FESTIVALES

El deslumbrante directo de Pet Shop Boys salva los muebles de un Kalorama que vuelve a pinchar en su segunda edición

El festival que Madrid comparte con Lisboa celebró este fin de semana una segunda edición que deparó un puñado de conciertos memorables, pero con un público tan escaso, sobre todo en la jornada del viernes, que su futuro no parece fácil

Pet Shop Boys durante su actuación, este viernes, en la edición lisboeta de Kalorama, idéntica a la de Madrid el sábado.

Pet Shop Boys durante su actuación, este viernes, en la edición lisboeta de Kalorama, idéntica a la de Madrid el sábado. / Miguel A. Lopes

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

Puede sonar a exageración, o quizá a un exceso de devoción, pero solo hay que ponerse uno de sus conciertos grabados que dan vueltas por las plataformas para contrastarlo: ver a Pet Shop Boys en directo es una de las experiencias musicales más alucinantes que se puedan vivir. El dúo británico no solamente es una de las mejores cosas que le ha pasado al pop en su declinación electrónica, también es una inteligencia superior en lo que toca a poner en escena esas canciones que son ya fondo de armario de nuestra memoria musical.

En el festival Kalorama, celebrado a lo largo de este fin de semana en Madrid, les tocó echarle un pulso a una tormenta que parecía enganchada en la Caja Mágica, porque no acababa de pasar de largo. Su concierto tuvo que retrasarse más de media hora, con el público buscando refugio preventivo, por recomendación de la organización, en el túnel de entrada al recinto, entre las pistas de tenis y los pabellones. Cuando finalmente pudo celebrarse, las expectativas no se vieron defraudadas: un espectáculo irreprochable en el que todo funcionó a la perfección.

Arrancó con el amarillo y el azul de la bandera de Ucrania recorriendo el escenario de lado a lado, impresa en las pantallas. Muchos se preguntaban por qué no aparecía también la bandera palestina, pero por lo que sea Chris Lowe y Neil Tennant tienen una sensibilidad con la guerra que sacude el este de Europa que no tienen con otras, e incluso le han dedicado alguna canción recientemente. Una pena ese internacionalismo tan limitado. Sonó una música marcial, se activaron los visuales en un escenario presidido por dos farolas como de polígono industrial, salieron los dos con unas máscaras que tenían algo de yelmo futurista y sonaron los primeros acordes de ese himno contra el conformismo que es Suburbia. Entre el público, el delirio esperado. Siguieron con Can You Forgive Her?, se presentaron (“somos los Pet Shop Boys”, dijeron, como si alguien pudiera pensar que eran Los Chunguitos) y continuaron rumbo a la fiesta con un mash-up en el que cruzaron Where The Streets Have No Name de U2 con ese clasicazo de discoteca intergeneracional que es Can’t Take My Eyes Off You.

Por la pantalla gigante que hacía de fondo de escenario pasaban cadenas de montaje, desfiles militares o de obreros, grúas y otros escenarios industriales, mientras iban cayendo los temas que jalonan una carrera llena de hits incontestables. La discoteca se activaba con Left To My Own Devices y seguía con Domino Dancing, You Were Always On My MindDreamlandWhat Have I Done To Deserve This (en esta, fantástica la contraparte vocal femenina de Clare Uchima en el rol que una vez desempeñó nada menos que Dusty Springfield) o la fiesta desatada de It’s A Sin, visuales magmáticos mediante. “Fantástico, nos encanta estar aquí”, decía Tennant como dice en cada plaza que visita, y seguro que casi siempre consigue que el público se sienta único. La propina final con West End Girls y Being Boring, una veta más emocional que verbenera con imágenes de ellos más jóvenes en las pantallas, era el remate perfecto de un concierto que, como casi todos los suyos, no será fácil borrar de la memoria.

