TEATRO

Una separación 'fake', una ópera y un proyecto de serie: Nao Albet y Marcel Borràs siguen jugando a lo grande

Los dos creadores cierran la temporada de Nave 10 Matadero con una obra en la que escenifican su ruptura mientras trabajan en su primera ópera, ‘Los Estunmen’, y una serie de televisión

Nao Albet (dcha.) y Marçel Borrás en Matadero, donde se puede ver su obra 'De Nao Albet y Marcel Borràs' a partir de este jueves.

Nao Albet (dcha.) y Marçel Borrás en Matadero, donde se puede ver su obra 'De Nao Albet y Marcel Borràs' a partir de este jueves. / ALBA VIGARAY

Madrid

Dijeron que no se soportaban, que los egos de ambos no cabían en un mismo escenario, que se acabó lo de hacer obras de teatro juntos y que fenomenal los exitazos de Mammon, Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach o Falsestuff pero no te aguanto. Sin embargo, uno de ellos soltará en escena que nadie habló nunca de no hacer una ópera juntos, una que tal vez podría llamarse Los Estunmen en la que hablar de la masculinidad a partir de la figura del héroe y mezclar en escena a tenores y sopranos con especialistas de cine, los stuntmen. Una ópera en la que plantearemos una crítica a la masculinidad hegemónica, dirá uno de ellos. Qué dices, dirá el otro, será una oda a la masculinidad en decadencia.

Esa obra en la que Nao Albet y Marcel Borràs se intercambian trapos sucios, escenifican su disolución como pareja artística y hablan de un proyecto de ópera es De Nao Albet y Marcel Borràs, montaje que cierra a partir de este jueves la temporada en Nave 10 Matadero tras su estreno en 2023 en el Teatre Nacional de Catalunya y su paso fugaz por el Festival Temporada Alta de Girona y el Festival de Otoño de Madrid. Y lo hace solo unos meses antes de que Albet y Borràs estrenen en el Teatre Lliure, el próximo 15 de abril, esa ópera con la que fantaseaban en escena, Los Estunmen, en coproducción con el Gran Teatro del Liceo, el Teatro Real y los Teatros del Canal, a los que llegará en junio. Albet y Borràs firman la dirección de escena, el libreto y compartirán escenario con intérpretes como Nuria Lloansi y Óscar Dorta, música de Fernando Velázquez, escenografía de Max Glaenzel y vestuario de Silvia Delagneau. Así que no solo no se separan (de momento), sino que Albet y Borràs se embarcan en el proyecto con mayor producción de su carrera.

“Nosotros siempre trabajamos motivándonos con algo que no hemos hecho nunca y venimos de hacer un espectáculo más serio, haciendo puta mímica, sin escenografía ni vestuario, así que dijimos, ahora tendremos que hacer lo contrario. Hemos liado a Fernando Velázquez, un compositor de bandas sonoras que es un crack, estamos escribiendo un libreto en verso y en prosa, cosa que no hemos hecho nunca, y al final la historia que nos ha motivado es un viaje épico”, explica Nao Albet en una conversación con este diario. A su lado, Marcel Borràs añade que su primera incursión en la lírica propone “un análisis del viaje del héroe a través de un personaje protagónico femenino que intenta, de manera casi inconsciente, reproducir toda una serie de estamentos del héroe, unos aprendizajes que le van llegando para poder convertirse en una heroína y sanar una causa, un motor trágico que la tiene atravesada desde el principio de la obra, la muerte del hijo. Eso propulsa una aventura y un viaje de transformación que reproduce un poco los fundamentos clásicos de la estructura del viaje del héroe”.

