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La estudiante que quiere rediseñar Madrid con sus adoquines virales: "Hice 30 y me han escrito 400 personas pidiéndomelos"
Lo que empezó siendo un trabajo universitario para Irene, de 25 años, natural de Rivas, podría convertirse en una insignia de la capital como ocurre en Barcelona: sus profesores la han animado a presentar el proyecto al Ayuntamiento

Irene posa con el adoquín que ha diseñado para Madrid. / ALBA VIGARAY

El objetivo era claro: diseñar un adoquín para Madrid. Lo que entonces Irene no sabía era que aquel trabajo universitario, ocho meses después, tras contarlo en Twitter, se lo rifarían cientos de usuarios. “Hice 30 piezas y me han escrito 400 personas pidiéndomelos”, dice. Tiene 25 años y está cursando el máster en Diseño de la Universidad Complutense. Acaba de llegar a casa tras una jornada intensa en la copistería donde trabaja: aquí atesora algunas las losas que creó para la ocasión, el resto las guardan sus padres. “Pesan tres kilos y se me va a hundir el suelo”, bromea. Se ruboriza al hablar del fervor que han despertado. Hay quien, incluso, le ha propuesto presentarlas al Ayuntamiento. Quién sabe. Quizá, en un futuro, se conviertan en un símbolo cultural como ya sucede en Barcelona y Bilbao.
“El primer día de la asignatura Concepto y prototipado, los profesores nos llevaron a pasear por la ciudad. Nos pidieron que tomáramos referencias de todo lo que viésemos para una tarea que nos encargarían”, recuerda Irene. Lo más complicado fue delinear un símbolo que captara la idea de Madrid desde el suelo, creando así un emblema visual que conectase el pasado con el futuro. Quería representar una ciudad abierta, multicultural, diversa y con una rica herencia artística. La mayoría tiró por el oso y el madroño. Semanas más tarde, ella dio en la tecla.

El adoquín de Irene reintrepreta las estrellas de seis puntas que aparecen en el escudo de Madrid. / ALBA VIGARAY
“Por un lado, recurrí a la estrella de seis puntas de la Osa Mayor que aparece en el escudo. Y, por otro, al patrón en forma de pata de gallo que lucen los chulapos. En su desarrollo es crucial incorporar canales para el agua que faciliten el drenaje y eviten acumulaciones, especialmente en las áreas exteriores. Estos deben integrarse de forma discreta, pero eficiente, sin comprometer la estética ni la funcionalidad”, explica. En Madrid, los adoquines fueron relegados al olvido a finales del siglo XX: cubiertos por asfalto, gracias al Plan General de Ordenación Urbana de 1997, empezaron a desaparecer progresivamente. No obstante, tal y como destaca Irene, la revalorización de los espacios públicos y el impulso de los principios de sostenibilidad han resucitado su interés a la hora de crear lugares acogedores y accesibles.

Dos de los adoquines de Irene en la mesa donde los creó. / ALBA VIGARAY
Una vez trasladado al ordenador y recreado un modelo 3D, el siguiente paso fue la creación de un molde para reproducir las baldosas. Éste sería una réplica invertida del diseño, incluyendo bordes y texturas: “Se utiliza madera, ya que es ligera y fácil de trabajar con láser. A continuación, una máquina corta las piezas con precisión, asegurando que todo queda limpio y definido. Las partes obtenidas se ensamblan y pegan para obtener el prototipo”. Para asegurar un buen sellado, añadió plastelina y cola blanca haciendo las uniones suaves y resistentes.
18 días de secado
El proceso de producción arranca con la preparación de una mezcla en las proporciones exactas que garantice la estabilidad. “Cuando se vierte el material dentro y se solidifica, se obtiene una pieza con las mismas características que la original. Sólo así es posible obtener resultados uniformes. Carpintería fina”, sostiene. Pasadas 24 horas, toca desmoldarlo y dejarlos secar durante 18 días. “Necesitaba presentar nueve piezas para que se viera el dibujo completo. Pero, claro, para tener las mejores opciones tuve que hacer muchas más. Algunas tenían fallos y roturas, por lo que no me quedó otra que probar, probar, probar… Una anécdota graciosa fue cuadrar las horas de sueño para sacar un adoquín al día”, relata Irene, que reconoce sentirse satisfecha con el producto final. Le pusieron un 9.2.

Irene enseña la memoria técnica que recoge el proceso de creación del adoquín. / ALBA VIGARAY
Al acabar el semestre, los profesores le recomendaron presentar su propuesta al Ayuntamiento. Aún no lo ha hecho y, pese al revuelo causado en las redes sociales, ojo, sigue dubitativa. “Me gustaría, pero no me lo he planteado seriamente. ¿Dónde me los imagino? Por el centro, seguro. Quizá, en Arganzuela. Me encanta ese barrio”, concluye. Por ahora, los tiene apilados en una bolsa de supermercado. Mañana, ya veremos.