Una jornada muy electrónica

Lowe y Tennat dejaron la fiesta lista para que Azealia Banks, una superviviente de los hypes de hace 15 años con algo de Beyoncé de la clase trabajadora, sacara al escenario (en formato ultraconcentrado, porque fue ella quien aguantó con admirable dignidad que su show fuera reducido a la mitad por culpa del horario modificado por las tormentas) un repertorio que va del reguetón al electro más gamberro, aunque en realidad todo el mundo esperaba el hit, el casi único pero poderoso que es 212. Cuando llegó, no falló: todo el mundo daba brincos. Era un viaje a la juventud de muchos ahora ya más crecidos, casi el mismo que brindaba después, como broche de la jornada, la actuación de Scissors Sisters, un fantasma de las navidades pasadas revivido recientemente después de años en el taller. Su show fue una descomunal horterada pretendidamente sexy en lo que se refiere a puesta en escena, pero en la que, a pesar de todo, el directo funcionaba. Clásicos que siguen vivos como Fire With Fire o I Don’t Feel Like Dancing ayudaban a que así fuera.

En una jornada del festival que tenía algo de previa del Orgullo LGTBIQ, la cosa basculó fuerte, ay desde la tarde, sobre la electrónica más bailable. Se subieron a ese carro Boy Harsher, que dijeron desde el escenario “Feliz orgullo!", y el público respondió entusiasta. Fue entre temas que a ratos apuntaban a Depeche Mode y a ratos podían evocar incluso a John Carpenter. Electropop oscuro con puntuales ribetes houseros y versión del Wicked Game de Chris Isaak incluida. El dúo chica-chico de Savannah, Georgia (aunque parezcan directamente llegados de Kreutzberg) tiene bien repartidas sus funciones: él al mando de las máquinas, ella cantando y paseando por el escenario, ambos de riguroso negro. La fórmula es sencilla y la hemos visto mil veces, pero funciona a la perfección. Su actuación sucedía a la de una María Arnal que ha optado por una nueva línea muy conceptual en la que escenografía, coreografía y vestuario son fundamentales. Desafortunadamente, este reportero solo llegó a ver su final. 

Pinchazo de público

La de este sábado era la segunda jornada de un festival que, en su segunda edición, ha supuesto un pinchazo para sus organizadores, que han fijado la asistencia total en 10.000 espectadores. Si ese día mantuvo el tipo gracias al tirón de Pet Shop Boys, el viernes, en la primera jornada, el público era tan escaso que había momentos en que barras y baños se podían encontrar prácticamente vacíos, algo impensable en eventos de este tipo. Se ha hablado mucho de la burbuja de la música en directo, y en particular de la de los festivales, y no estaría mal que nos la empezáramos a tomar en serio.

Cuando en una misma noche hay un festival gratuito en Matadero con Hot Chip y Sofia Kourtesis como cabezas de cartel, un programa doble con Dorian y Miranda! en el festival Alma Occident, otro con Train y Carlos Sadness en las Noches del Botánico y 70.000 personas llenando el Metropolitano con Dellafuente, como sucedía este viernes en Madrid, a lo mejor no hay público suficiente para que todo funcione. Sobre todo cuando hace apenas unas semanas se ha celebrado un festival que es competencia directa en cuanto a estilos y audiencias, Tomavistas, y en otras dos o tres se celebra otro que se lo come todo, Mad Cool. La gente tiene que estudiar sus inversiones musicales y no hay dinero para todo.

En cualquier caso, el Kalorama madrileño (el original, lisboeta, se celebra el mismo fin de semana) ha brindado algunos conciertos mayúsculos. El viernes, mención aparte mereció el de Father John Misty. Al cantautor norteamericano con hechuras de crooner se le está yendo un poco la mano con su performance de seductor sexy sobre el escenario, todo contoneos y ojitos al público con su figura envidiablemente esbelta enfundada en un traje perfecto. "Es un poco Julio iglesias", decía alguien con gracia entre el público. Pero es tan bueno su cancionero y tan espectacular cómo lo lleva al directo, perfectamente secundado por una banda de seis músicos extraordinarios, que todo se le perdona.

Father John Misty durante su actuación.

Father John Misty durante su actuación. / Sergio Albert

En Madrid desplegó un setlist en el que mandaron las canciones de su último disco: arrancó festivo y bailongo con I Guess Time Just Makes Fools of Us All, continuó con una serie más tranquila compuesta por esos temas larguísimos y suntuosamente arreglados marca de la casa, entre los que brillaron Mental Health y Mahashmashana, y remató con el único clásico de la jornada, un I Love You Honeybear que el público coreó con entusiasmo.