Y ese viaje épico del héroe, en este caso heroína, estará atravesado por una indagación en torno a “cómo se ha construido la idiosincrasia de los hombres y la masculinidad hegemónica —explica Nao Albet—, y aquí hay una mujer intentando entender por qué su hijo se convirtió en quien se convirtió, intentando entender el mundo de los hombres. Creemos que este ejercicio de ver al otro desde fuera y poder analizarlo o entenderlo es más fácil que ese otro de intentar entendernos a nosotros mismos. De ahí lo de poner el punto de vista en el exterior”.

P. ¿De qué forma estará presente la violencia?

NA. Es una ópera sobre la violencia en la masculinidad. El texto todavía no está terminado y al principio intentamos abarcar más conceptualmente la masculinidad, pero nos hemos dado cuenta de que estamos hablando sobre la violencia en la masculinidad. Al final, este grupo de estunmen es lo que va a permitir trascender esa violencia, son los que ayudan a la protagonista a trascender ese dolor, no a través de la violencia sino desde otra cosa.

MB. Queremos que sea un espectáculo bastante testosterónico, bastante físico, en el que explorar toda esa fisicalidad y corporalidad. Por eso también ponemos el foco en el personaje del stuntman, porque ese mundo representa un poco el apogeo del viaje del héroe en el cine, desde la antigüedad hasta el presente. En nuestra función juegan un papel casi poético, son seres que iluminarán a la protagonista y que, de alguna manera, la ayudarán a aprender esos preceptos del héroe que conocen muy bien: la valentía, la inteligencia, la fuerza o la templanza, elementos que en su día a día encarnan de verdad y quién mejor que ellos para mostrarle a la protagonista el camino para poder vengar o sanar la muerte del hijo.

Nao Albet y Marçel Borrás, en Matadero.

Marçel Borrás (izda.) y Nao Albet, en Matadero. / ALBA VIGARAY

P. ¿Por qué les interesa este tema?

NA. Bueno, porque está presente todo el rato. Porque está en la sociedad patriarcal en la que vivimos y al final todos, también las mujeres, terminamos manchados de estos preceptos de la masculinidad hegemónica, igual que con el capitalismo, y todos estamos entrando en eso de ser feroces, en ser individuos hostiles hacia los demás. Supongo que es una pregunta real que nos hacemos: cómo vamos a poder sobrevivir en este mundo o qué le voy a enseñar a mis hijos para que sean felices.

Nao Albet (Barcelona, 1990) y Marcel Borràs (Olot, 1989) se conocen en 2005, en un casting del director Roger Bernat para una pieza llamada Tot és perfecte. Les seleccionan y se marchan ese verano a Montemor-o-Velho, en Portugal, a ensayar esa obra que construirán a partir de improvisaciones. En los descansos, Albet y Borràs cogerán una cámara de video para grabar un corto. Tienen 14 años y deciden entonces que quieren hacer teatro y quieren hacerlo juntos. Un año después le piden una reunión a Àlex Rigola, entran en su despacho con unos folios y le dicen que quieren estrenar en el teatro que dirige, el Lliure. Rigola dice sí. La pieza se llamará Teenager Experience: Straithen con Freigthen y la llevan a escena en 2007, en la primera edición de Radicals Lliure. Se comen un pez vivo y vomitan. Se hacen (o intentan) una autofelación. Dieciocho años después, Albet y Borràs, que quisieron hacer teatro juntos para poder escribir, dirigir y vivir esas historias de mafiosos que veían en las pelis de Scorsese y Tarantino, vuelven a Madrid con De Nao Albet y Marcel Borràs, una obra en la que siguen jugando como cuando tenían 15 años, pero en la que se anticipan a la posibilidad de dejar de hacerlo juntos.

