM World Tour (la otra es en Barcelona el 1 de julio), colapsó entradas en horas. 60.000 localidades volaron y la demanda forzó a abrir sectores laterales. Declan McKenna abrirá la noche con su glam-pop existencial y, a partir de ahí, el menú: nueve torres de pantallas LED de 20 metros, fuegos artificiales con metrónomo y 60.000 pulseras PixMob que convertirán al público en una coreografía de luz.

El setlist picará de todos los platos: rarezas de los primeros EPs (los fans claman por Curse y Amsterdam), hits inevitables (Believer, Thunder, Radioactive) y los cortes del nuevo disco, pensados como montaña rusa emocional: de la ansiedad de Wake Up a la euforia de Children of the Sky para desembocar en la comunión colectiva de Walking the Wire. Nada queda al azar. La voz de Reynolds viaja afinada por un sistema in-ear, la batería dispara triggers que amplifican el golpe, y cada bombo se multiplica por subgraves que hacen vibrar el cemento. Puro diseño emocional de alto voltaje.

El hecho de que coincida con la semana del Orgullo en Madrid añade al concierto una dimensión extra y abre la puerta a momentos icónicos. Además, la banda ha solicitado intérpretes de lenguaje de signos para cada canción, algo que ya se volvió viral en TikTok en 2023 durante una versión de Believer.

El grupo que desafía los prejuicios (y el algoritmo)

Durante la última década, Imagine Dragons ha sido blanco favorito de los guardianes del buen gusto. Críticos rockeros los acusan de exceso pirotécnico. Otros, de sonar como si Spotify tuviera sentimientos. Y sin embargo, su éxito ha sido precisamente ese: tender un puente entre la épica heredada de U2 y la lógica matemática del streaming. ¿Músculo de estadio? Sí. ¿Pop digerible? También. ¿Activismo emocional? Sin duda.

Este sábado, ese cóctel explotará en Madrid. Cuando las luces se apaguen y 60.000 gargantas entonen el mantra “we are the warriors that built this town”, el Metropolitano será un santuario. Un lugar donde la piel se eriza al compás del bombo, donde la música abraza sin condiciones y donde hasta el más escéptico entenderá por qué una banda nacida en un garaje puede terminar sirviendo de refugio emocional para miles.

Para los recién llegados, será la epifanía. Para los veteranos, la constatación de que Imagine Dragons han aprendido a convertir el ruido en consuelo, y el espectáculo en resistencia. Mientras queden miedos que conjurar y cuerpos para bailar, su gasolina no se agota.