ACOMPAÑADO DE INVITADOS ILUSTRES

Dellafuente, lluvia de fe y fuego nazarí en el Metropolitano

Aquel chaval de Granada demostraba que la espiritualidad de la calle puede llenar estadios sin pedir permiso

Concierto de Dellafuente en Madrid

Concierto de Dellafuente en Madrid / EFE

Las 21:30 largas marcaban en la pantalla del fondo norte y, de pronto, todo se desenvolvía con vértigo. Un cuerpo de baile vestido de negro que recordaba los montajes de Kanye West ocupaba la isla central y permanecía sentado, casi anónimo, aguardando a su chamán. El estadio rugía con un fervor que empequeñecía cualquier voz humana cuando surgía por fin Dellafuente: camiseta roja, gorra de pescador, gafas tintadas y el aire triunfal de quien se sabía en casa pese a la inmensidad.

Concierto de Dellafuente en Madrid

Concierto de Dellafuente en Madrid / EFE

Geometría nazarí para un laberinto imposible

La primera impresión resultaba colosal. El artista granadino pisaba un entramado de plataformas que, visto desde las gradas, proyectaba figuras geométricas morisco-futuristas hacia la cubierta del Metropolitano. Cuatro torres de rigging sostenían pantallas LED gigantes que guiaban al público por aquel laberinto donde el ojo desnudo se perdía. Entre los vértices, columnas de fuego y chorros de agua dibujaban un skyline nazarí que evocaba la Alhambra iluminada.

'13 Preguntas' irrumpía como carta de presentación: golpes de 808, flashes estroboscópicos sincronizados con los latidos de la grada, y un Dellafuente cuya voz quedaba a ratos tapada por las 75.000 gargantas que creían conocer la respuesta a todo aunque nadie hubiese preguntado. Así se fijaba el tono de la noche: comunión masiva donde el artista podía difuminarse porque el relato lo sostenía la multitud.

Bailarines de negro, fuentes imperiales y Judeline en trance

El set avanzaba hacia 'Romero Santo'. Las plataformas inferiores liberaban chorros de agua rectilíneos -fuentes imperiales en pleno estadio- y el cuerpo de baile desfilaba bajo ellos con paso grave, casi procesional. Entre gasas color ocre, Judeline emergía para su estrofa, estirada como un canto beduino. El contraste entre su voz cristalina y los bombos cavernosos convertía el tema en un espejismo de rave desértica que sellaba el primer gran clímax de la velada.

Primer bloque: del desparpajo al rezo urbano

Dellafuente se detenía a preguntar, con acento de Armilla, “¿quién estaba antes de Consentía o Guerrera?”, agradecía la confianza y soltaba un “Dile” que hacía temblar el hormigón. En '13/18' regresaba el cuerpo de baile, ahora como sombra del cantante: replicaba sus gestos, se deslizaba por las pasarelas, amplificaba cada desplazamiento en ese escenario inabarcable para un solo hombre.

Lia Kali tomaba el relevo para cerrar el bloque con 'Fosforito': voz soul, saco de neopreno y la certeza de que hasta el R&B cabía en la romería high-tech que Dellafuente había plantado en plena capital.

Rumba, salsa y fuego: tradición recodificada

Sin apenas transición, sonaba una versión rumbera de 'Guerrera' -la ausencia de C. Tangana se compensaba con palmas y un guiño salsero que encendía las últimas filas-. Pepe y Vizio subían para encadenar 'Flores' y 'Flores p’a tu pelo', tiñendo el graderío de rojo al compás de un nuevo espectáculo de llamas que abría '400 Demonios'.

El granadino aparecía entonces con el rostro cubierto por un pasamontañas translúcido, rodeado de bailarines y una troupe de guitarras eléctricas que soltaba distorsión sobre un patrón trap. Aquello constituía el primer pico de intensidad: riffs, fuego y pogo light incluso en la grada alta.

Rels B: complicidad bajo la lluvia

Se apagaban los lanzallamas y surgía Rels B para 'Buenos Genes', provocando otro tipo de calor: brazos en alto, sonrisas de barrio y la sensación de un código compartido. A mitad de tema, el cielo madrileño descargaba una fina lluvia que bañaba la pista justo cuando arrancaba 'Si te lo Comes lo Crías'. Nadie huía: las gotas servían de telón para un interludio techno que desembocaba en 'Malicia' con Amore al micro y el DJ engordando el bombo. Estrobos blancos y un reverb natural agrandaban los coros hasta lo épico.

Concierto de Dellafuente en Madrid

Concierto de Dellafuente en Madrid / EFE

El peso de la introversión

'A lo Mejor mantenía el pulso rave. Dellafuente, empapado, seguía con el gorro calado y gesto impasible: el reto de ser un introvertido que levantaba a decenas de miles en un estadio. En 'Lo Quiero Ver' permanecía en la isleta central, liberado de pasear, y el foco cenital permitía por fin que la cámara gigante capturase su mirada. RVFV entraba después para corear 'Ke Alegría', reivindicación de la amistad y las raíces.

Paréntesis íntimo y detonación final

A oscuras, sólo un teclado acompañaba 'Una Gota Veneno'. Por primera vez se escuchaba la voz de Dellafuente nítida, casi frágil, en esa pausa que antecedía al gran subidón. “Seguro que esta se la sabían”, avisaba, y el estadio explotaba cuando Morad saltaba para 'Manos Rotas': rap crudo y pogo serio en la pista.

La recta final llegaba con un pequeño parlamento. Sin más dilación, sonaba 'Te Amo Sin Límites', perfecta antesala al turbo-tramo de cierre: 'Olvídame', 'Te Como la Cara' y 'Consentía' a tumba abierta. Fuego, confeti verdiblanco y un Dellafuente que se arrodillaba, besaba el suelo y alzaba los brazos al cielo plomizo.

Un artista en comunión con miles de almas

Con una treintena de canciones, un puñado de invitados y un montaje que mezclaba arquitectura nazarí, rave electrónica y procesión flamenca, Dellafuente ha transformado el Metropolitano en un templo de barrio global. Llovía, ardían columnas de fuego y la grada ha cantado tan alto que, por momentos, la voz del anfitrión resultaba prescindible. Pero la liturgia ha funcionado: Torii Yama ha dejado de ser un disco para convertirse en una experiencia colectiva donde la intimidad convive con el macro-espectáculo.

Quizá quedarán debates -sobre sonido, sobre el peso del playback o la tiranía del beat-, pero algo se ha impuesto: aquel chaval de Granada demostraba que la espiritualidad de la calle puede llenar estadios sin pedir permiso. Y mientras las últimas luces se apagan, miles de feligreses siguen en éxtasis bajo la lluvia.