P. ¿Cuándo empiezan a pensar en hacer una obra sobre su separación?

MB. Hace muchos años. Yo diría que el germen nació cuando ya habíamos hecho los dos o tres primeros espectáculos y Carol López, que durante un año dirigió la Villarroel, nos propuso un día si queríamos hacer algo. Y en ese momento nos vino la idea de, hostia, ya que hemos estrenado tres Radicals Lliure en el Teatre Lliure y solo hemos hecho tres funciones de cada espectáculo y los ha visto tan poca gente, igual podríamos hacer un mash-up con los mejores momentos de estas piezas. Cuando apareció esa idea nos dimos cuenta de que era muy pedante hacer una mini antología de nuestras obras a la tierna edad de 23 años, pero esa idea de antología, de pedantería y de ego fue creciendo y construyéndose cada vez más, creándose un tumor cada vez más grande a medida que iban pasando los años.

NA. Por otro lado, el segundo germen de esta historia éramos nosotros dos encontrándonos de mayores y haciendo una retrospectiva de cómo nos había ido la vida. Esta segunda idea también viene muy desde el principio y de hecho hay un vídeo de cuando ensayábamos Julieta & Romeo, de Marc Martínez, en el Festival Grec de 2011, y en una entrevista que nos hacen ya contamos esta idea de querer escribir un día una obra sobre nuestra separación.

P. Cuando estrenaron esta obra en 2023 jugaron a mantener viva la hipótesis de la separación y hubo quien la creyó real

NA. A día de hoy intentamos mantenerla también porque es lo guay del espectáculo, esta autoficción en la que al final lo que te engancha es la parte personal de los dos personajes. Si solo fuera ficción quizá no te engancharía tanto, pero hay algo en juego, algo performático en el ejercicio de decirnos las verdades a la cara, de tirarnos pullas de verdad… Hay algo de riesgo que engancha y no hace falta que nos hagamos daño físicamente, pero nos tiramos dardos y ver el sufrimiento ajeno es algo que nos atrapa a todos.

MB. Para nosotros, en el juego teatral del que partimos, [la separación] es una posibilidad que está ahí. La gente nos pregunta si es verdad o es mentira, pero no tiene que ser ni una cosa ni la otra. Cuando te dicen, ¿vas a estar toda tu vida con tu pareja? Si dices que sí, seguramente va a ser que no, y a lo mejor no te lo imaginas, pero aguantas 30 años. Todo es muy relativo. Nosotros podríamos decir que es mentira que nos vayamos a separar nunca y, de pronto, separarnos mañana. Pero lo que sí que ponemos en escena es toda la mierda real que hay entre nosotros y todo el dolor y el sufrimiento y la lucha de egos que nos podría llevar a eso perfectísimamente, a decir hasta aquí, tío, porque realmente nos estamos haciendo mucho daño.

P. ¿Tuvo algo de terapéutico el proceso?

NA. Sería tramposo decir que sí. Escribir ya es un ejercicio terapéutico, pero ese trabajo más personal de sanar la relación ya lo habíamos hecho previamente. Antes de empezar a escribir ya sabíamos todas las mierdas que nos podíamos decir, ya conocíamos los puntos flacos de cada uno, ya sabíamos qué es lo que el otro no soporta de ti, ya nos lo habíamos dicho todo. Eso nos ayudó también a que el susto no fuera tan heavy porque es verdad que llevábamos diez años pensando esta obra, pero cuando llegamos a la sala de ensayo, si no hubiéramos hecho ese trabajo previo, quizás sí que hubiéramos salido mucho más escaldados, pero estábamos preparados para poner todo encima de la mesa.

P. Sería precioso que siguieran haciendo esta obra hasta que fueran viejos de verdad

NA. La cosa es que si nos separamos y no nos aguantamos…

MB. Yo he especulado con la idea de hacer la pieza con un sustituto, con alguien que hace de Nao y terminar siendo muy tóxico con ese actor en plan eres una mierda, qué mal que Nao no esté aquí, yo me piro.

P. Llevan 18 años trabajando juntos, desde que estrenaron Straighten con freighten en el Lliure. Cuando miran hacia atrás, ¿qué ven?

