EXPOSICIÓN

Graciela Iturbide, Premio Princesa de Asturias de las Artes: "Lo más importante en la fotografía es el corazón, que es el que siente"

En el marco de PhotoEspaña, Casa de México dedica una exposición antológica a la veterana fotógrafa mexicana. Su obra, cargada de empatía, muestra la vitalidad y la diversidad de su país y sus gentes

Graciela Iturbide, 'Árbol con pájaros' (años 90).

Graciela Iturbide, 'Árbol con pájaros' (años 90). / Cedida

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

Es Graciela Iturbide una fotógrafa de blanco y negro, de ritos y tradiciones, de retratos improvisados y de paisajes en los que casi siempre hay gente, porque aunque la naturaleza es una presencia importante en su obra, sobre todo le interesan quienes viven en ella. La suya es una fotografía rebosante de su México natal, porque aunque ha trabajado en otras latitudes, recoge principalmente la diversidad, el folclore o los oficios de su país. "La fotografía sirve para conocer el mundo, para tener cultura, para conocerte a ti misma", dice la octogenaria fotógrafa, todavía en activo y llena de energía, durante la presentación de la exposición que a partir de este viernes le dedica la Casa de México en Madrid dentro del marco del festival PhotoEspaña.

Hace menos de un mes se anunciaba que Iturbide es la Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, un reconocimiento que ha supuesto para ella "una gran sorpresa, una gran emoción, pero que no acabo de aceptar todavía porque es algo que no me esperaba. Me hace muy feliz", reconoce. El galardón coincide con esta muestra antológica formada por un total de 115 obras, que abarcan 45 años de trayectoria en los que no ha dejado de explorar prostíbulos, mercados o juegos infantiles, de empotrarse en grupos nómadas o en circos, de tener que esconderse alguna vez detrás de la cámara para captar escenas a las que no resultaba fácil mirar.

Dice que ella fotografía "con la cabeza, con el ojo y con el corazón", pero si tiene que elegir uno de ellos se queda con este último, porque "el ojo es el que ve, el que descubre, pero el corazón es el que siente". Esa mirada cargada de empatía ha sido perfecta para desarrollar un trabajo que arrancó muy vinculado con la antropología, con ese empeño en entender cómo viven sus compatriotas y, a veces, los pobladores de otros rincones del planeta.

Graciela Iturbide, durante la presentación de la muestra.

Graciela Iturbide, durante la presentación de la muestra. / Alberto Aguado - EFE

Convivir con los sujetos de sus fotos

Graciela Iturbide nació en Ciudad de México en 1942 y estudió cine en la UNAM. Su primera vocación fue la de dirigir películas, pero las clases de Manuel Álvarez Bravo, maestro de la fotografía, la recondujeron hacia esta disciplina. Fue su asistente y con él hizo los primeros viajes por su país, antes de desplazarse por su cuenta a Cuba y otras zonas de Latinoamérica en los convulsos y apasionantes años 70. A finales de esa década, el Instituto Nacional Indigenista de México le propuso documentar la vida de la población indígena del país. Aquellos trabajos, que se extenderían también a lo largo de los 80, nutren buena parte de la exposición que se puede ver ahora en Madrid.

Uno de aquellos encargos la llevó a fotografiar a los nómadas del pueblo Seri, habitantes del Desierto de Sonora que se dedican a la pesca en las aguas del Mar de Cortés. "La naturaleza me regaló esta foto", dice de su célebre Mujer ángel (1979), en la que una de las mujeres de aquel pueblo aparece de espaldas, un mechón de su melena atrapado en unas rocas, la mano agarrando un radiocasette y una impresionante panorámica del desierto delante. Pasó un tiempo viviendo con ellos en compañía del antropólogo Luis Barjau, y con lucidez risueña recuerda que la habían llevado a aquellas peñas para que viera las pinturas rupestres que se escondían en una cueva.

Otra encomienda del Instituto hizo que conviviera varias veces, a lo largo de años, con el pueblo de Juchitán, en Oaxaca. Una serie de fotografías bautizada Después del rapto (1986) muestra ese ritual, el del 'rapto', con el que celebran la pérdida de la virginidad de las mujeres. "Ahí me hubiera gustado haber hecho todo el ritual en cine, es muy bello", dice en referencia a esa otra vocación que siempre ha estado ahí. "No creo que el ritual sea prehispánico, yo creo que nos viene de los gitanos", añade una fotógrafa siempre intrigada con las raíces de lo que sucede ante sus ojos. En estas fotos son unas mujeres ataviadas con flores y bailando.

