TAUROMAQUIA

Richard Somonte, el pintor transgresor de los toros: "Gallito tiene cara de toro, es un torero transfigurado"

El artista cubano se acerca a la tauromaquia por su pasión por el ideal pictórico del toro: "Sueño con pintar en directo una corrida de toros en Las Ventas"

Richard Somonte en su estudio de pintura en el barrio de la Latina.

Richard Somonte en su estudio de pintura en el barrio de la Latina. / J. R.

Madrid

"Eso no lo hace ni Mazzantini el torero". Esa frase de origen popular fue el primer contacto de Richard Somonte Llerena con el mundo del toro, una expresión heredada de abuelos a nietos y que estaba inspirada en el matador de toros vasco que tanto enamoró al público de San Cristóbal de La Habana cuando actuó allí en aquel invierno de 1886: "Dicen que fue un gran estoqueador, de ahí la frase", señala. Precisamente él fue el primer torero que pintó Somonte en su vida por su arraigo con su tierra.

Somonte ante una de sus obras.

Somonte ante una de sus obras. / J.R.

Mazzantini, creador de los sorteos los días de festejo, renunciaba a vestir de corto y sombrero de ala ancha, como sí hacía Guerrita cuando caminaba fuera de la plaza de toros. Algo así parece representar Somonte, quién no deja de ser pintor en ningún momento de su día a día, con la camisa, pantalones y zapatos manchadas con gotas de pintura: "Sueño con pintar en directo una corrida de toros en Las Ventas durante un San Isidro, creo que no lo ha hecho nadie".

Su estudio se encuentra en el corazón del madrileño barrio de la Latina, en la plaza del General Vara de Rey. Un lugar que te impacta cuando llegas al final del famoso Rastro un domingo: "Pasé de pintar paisajes montañosos de Cuba a pintar toros por un afán comercial, de pintura de mercadillo y me ha funcionado muy bien", recuerda el creador cubano. Empezó a pintar a los 13 años junto a su padre, que también hacía cuadros comerciales para ganarse la vida. Él, en Cuba, proviene de una familia de 'guajiros' porque sus antepasados vivían en el campo y su abuelo era ganadero de reses bovinas, de ahí también su primer roce con el animal. Dentro de su estudio también conserva una firma original de Mazzantini, colgada de la pared a modo de reliquia.

"Seguí pintando toros por la parte estética, creo que no he alcanzado el ideal pictórico del toro que busco... Me encanta la forma de la curva de arriba del toro, la línea de esa seriedad tan perfecta... con esos pitones y esa mirada que conforman el concepto de trapío y también la relación del toro con el torero", señala.

Un cuadro de Somonte

Un cuadro de Somonte / J.R.

Richard Somonte se graduó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro de La Habana -la segunda más antigua de América- y viajó a España en busca de oportunidades. Se sacó el carnet de socorrista, fue conserje de una galería y acabó abriendo un estudio en la Latina junto a su mujer. Aquí dentro impactan las grandes dimensiones de los cuadros que crea. Hay uno que acaba de terminar que se llama 'Estocada' y está inspirado en una escena de Rafael Rubio 'Rafaelillo' en la plaza de toros de Pamplona: “Lo que más me gusta del toreo, en definitiva, es que sea un espectáculo disruptivo, tan hermoso y tan potente pero polémico por naturaleza”.

"Édouard Manet es el pintor extranjero que mejor ha pintado la tauromaquia, pero el primer cuadro que me impactó fue un torero viejo de Ignacio Zuloaga que vi en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana", asegura Somonte

¿Y qué torero es el que más le gusta pintar? "Joselito El Gallo y Manolete", lo tiene claro: "Gallito tiene cara de toro, es un torero transfigurado. Me encanta su personaje porque se mimetiza con el toro y acaba cogiendo su fisionomía desde joven en las fotos que le he visto y, consecuentemente, en mis cuadros. Creo que nosotros como animales, al fin y al cabo, tenemos ese efecto de empezarnos a parecer a lo que nos rodea. Es un fenómeno interesante de la naturaleza, la mímesis", aclara.

De las primeras obras que pintó, además de Mazzantini, fue la muerte de Manolete en Linares: "Su muerte me impactó porque, para mí, encarna el ideal último de la tauromaquia, que es la muerte mutua. Creo que el toreo es como un recordatorio de nuestro origen salvaje y natural porque todos nos vamos a morir algún día", concluye.