MB. Yo veo mucho juego y mucho amor. Y también ese ejercicio de humildad de querer acercarte al otro. Cuando llevas 18 años con alguien en un momento en el que todo el mundo busca reafirmar su propia voz y tener su espacio en el mundo, yo veo la obra y digo hostia, aunque hablamos de las partes oscuras del ego, irremediablemente hay una entrega hacia el otro, un querer mirarlo, un querer aprender y un querer no tirar la toalla en una relación.

NA. Yo veo la libertad creativa. A mí todavía me sigue sorprendiendo no solo la nuestra, porque nosotros éramos unos niños y hacíamos lo que nos daba la gana, pero a toro pasado me sorprende mucho el apoyo que tuvimos de todo el mundo. Me peta la cabeza ahora, cuando veo a gente un poco más mayor que yo dirigiendo teatros, y pienso, hostia, tienes que tener agallas para confiar una parte de la programación a dos chavales de 15 años pelados, ¿sabes? 15 años, que no son 19, son 15. Eso me peta la cabeza. Creo que nosotros supimos responder a ese regalo, supimos ser creativos y tener libertad y hacer lo que nos diera la gana, pero me parece muy heavy. Y no solo Àlex Rigola, que fue quien nos programó, también todo su equipo y la gente que confió en nosotros. De repente teníamos un escenógrafo, una persona de vestuario, como si fuera algo normal o posible, nadie desconfió, nuestros padres y todo el mundo nos decían ‘sí, hacedlo’.

P. Creo que eso sería bastante inviable hoy en cualquier teatro público

MB. Las cosas que hicimos en el primer espectáculo ahora estarían vetadas. Hacíamos Jackass en escena, o sea, menores de edad automutilándose, con grapas en el culo, comiendo pescado vivo y pegándose de hostias… Si ahora pasara esto en un teatro público, seguramente alguien intentaría verle la parte oscura.

Borrás y Albet, que dirigen e interpretan la obra, el día de la entrevista en Madrid.

Borrás y Albet, que dirigen e interpretan la obra, el día de la entrevista en Madrid. / ALBA VIGARAY

P. ¿Cómo se hace para mantener esa capacidad de juego después de tanto tiempo juntos, si es que se mantiene?

NA. Creo que en nuestro caso sí se mantiene, pero es verdad que se desarrolla de manera distinta. Quizá también porque el cuerpo ya no te responde tanto como cuando tenías 15 años y te das cuenta de que la madurez implica cierto miedo a hacerte daño.

P. ¿Es solo un miedo físico o es también miedo a cagarla?

MB. Mira, cuando empezamos a ensayar esta obra había una premisa que era la de hacer el ridículo, y a nivel estético y con lo que hacemos actoralmente lo rozamos en muchos momentos. Nosotros veníamos de hacer Falsestuff. La muerte de las musas con mil efectos y decidimos hacer algo desnudo, sin escenografía, prácticamente sin vestuario, con cuatro luces… Pero yo, cuando siento que estoy cerca de hacer el ridículo y de la vergüenza, pienso que es una buena señal, si me da pudor y miedo es ahí donde hay que ir. O sea, intentar hacer algo que pueda estar cerca de una cagada y que la gente diga, ¿pero por qué han hecho ahora una obra tan desnuda, sin efectos, sin nada?

P. Pero en su trayectoria no existe aún la gran cagada

MB. Siempre decimos eso, ‘la gran cagada’, cuando empezamos a escribir una obra nueva, con las primeras ideas…

NA…. O al final, cuando se toman decisiones importantes, la coña es que llegue, por fin, el artículo que diga: ‘la gran cagada’.