A Josh Tillman (nombre real de ese personaje que es Father John Misty) le había precedido en el mismo escenario la banda canadiense de jazz, soul y músicas colindantes BADBADNOTGOOD, un combo formado por músicos jóvenes de enorme brillo instrumental que en sus actuaciones en directo se bate el cobre, y se agradece, por poner a la audiencia a bailar. El viernes lo conseguían con temas propios y homenajes a referentes recientemente desaparecidos como Sly Stone o Roy Ayers. Un prodigioso guitarrista/saxofonista llevaba la batuta solista, aunque todos se desempeñaban a la perfección, del pianista con aspecto de nerd al encargado de la percusión: qué maravilla es ver a una banda joven sacar partido de instrumentos que hoy en día parecen viejunos como unas congas. El batería hacía de relaciones públicas animando al público y este respondía, asado de calor pero al menos sin sol gracias a unas nubes muy socorridas.

Más que el calor, fue la luz la que descafeinó la actuación de Jorja Smith, la más que solvente cantante británica que sin embargo en este Kalorama supo a poco, floja como una Coca Cola sin gas: lo de actuar todavía de día, muy de día, haciendo un show de r'n'b que en las lentas pide penumbra intimista y en las rápidas bola de espejos, pero oscuridad en cualquier caso, se hacía raro. Hasta ella parecía poco animada, bebiendo a cada rato de una de esas tazas térmicas gigantes lo que podía ser el té de las cinco recalentado. A Smith le sobra voz y técnica (hay momentos en los que puede recordar a Adele), pero va algo escasa de canciones memorables. Arrancó con Try Me, un tema poderoso al que no acompañó el sonido, y sonaron otros de diferentes etapas de su carrera comoTeenage Fantasy o Addicted. La cosa cogía fuerza a medida que el sol se iba escondiendo, pero no dio tiempo a que la fiesta acabase de cuajar.

Más esforzados estuvieron Wayne Coyne y sus compañeros de The Flaming Lips, veterana banda de Oklahoma y los reyes de esa nueva psicodelia que los convirtió en referentes a principios del presente siglo. Era uno de esos conciertos, tan en boga, ligados a un álbum concreto, su memorable Yoshimi Battles the Pink Robots (2002). Pero les pasó lo que pasa a veces con este tipo de show: que si el público, mucho público, no se sabe el disco, la cosa funciona a medias. No es que faltasen fans de la banda, que los había, pero con un número de asistentes tan escaso, ese porcentaje suponía un contingente pequeño. Sobre todo si pensamos en los fastos que ellos siguen desplegando, tantos años después, en el escenario: proyecciones mareantes, inflables gigantes de robots rosas, pelotas enormes dando botes sobre el público y los disparos frecuentes de cañones de confeti. Siguen emocionando, mucho, temas como el homónimo del título del álbum o la explosión catártica que es Do You Realize?. Aunque, sin duda, lo mejor vino al final, con esa Race For The Prize que es la joya de otro disco irrepetible, The Soft Bulletin. El concierto, a todos los niveles, fue impecable.

El despiporre escénico de The Flaming Lips.

El despiporre escénico de The Flaming Lips. / Sergio Albert

El combo francés L'Imperatrice, o cómo convertirse en unos Daft Punk de marca blanca acercando todavía más la fórmula disco-funk al pop, es un producto vacío pero con una cáscara fabulosa. Todo suena bien y todo, empezando por la escenografía de infinitos espejos, está perfectamente diseñado para regalar un buen espectáculo, pero sin que uno acabe de estar seguro del todo de si, por ejemplo, están tocando de verdad en directo. El reemplazo de su cantante original Flore Benguigui por Louve, el año pasado, no afecta a un show que es una fiesta imparable. Tanto, que la actuación justo después del catalán Alizzz, con todo lo que tiene de estrella nacional y con un repertorio de temas bastante irreprochable, supo a poco. Sonaron Ya no vales, Todo me sabe a poco, su versión del Antes de morirme de C. Tangana y Rosalía que él mismo produjo o esa joya que es El encuentro, aquí sin Amaia. Quizá fuera culpa del público escaso, pero faltaba presión, burbujas, en la Caja Mágica. Lo vimos con el pinchazo del Tomavistas hace unas semanas: no hay manera de que algo funcione allí al 100% este año.