Cuenta Graciela Iturbide que ella nunca fotografía a quien no quiere ser fotografiado. "Tampoco utilizo el teleobjetivo, porque no me gusta robar fotos. Necesito tener una complicidad". Por eso siempre pide permiso. A la mujer que desolla a una cabra con un cuchillo entre los dientes en Carmen. La matanza (1992) solo la retrató una vez que esta le dijo que podía hacerlo. Se quedó un rato ahí, disparando su cámara sin molestarla, para que no perdiera ni un minuto en aquella complicada labor de carnicera. Su herramienta de trabajo la protegió, dice. "Sin cámara hubiera llorado, porque había cabritas que tenían lágrimas, sabían que las iban a matar". Las recuerda como unas de las fotos que más le costó hacer, aunque reconoce que "también soy un poquito morbosa y me gusta ver lo fuerte en el mundo, no solo lo bonito". Solo dejó de hacer fotos en torno al tema de la muerte (es célebre una serie sobre cementerios que realizó tras perder a su hija de seis años, que no forma parte de la muestra) cuando se la encontró, dice, de frente, encarnada en un cadáver tendido en un camino.

Retratos con luz natural

Hay grandes retratos en la exposición. Uno de ellos es Magnolia (1986), una foto de una mujer trans que sonríe a cámara con un pequeño vestido. Fue ella quien pidió a Iturbide que se la hiciera cuando esta trabajaba en un tema de cantinas. El día que le dieron un premio en Paris Photo, quizá la cita más importante de la fotografía mundial, esa imagen fue portada de un gran diario francés. También está el espectacular busto de una mujer que tiene un grupo de iguanas vivas en la cabeza, un animal muy valorado por su sabor "entre el pollo y el pescado" que vendía a los lugareños. Cuenta su historia: "Yo estaba en el mercado vendiendo jitomates y cebollas con las señoras, que ya eran mis amigas, para tener más complicidad con ellas. En Juchitán todos cargan las cosas en la cabeza y caminan superderechito. Entonces cuando la vi le dije: 'Ay, por favor, por favor, un segundito'". Disparó varias instantáneas, cuyos contactos están también expuestos, y en una consiguió captarla con las iguanas en perfecta alineación. Parece que formen una corona o un estrafalario sombrero. La foto se convirtió en un mito, un símbolo de la zona al que se le han dedicado incluso estatuas. "Yo le llamo Nuestra señora de las iguanas, pero el pueblo de Juchitán le puso La medusa juchiteca", añade divertida.

Graciela Iturbide, 'Nuestra señora de las iguanas' (1979).

Graciela Iturbide, 'Nuestra señora de las iguanas' (1979). / Cedida

El juego entre animales y humanos, entre cuerpos de diferentes especies, lo ha llevado a cabo también consigo misma. Al llegar a la muestra reciben al visitante varios autorretratos de la artista. En uno tiene dos pájaros sobre los ojos, en otro salen de su boca unas serpientes, en un tercero se la tapa un pescado. Un poco más allá, son sus pies los que vemos en El baño de Frida (2006). Los fotografió en la que fue la bañera de Frida Kahlo, artista a la que admira aunque se declara no 'fridólatra', "porque en México, Frida es una religión".

No hay fotos de estudio en la exposición, como tampoco hay iluminación artificial. Su trabajo lo ha realizado, fundamentalmente, con luz natural. Tampoco hay color: todas las fotos de la muestra son en blanco y negro. "En general no me gusta el color", afirma. El blanco y negro, para ella, "es una abstracción de lo que ves". Alguna vez ha trabajado en color, fundamentalmente en diapositivas cuando hacía sus trabajos para el Instituto Nacional Indigenista. Pero cuenta que incluso sueña en blanco y negro. Y dice que "yo soy mala para el color". La verdad de su fotografía está en un lugar que no es el de mostrar la realidad con toda su gama cromática.

El grueso de la muestra lo conforman fotografías tomadas en México que muestran un país tremendamente vivo, diverso, duro. Pero también se puede seguir el rastro de sus viajes a otros lugares como la India, Madagascar, EEUU o Suiza. La estela que ha ido dejando en el mundo quien es sin duda una de las grandes fotógrafas vivas.

La exposición Graciela Iturbide. Cuando habla la luz, comisariada por Juan Rafael Coronel Rivera, se podrá visitar hasta el próximo 14 de septiembre, al igual que otra con la que comparte espacio (está en otro piso de Casa de México) y algunos elementos comunes, Lourdes Grobet y el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. Dedicada a otra gran fotógrafa de su país y su generación, ofrece un recorrido visual por el trabajo del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI), la compañía fundada por la dramaturga María Alicia Martínez Medrano que promovió el rescate de las tradiciones orales, los saberes locales y las lenguas indígenas del sur de México. Otra mirada, crítica y empática, a la cultura y las gentes de un país infinito.