P. Esta obra también trata de la amistad entre hombres, de lo que les pasa y de lo que les cuesta hablar de ello

MB. Ahora que ya hemos vivido la obra bastante y puedes empezar a verla desde fuera hay una lectura que no es explícita y es que al final son dos tipos de Barcelona, de 35 años, con muchísimas dificultades para hablar de lo que sienten. La primera escena en la que empiezan a decirse cosas llega a mitad de la obra. Les cuesta articular lo que ven del otro, la dificultad de hablar de las cosas que les pasan, de decirse las verdades. Ellos lo intentan y lo hacen de forma bastante errática, desde lugares a veces un poco tensos y violentos, como que no fluye la energía, y creo que son personajes bastante herméticos, que se callan las cosas porque no se las preguntan mucho y, de repente, cuando la cosa peta, lo hace desde un lugar que les supera y que no saben manejar. Pero también creo que ellos ya hacen más de lo que hacen muchos hombres, y aun así, si los observas desde fuera, ves a dos semi inválidos emocionales. Mi hija de 9 años ya hace pijamas party y se dicen cosas entre ellas mientras los chicos de esa edad están jugando, están en movimiento y están más por la acción. Estos dos son personajes de mucha acción y deberían estar más cerca de lo emocional que la media porque también son o quieren ser poetas, pero incluso ellos son un poco incapaces.

NA. En general, los hombres somos más incapaces de hablar de nuestras emociones y es verdad que Nao y Marcel se esfuerzan por mantener este vínculo y saben que tienen que pasar por el aro de la comunicación, la terapia, quitarse la máscara y, como dice Marcel, hacen lo que pueden. Son un poco incapaces, pero lo intentan y creo que es un gesto bonito porque hay mucha gente que no lo intenta o que lo hace solo cuando ya no hay vuelta atrás. Nosotros estamos siendo muy honestos contigo sobre algo que a veces intentamos tapar para que la gente pueda creer que nos separaremos, y como decía Marcel, es algo que no sabemos, pero no hemos esperado al último suspiro para tener todas estas conversaciones, sino que hemos sido lo suficientemente sensibles para decir: creo que tenemos que hablar antes de que nos pete todo en la cara.

MB. Podríamos haber hecho una obra más aterrada a los matices, a lo bonito, pero esto también es marca de nuestro teatro, ir a saco con una cosa, y aquí el motor es la lucha, yo con mi ego y tú con el tuyo, es un combate y lo que nos ponía teatralmente era hacer eso.

NA. También nos gusta bastante la idea de la crueldad y el sufrimiento, y los conflictos en nuestros espectáculos acostumbran a tener más que ver con lo trágico que con la euforia o los momentos de amor. Nuestros personajes tienden a sufrir o tener que superar problemas, y en este caso nos parecía más exótico que el espectador viera la mierda que tienen estos dos en vez de lo estupendos que son.

P. ¿De dónde viene esa querencia por el sufrimiento?

NA. De Tarantino, de Haneke, de ese cine de la crueldad… Hay algo de todo eso que a mí me enganchó de pequeño, quizá porque en mi familia todo el mundo se quería mucho y éramos muy felices y, de repente, ver que también podemos ser miserables y que hay tanto dolor en el mundo fue algo que me atrapó mucho. Luego, cuando empezamos a escribir, las escenas que a mí me apetecía invocar tenían que ver con eso, con experiencias relacionadas con la muerte o con el sufrimiento.

P. ¿Qué viene después de una separación y una ópera?

MB. (Risas) Teatro de objetos.

NA. ¿Sabes los impro shows, el teatro de improvisación? Eso nos llama mucho la atención. Es más guay la idea, pero ya te la contaremos más adelante.

P. ¿Y ese proyecto de serie del que hemos hablado alguna vez?

MB. Es una adaptación de Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach para una serie en una plataforma. Hemos escrito el piloto y la biblia y ahora estamos más cerca que nunca de que sea realidad. Estuvimos dos años trabajando mucho con la incógnita y ahora parece que va a pasar, con unos medios posiblemente precarios, pero nos parecen bien porque implican libertad absoluta. Nos apetece un montón…

NA. ...ser capaces de petar un poco la cabeza del espectador igual que en el teatro.